Interrogantes
Víctor Rolando Arroyo, UPECI
PINAR DEL RIO, enero - Hace pocos días, más de once millones
de cubanos arribaron a una nueva época involucrados -quieran o no- en una
avalancha ideológica sin precedentes en nuestra historia como nación.
El retorno al país de un niño sirvió al régimen
comunista de Cuba de fundamento para librar una cruzada en el ámbito
nacional donde, al decir de algunos, "empleó hasta el último
hombre y el último duro".
Ocasiones como ésta son de obligatorio análisis.
¿Qué ha ganado y qué ha perdido Cuba en estos 42 años
de férreo control comunista?
Trillaría el camino si repitiera conceptos como libertad, democracia
y derechos humanos. Al igual que si me refiriera a la salud, el deporte o al
discrepante concepto de instrucción o educación.
Pienso que hay conductas que han marcado al cubano en estas más de
cuatro décadas, y que lastraran su actuar en muchas de las venideras
incluso de producirse el cambio en las próximas horas.
La psicología del criollo se ha limitado a un reflejo de subsistencia
en condiciones tan anómalas que han crecido formas de comportamiento que
erosionan su identidad.
Miles de familias cubanas viven hoy, sin reflejar el más mínimo
pudor, de las remesas familiares; de la actividad económica ilícita;
de lo que consigue la hija quinceañera prostituyéndose con los
turistas extranjeros o de lo que "resuelve" el versátil
funcionario político o administrativo o el gerente que, como milagro
divino, le ha tocado a ésta u otra familia.
El convencionalismo corroe desde la vida privada hasta el más
elemental respeto humano y facilita que prolifere un sentimiento de deslealtad
que propicia que el oportunismo oficial controle, divida e impida se consolide
la unidad de sus oponentes.
Tales conductas reducen sensiblemente la iniciativa creadora del cubano, y
se extiende perniciosamente por toda la sociedad.
Nos mentimos públicamente unos a otros. Juramos al sistema político
una lealtad que no vamos a cumplir, pero le facilitamos a éste la imagen
con la que él se alimenta y muestra al exterior una unidad nacional
inexistente en la realidad.
La diáspora, consecuencia afortunada de los males antes expuestos,
llevó consigo no sólo sus penas, sino que allende la mar se
guardan costumbres y tradiciones, e incluso en estos años de desarraigo
ha logrado preservar el sentido de la lealtad familiar, olvidado por muchos de
acá. Ellos han llevado por el mundo la peculiaridad del cubano y la han
enriquecido.
Hoy hasta la propia nomenclatura comunista habla de la época
post-Castro. De seguro ésta llegará, pero lo más
preocupante es en qué condiciones el pueblo arribará a ese
esperado momento, si ya es evidente la crisis que acontece en el ámbito
social, laboral y estudiantil, por sólo citar tres sectores en los cuales
el régimen trata de revertir el estado en que los sumió por su
misma incapacidad.
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