CUBANET .INDEPENDIENTE

12 de enero, 2001


La ronca voz de las madrugadas

Manuel David Orrio, CPI

A Carlos Quintela, in memoriam

LA HABANA, enero - La primera vez que escuché la ronca voz de Carlos Quintela, a través de las ondas de Radio Martí, fue una de esas madrugadas tristes y frías del terrible 1993 de la Cuba del picadillo de soya. Por entonces, ya disidente, ostracido de casi todo, laboraba como sereno en un mercado de productos agrarios racionados, por un salario que llegó a ser de un dólar al mes. Su gerente me consideraba loco; pero supo apreciar que ni robé, ni dejé robar. Con ese argumento no hubo Seguridad del Estado capaz de lograr que me dejara cesante.

La ronca voz de Carlos Quintela me llegaba en aquellas madrugadas de escribir "para la gaveta", y de cuidar más del motor de agua que de las casi inexistentes mercancías, para hablarme del campo cubano, de su agricultura; lo hacía cargada de acentos nostálgicos por las arboledas de Arroyo Naranjo y las calles de La Habana. Periodista agrícola por excelencia, Quintela siempre luchó por la libertad; para él, esa libertad encarnó en la imagen de un guajiro dueño de la tierra, capaz de sostener al país con sus manos rudas y su hablar de hombre libre. La historia de Cuba, a su tiempo, registrará con letras de oro que Carlos Quintela cumplió una misión de Dios, quien apenas días atrás le llamó a su seno. Y digo así, misión de Dios, porque la ronca voz de las madrugadas dedicó su exilio político a ser, como la de nadie, la voz de un guajiro que grita una palabra mágica: ¡Libertad!

Escucharle aquella primera vez trajo un presentimiento: algún día, por motivos entonces desconocidos, su voz y la mía recorrerían el mismo trillo. Dijo alguno que las madrugadas son buenas para las victorias de los perdedores. Carlos Quintela, y yo, sentimos en el contrapunto de las voces la común pertenencia al equipo de los derrotados, mas nunca destruidos. Podrá pensarse que sí, o que no; podrá pensarse que sólo son palabras de ocasión. Pero el dato cierto fue el del presentimiento, que se materializó: apenas cuatro años más tarde, la voz de Quintela, y la mía, se unieron en las madrugadas de Radio Martí para hablar a los guajiros de un sueño de libertad: la tierra para quien la trabaja, el mercado libre y la mano fraterna para el necesitado. Una buena causa exige perdedores; tipos absurdos con narices torcidas de boxeadores frustrados, como la de Carlos Quintela; con ellos, es con quienes en verdad se cuece la levadura de las victorias; con ellos, abren los corazones las alamedas del futuro. Algún día, con letras de oro, la historia de Cuba registrará cuánto significó la ronca voz de las madrugadas para el movimiento de los periodistas independientes cubanos, particularmente para quienes pusieron sus plumas al servicio de la libertad para los guajiros. Carlos Quintela, desde las junglas del exilio, alzó la bandera de esa libertad y la hizo ondear por todos los campos de Cuba. Dios le asignó una misión; él, la cumplió. No quedará en el olvido.


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