La ronca voz
de las madrugadas
Manuel David Orrio, CPI
A Carlos Quintela, in memoriam
LA HABANA, enero - La primera vez que escuché la ronca voz de Carlos
Quintela, a través de las ondas de Radio Martí, fue una de esas
madrugadas tristes y frías del terrible 1993 de la Cuba del picadillo de
soya. Por entonces, ya disidente, ostracido de casi todo, laboraba como sereno
en un mercado de productos agrarios racionados, por un salario que llegó
a ser de un dólar al mes. Su gerente me consideraba loco; pero supo
apreciar que ni robé, ni dejé robar. Con ese argumento no hubo
Seguridad del Estado capaz de lograr que me dejara cesante.
La ronca voz de Carlos Quintela me llegaba en aquellas madrugadas de
escribir "para la gaveta", y de cuidar más del motor de agua
que de las casi inexistentes mercancías, para hablarme del campo cubano,
de su agricultura; lo hacía cargada de acentos nostálgicos por las
arboledas de Arroyo Naranjo y las calles de La Habana. Periodista agrícola
por excelencia, Quintela siempre luchó por la libertad; para él,
esa libertad encarnó en la imagen de un guajiro dueño de la
tierra, capaz de sostener al país con sus manos rudas y su hablar de
hombre libre. La historia de Cuba, a su tiempo, registrará con letras de
oro que Carlos Quintela cumplió una misión de Dios, quien apenas días
atrás le llamó a su seno. Y digo así, misión de
Dios, porque la ronca voz de las madrugadas dedicó su exilio político
a ser, como la de nadie, la voz de un guajiro que grita una palabra mágica:
¡Libertad!
Escucharle aquella primera vez trajo un presentimiento: algún día,
por motivos entonces desconocidos, su voz y la mía recorrerían el
mismo trillo. Dijo alguno que las madrugadas son buenas para las victorias de
los perdedores. Carlos Quintela, y yo, sentimos en el contrapunto de las voces
la común pertenencia al equipo de los derrotados, mas nunca destruidos.
Podrá pensarse que sí, o que no; podrá pensarse que sólo
son palabras de ocasión. Pero el dato cierto fue el del presentimiento,
que se materializó: apenas cuatro años más tarde, la voz de
Quintela, y la mía, se unieron en las madrugadas de Radio Martí
para hablar a los guajiros de un sueño de libertad: la tierra para quien
la trabaja, el mercado libre y la mano fraterna para el necesitado. Una buena
causa exige perdedores; tipos absurdos con narices torcidas de boxeadores
frustrados, como la de Carlos Quintela; con ellos, es con quienes en verdad se
cuece la levadura de las victorias; con ellos, abren los corazones las alamedas
del futuro. Algún día, con letras de oro, la historia de Cuba
registrará cuánto significó la ronca voz de las madrugadas
para el movimiento de los periodistas independientes cubanos, particularmente
para quienes pusieron sus plumas al servicio de la libertad para los guajiros.
Carlos Quintela, desde las junglas del exilio, alzó la bandera de esa
libertad y la hizo ondear por todos los campos de Cuba. Dios le asignó
una misión; él, la cumplió. No quedará en el olvido.
Esta información ha sido transmitida por teléfono,
ya que el gobierno de Cuba no permite al ciudadano cubano acceso privado a
Internet. CubaNet no reclama exclusividad de sus colaboradores, y autoriza
la reproducción de este material, siempre que se le reconozca como
fuente.
|