CUBANET .INDEPENDIENTE

16 de enero, 2001


Política municipal y fiestas tradicionales

Manuel David Orrio, CPI

LA HABANA, enero - Un modo de hacer humos en los institutos preuniversitarios cubanos de los años 70 del siglo pasado, partía de citar a las tres leyes de la física newtoniana, o de "crear" otras. Por ejemplo, entre varones, decíase que la cuarta ley de Newton postulaba: "si un hombre orina, la última gota salpicará el calzoncillo, por mucho que el hombre sacuda".

Entre las leyes de tal humorística se encuentra la octava, según la cual la presencia de una orquesta de son, rumba, salsa o de cualquier ritmo cubano, necesariamente convocará a una muchedumbre de compatriotas. Aún recuerdo la mañana del velorio de mi difunto padre: justo al lado de la funeraria atronaba un tambor de negros, creo que dedicado a Yemayá, seguido con disimulo por alguna de las mujeres presentes en el funeral, absolutamente enfrentadas a la rebelión de sus caderas. El viejo debió de morir por segunda vez, guardado como estaba en el ataúd. De risa, porque él se las traía...

Con Newton, o sin él, una de las regularidades del carácter nacional es la de una desenfrenada pasión por el baile. Sólo en este país pueden nacer composiciones musicales cuyos estribillos propongan, por ejemplo, "soltar la muleta y el bastón, e ir a bailar el son". O uno más crudo: "que baile el cojo". Incluso, nuestra impronta rumbera ha motivado la proposición de hacer del baile un detector de dictadores potenciales, por medio de someter a exámenes danzarios a los futuros candidatos a la presidencia de la República: quien no apruebe, eliminado. Los promoventes de semejante idea afirman que la ausencia de oído musical y de pie ligero son los síntomas principales, en las condiciones cubanas, de una proclividad al abuso del poder, al catastrofismo económico y a la persecución policial del estilo bailador ajeno. A buen entendedor, pocas palabras...

Sin embargo, tanta pasión danzaria puede llegar a extremos ridículos, si por casualidad la afición al pasillito se mezcla con la ignorancia, o la manipulación política de semejante goce. Por la primera, la historia musical isleña atesora la anécdota de un anuncio pueblerino, que llamó "a bailar y a gozar con la Orquesta Sinfónica Nacional". Por la segunda, cual modo de hacer política "municipal y espesa" -dijo Martí- puede el diario oficioso Granma publicar el 6 un editorial titulado "A pesar del frío", donde se interpretó como apoyo popular a Fidel Castro el hecho cierto de miles de cubanos festejando en todo el país el advenimiento del año, siglo y milenio nuevos, en plena calle y bailando a todo trapo. Puede ser; pero también puede no ser. La identidad nacional, expresada a través del baile, no se relaciona necesariamente con las simpatías políticas. Los cubanos bailamos aunque no querramos, y hacemos política si queremos. Tan sencilla verdad parece incomprensible para quienes demuestran, así, un personal desconocimiento de las raíces profundas de la idiosincrasia patria. Por otro lado, decir, como algunos medios de prensa a los cuales Granma se refiere, que los festejos callejeros organizados por el gobierno de Fidel Castro nada más convocaron a "menguados grupos cubanos" es, por lo menos, ser bien inexacto.

Entender lo ocurrido en plazas y calles de Cuba este fin e inicios de año pasa por aceptar que bailar es primero, sobre todo si desde lustros atrás se padece de una notable carencia de sitios públicos donde hacerlo. ¿A cuánto asciende el precio de entrada a una discoteca, en dólares o en moneda nacional? ¿Cuánto puede costar una noche de boleros en los jardines de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, y es uno de los pocos lugares relativamente asequibles en la capital?

El historiador y diplomático estadounidense George Kennan describió de manera brillante estos procesos, típicos de los estados totalitarios y post-totalitarios, en los que la población entra constantemente en complicidad con el poder. Según Kennan, la gente asiste, participa de la puesta en escena -y fue así en los festejos, al parecer- y después hace lo que en verdad desea; en este caso, bailar. Ni una "típica bravuconada de Castro", como apuntó el corresponsal de Reuters Pascal Fletcher, ni "entramos al nuevo milenio con la felicidad hecha fe", como expresó Granma en su editorial. Simplemente, bailar. Las fiestas populares tradicionales pueden ser manipuladas por la política municipal y espesa; pero, más temprano que tarde, las primeras acaban por aplastar a la segunda.

A pasos de baile, diría Newton.


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