Randylandia
Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro
LA HABANA, enero - Había una vez un país inexistente en la
geografía de la cordura. Surgió del delirio de una fiebre maligna
que trajeron a sus predios unos conquistadores sin escrúpulos. Era un país
de adjetivos. Sus pobladores no padecían hambre. Saciaban su apetito con
una sopa de palabras. Cualquier dolor lo sanaban con una frase bonita. Cualquier
anhelo lo alcanzaban con un discurso. Eran muy felices los habitantes de
Randylandia, que así se llamaba el país de marras.
En Randylandia no había contradicciones ni antagonismos. Todos se habían
puesto de acuerdo, según Dando Real, desde antes de nacer para
demostrarle al mundo que estaban totalmente conformes con el reinado de Don
Discursón, un monarca longevo y apostólico que gobernaba desde la época
de los antiguos Apóstoles.
Cuando Don Discursón decía "verde claro" nadie se
atrevía a repetir "verde" solamente. Calcaban la frase íntegramente
y la reiteraban hasta tanto El Perínclito no dijera "verde tenue".
Nada era más peligroso que cambiar el sentido de una sentencia de su
majestad.
Don Discursón era dadivoso como ningún rey lo haya sido.
Repartía el alimento, los medios de locomoción, los pupitres, las
pócimas, la inteligencia, los cargos públicos, los modales, los
castigos y las palabras. Nadie más que él podía repartir.
En el reino nada era de nadie. Todos eran dueños de todo a través
del Rey que era el verdadero dueño de todo y de todos en el reinado.
Los Heraldos de Don Discursón tenían nombres exóticos y
eufónicos. Se llamaban Tártaro Barrido o Reñato Terco y no
perdían nunca ni una coma que les dictara en su claro, preciso,
inamovible dictado el Gran Dictador. Jamás cambiaron una tilde. El nombre
de "las cosas" y "los algos" se los ponía Don Discursón.
Cierta vez a Reñato Terco se le ocurrió opinar sobre la cosecha de
palitos dulces, principal fuente ingresos de Randylandia, y estuvo quince años
sin poder tocar la trompeta de la corte. Sin embargo, Tártaro Barrido fue
siempre muy aplicado y obediente aunque le tocara ser un trompetón de
segunda.
Randylandia fue un país de muy buenas relaciones con los otros
reinados. Les enviaba curanderos y peones y recibía a cambio espaldarazos
y votos risueños en los concilios.
Randylandia tuvo un solo enemigo. La batalla fue larga y encarnizada.
Randylandia se defendía con potentes misiles de epítetos roñosos
y el enemigo le enviaba una plaga de papelitos verdes, muy contagiosos ellos,
que terminaron por devastar los campos de Randylandia. Todos enloquecían
con ellos, tanto si los contagiaba como si nunca se infectaban. Caían en
una especie de convulsiones que los hacía saltar de una orilla a la otra
del mar.
Fue tanta la fama que, por su opulenta pobreza, alcanzara Randylandia que en
Cuba existe un programa de narraciones para niños que se llama Mesa
Redonda Informativa y se transmite todas las tardes por la televisión
para rendir homenaje a tanta fantasía de un país donde no existían
enfermedades ni analfabetos ni automóviles, ni quesos ni teléfonos
ni metros ni zapatos ni compotas ni café ni mantequilla ni ómnibus
ni creyones ni perfumes ni bistec ni caramelos ni pantuflas ni sábanas ni
papel higiénico ni chorizos ni refrescos ni opiniones.
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