CUBANET .INDEPENDIENTE

8 de enero, 2001


Las caretas

Pedro Crespo, Grupo Decoro

LA HABANA, enero - Unanse estos accesorios para disimular, alterar y ocultar el rostro en dependencia de la creatividad y las potencialidades del sujeto y también muy ligado a las situaciones que lo pueden exigir. Con una careta un hombre puede parecer una mujer y viceversa, un anciano se confundiría con un niño y hasta con un animal.

Cuando las circunstancias lo indiquen el individuo puede verse en la "obligación" de usar o cambiar caretas, si es que ya trae alguna en exhibición. Algunos piensan, y no sólo esto sino que lo llevan a la práctica, que no se debe ir a la tienda con el rostro natural y que al trabajo no se debe llevar la misma máscara de la bodega. El antifaz de esta última debe ser de expresión dura, intolerante e impaciente; es la mejor forma de cuidarse del robo, de los enredos de la cola (fila), del "facho" (robo, en el argot popular) del dependiente. La careta del trabajo, por el contrario, debe ser dulce, aunque con tonalidades, en dependencia de la persona y del lugar para donde se está dirigiendo la atención.

Si uno mira para arriba, para el jefe, la tonalidad de dulzura debe ser máxima y se le debe agregar un poquito de humor y unas gotas de tolerancia, de paciencia y hasta de "sangre fría", para no entrar en contradicciones con el "uno".

A medida que se va doblando el cuello, las personas van siendo de menor nivel; entonces, la dulzura no debe ser tanta, ya hay que darse cierto aire de importancia y no permitir algunos jueguitos que en la oficina del jefe se soportan con agrado. Esto es por si acaso se llega a ser un "cuadro" (dirigente comunista, en el argot gubernamental).

Conozco a muchos que hablan de una máscara de "hombre duro" ante las mujeres. Dicen que mientras más fuerte es el trato hacia ellas, mayor es el fruto de obediencia sumisa que se logra. Aquí no estoy muy claro si la dureza en el rostro es con las muchachas o con los "socios" cuando se van a hablar de las mujeres, porque he sorprendido a más de un amigo llorando a escondidas delante de su novia como si fuera una muchachita desconsolada.

¿Y qué decir de las máscaras que se usan en las discotecas? Me sorprenden esos rostros despreocupados y desconectados de la realidad del país. Son más dulces y más felices que los que ponen los locutores del Noticiero Nacional de Televisión cuando ocurren los inesperados baches en los reportajes de última hora.

Los que acuden a esos centros de recreación nocturna parecen vivir al ritmo de la vida de ultratumba, ya fuera de las angustias, y dispuestos a comerse el mundo con una música que los hace sentirse Superman o la mamá de Tarzán. Hay que verlos fuera de ese ambiente tan exaltador; aquí los ves con el mundo encima y aplastados. No sé si comprenderán que lo de por las noches es sólo una máscara, para usar allá adentro.

Creo que lo peor del uso de las caretas es el saldo final. Sí, me refiero al momento en que uno no sabe cuál es la máscara que trae puesta o, peor todavía, cuando no te das cuenta si eres tú o una de las tantas caretas usadas en la faena diaria. O, aún más grave, cuando no se sabe cuál es la cara propia, porque usada sólo a raticos ha terminado por empolvarse y desteñirse, en vez de maquillarse sanamente con las virtudes que de manera natural Dios le da a cada persona, y que Jesucristo exige desarrollar como un talento que puede producir mucho puesto en manos eficaces y responsables.

Ojalá y el comienzo de este nuevo año nos permita mostrar un rostro de sinceridad, solidaridad, dignidad y confianza en el mejoramiento humano, de manera que podamos buscar, abrir y transitar nuevos caminos que hagan posible salir del estancamiento de más de cuatro décadas, donde la doble moral y la promoción de una cultura de antivalores han puesto en crisis a nuestra sociedad.

El inicio de un nuevo año nos invita a todos a buscar, sin caretas, en lo profundo de nuestro corazón nuestras fuentes de alegría, gozo y compromiso social, para sentirnos más cerca de Dios y unidos a su proyecto en la persona de su hijo Jesús. Nos invita a la reconciliación, a deponer las armas y las barreras que matan y dividen; a practicar el amor y la justicia. Si no se da esto, todo lo demás quedará solamente en lo bonito de las celebraciones, pero no tocará nuestras fibras más internas.

¡Feliz año y siglo nuevo con sabor milenario!


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