Un monumento
a la fuerza
Ramón Díaz-Marzo
LA HABANA, julio - De cuando en cuando me tropiezo al historiador de la
ciudad Eusebio Leal en las callejuelas de la Habana Vieja. O dicho de otro modo,
nos cruzamos. Nos conocemos mutuamente desde la década de los años
70 del siglo pasado. Por supuesto, se trata de un conocimiento superficial. Y
cuando ocurren estos cruces, nos saludamos.
Al principio yo viraba la cara. Pero el otro día, sentado en uno de
los parques del casco histórico, lo vi venir con ese uniforme gris que
desde hace años no cambia por otro color. Le sostuve la mirada con la
firme intención de no ser el primero en saludar. Al cruzar, paralelo a mí,
volvió la cabeza. En breves segundos me miró y alzo ligeramente
uno de sus brazos. Yo le respondí, alcé uno de los míos. De
todos modos esto nada significa. He visto al señor Eusebio saludar a toda
persona que se cruza en su camino.
Ahora ustedes me preguntarán ¿a dónde quiere llegar este
periodista con semejante introducción? Fácil. El señor
Eusebio Leal ha distribuido por toda la parte vieja de la ciudad, y por otras
zonas de la capital, increíbles monumentos.
Por sólo citar algunos señalaremos al dios Neptuno erigido en
el centro de una pequeña fuente en la Avenida del Puerto, justo en la
acera del malecón habanero, donde también los artistas plásticos
han colocado "instalaciones".
Cuando ustedes se enteren de la idea que tengo en mente quizás
piensen que estoy loco. Pero, recuerden que las buenas ideas pueden surgir de
personas que la mayoría de la gente tilda de soñadores. Entremos
en materia.
La idea que pretendo proponerle al señor Eusebio es la erección
de un monumento especial. Surge de una simple, pero profunda pregunta: ¿de
dónde brota la fuerza que le ha permitido a los cubanos soportar tantos años
de sufrimiento? He meditado que el origen de esta fuerza tiene varios
candidatos. Hagamos una lista democrática: el chícharo, el huevo,
la botella de ron, el diazepam (conocido comercialmente como valium, diazepona,
lembrol, diazebrum, faustan).
Yo voto por el diazepam. Una pastilla de mármol de varios metros de
diámetro. Y aunque no logro precisar ahora en qué punto de La
Habana pudiera ubicarse, no se puede descartar que quizás cada provincia
o municipio exija su marmórea pastilla. También hay que considerar
que tal vez haya personas que opten por el ornato público de un chícharo
de hierro, un huevo de oro o una botella plateada de ron.
Por lo pronto sólo Dios sabe qué es lo que quieren los
cubanos. Mientras tanto, la propuesta de un monumento a la fuerza podría
ser considerada por las nuevas olas de artistas que azotan al país.
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