La visita
Miguel A. Ponce de León, Grupo Decoro
LA HABANA, enero - Sentado en el Malecón, un poco más allá
de la Marina de Guerra, el sol, ardiente, me quemaba la cara y las manos. La
espalda me la congelaba un aire extremadamente frío que procedía
del Norte. Eran las dos de la tarde.
Miré hacia el mar. El shock fue enorme. Un agua verde claro me
permitió ver las finas y cortas algas que, prendidas de las rocas, se mecían
al ritmo del oleaje. ¡El agua de la bahía de la Habana estaba
limpia! O parecía estarlo.
Me levanté y crucé la Avenida del Puerto. Casi me atropella un
Ford de 1908 que venía desde la entrada de la bahía hacia la
terminal de ferrocarriles. El lumbago. ¿Qué le voy a hacer? Mi
intención era visitar a una amiga que había vivido seis meses en
Miami con su familia. Encaminé mis pasos hacia su casa huyendo de las
sombras que proyectaban edificios y árboles.
Al doblar la esquina de Empedrado y Cuba, ángulo izquierdo de la
Catedral de la Habana, bajé por la adoquinada calle hasta el nacimiento
de otra que allí toma el nombre de Tejadillo, donde un pequeño
hostal, inaugurado hace pocos meses, produjo el milagro de que se pintaran todas
las fachadas que se enfrentan a sus ventanas. De esta manera, la calle Tejadillo
es limpia y hermosa en un tramo de sólo cien metros. Más allá,
sucia, derrumbándose y hacinada.
Caminé por Tejadillo hasta llegar a una paladar llamada El Yejar,
donde tomé un chocolate bien caliente. Ya estaba preparado para enfrentar
a mi amiga.
Después de los besos y saludos me hizo entrar a su casa. Me hizo un
excelente café tostado por ella y comprado en grano en el mercado negro,
por supuesto.
Lo inexpresable es que ella, era realmente otra. Su piel era diferente. El
teñido de su pelo era el adecuado. Sus espejuelos bifocales evidentemente
eran made in USA. Era como si hubiera salido, recién, de un salón
de belleza donde incluso la hubieran vestido.
"Mi familia está muy bien. Mi hermano, el inválido, me
robó más tiempo. Me dediqué a cuidarlo. A pesar de que no
le falta nada. Vive en un pequeño y pulcro apartamento de un edificio
construido especialmente para minusválidos. Todo lo tiene a la mano y con
la máxima comodidad. Mi hermano se preguntaba si se hubiera quedado inválido
en Cuba en qué condiciones viviría. Ponce, tú conoces que
yo soy tan fea como tan franca. ¡Qué bien se vive allá! ¡Claro,
hay que trabajar duro!"
Esta mujer es revolucionaria. No es orientada por la Sección de
Intereses de Norteamérica ni por la Fundación Nacional Cubano
Americana ni por la Central de Inteligencia Americana. Sólo es una mujer
de este pueblo que sufre el terrible dolor de la división familiar.
¿Es ella una vocera de la extrema derecha miamense? ¿Tiene ella
algo que ver con la Ley de Ajuste Cubano?
¿Quién realmente tiene la culpa de que uno de cada cinco cubanos
no viva en su tierra? ¿Son las palabras suyas y las de cientos de miles de
compatriotas que viven en Estados Unidos de América cantos de sirenas? ¿Del
paraíso se huye?
Ya no valen las manifestaciones multitudinarias dirigidas, ni las, por
cierto muy bien elaboradas, mesas redondas. En 1990, quizás un poco más
tarde, este pueblo, el cubano, se desprendió los restos de su lealtad al
partido para poder sobrevivir, llegando muchas personas hasta el delito para
poder lograrlo. Los sueños desde mucho antes estaban muertos. Los jóvenes,
en los discursos en que siempre se les ha vendido El Futuro, ya no creen. Sólo
desean un presente que les permita proyectarse hacia adelante, mejorando económicamente,
e intuyen, o conocen, que en un sistema como el cubano el futuro no es de ellos.
¡Cuánta demagogia necesitan los que están en el poder
para hacer malabarismos de credibilidad!
Mi amiga llora, pensando en su hermano, pero a la vez me dice que él
tiene el espíritu muy arriba. Quiere volver a Miami este año, pero
no sabe si después de estar seis meses allá la Sección de
Intereses de Norteamérica le dará visado de entrada nuevamente. Su
hijo y marido la embullan para que vuelva a Estados Unidos porque según
ellos, vino cambiada, mejor.
La dejé pensando en la "asesina" Ley de Ajuste Cubano y salí
de su casa. Frente a mis ojos tenía la casa de otra amiga; ésta
vivió dieciocho años en Estados Unidos y volvió con perro y
vajillas. ¿Una excepción? No la visité. Me sentía
cansado.
Bajé por la calle Chacón hasta el Seminario de San Ambrosio y
San Carlos. Seguí su fachada hasta llegar a la puerta de Mercaderes #2.
En pleno zaguán la vaharada de marihuana que exhaló El Menor casi
me tumba al piso. Es de buena calidad. ¿Dónde la obtendría?
Ya en mi apartamento, las voces de la Drag Queen que cocina en la Paladar
ilegal de arriba y de la dueña del antro me apartaron de las
disquisiciones políticas. Estaban hablando, a gritos, de penes y otras
cosas relacionadas. Estos son personajes de confianza para el Ministerio del
Interior de Cuba.
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