Desaparece
mi parque
María Elena Rodríguez
LA HABANA, febrero - Sí, éste, aunque usted no lo crea, es el
parque de la barriada capitalina de Santos Suárez. Aquí aprendí
a caminar, a montar patines y la bicicleta roja que recibí un Día
de Reyes... hace muchos años.
Entonces, sobre las cinco de la tarde, el parque se llenaba de sonrisas
infantiles. Los más pequeños al centro, los mayores por fuera
montaban en sus ciclos o en patines o jugaban pelota en la plazoleta.
Otros pequeños se refugiaban en la magia de una pequeña
biblioteca, con inmensos y repletos anaqueles y muebles brillantes. Allí,
recuerdo, me encontré con Cenicienta, con la inolvidable Blanca Nieves y
más tarde fui amiga de Emilio Salgari, Alejandro Dumas y muchos más.
Pero un día, cambié mi horario de visita, llegué al
anochecer y dejé de correr y saltar para sentarme en el rincón del
parque frecuentado por los enamorados.
Con mi pequeño radio portátil, tesoro de los años 70 en
Cuba, escuchaba el programa Nocturno. Mientras, a unos metros, mi madre
conversaba con unas amigas.
Estos árboles fueron los únicos testigos del apresurado aleteo
que acompaña al primer amor; de la alegría de mis amigos -hoy
todos residentes en Miami- cuando regresábamos de las fiestas o de los
encuentros donde repasábamos aquellas "guías de estudio"
para los exámenes.
Mi parque, porque es mío, se negaba a envejecer a pesar de que sólo
muy esporádicamente le daban algún retoque. El no quedaba conforme
y yo no me percataba, porque siempre lo he mirado con los ojos del amor y el
amor siempre es bello.
Así, mi parque me sorprendió un invierno leyendo "Mi vida"
de Isadora Duncan, en ropa deportiva, sudada, con dolor de espalda, cansancio en
las piernas y aquellas náuseas que no terminaron hasta que di a luz.
Ya en la primavera, delgada, empujando un cochecito, recorría el
parque en las mañanas sonriendo por los gorgojeos de mi bebé.
Un buen día Julio César -mi bebé para siempre- comenzó
a dar sus primeros pasos también aquí, en nuestro parque. Después
fue velocípedo, automóvil, carriola, hasta descubrir su gran amor:
el béisbol.
Entretanto, yo olvidaba las tensiones del divorcio cuidándolo y
estudiando un libro de texto de Ciencia Cristiana. Crecía y me fortalecía
espiritualmente.
Hoy, a sus doce años, Julio César me dijo: "Ya no me
gusta el parque. Es peligroso".
Ahora, ya no le quedan rosales, crotos, arecas ni hierba. Las perseguidas
almendras desaparecieron. Ya nadie riega sus árboles con aquella larga
manguera verde y no existe aquel "guardaparques", al que para escuchar
su alegre silbato siempre vigilante fingíamos que íbamos a pisar
el área verde del parque.
La biblioteca, que pertenece al Ministerio de Cultura, se cae a pedazos.
Hace años, con el plan de bibliotecas municipales creadas por el gobierno
de Cuba, la trasladaron. Desde entonces hace temporada en diferentes casas del
municipio cuyos residentes, según los vecinos, emigraron.
Donde estaba la plazoleta de juegos se construyó un círculo
infantil y una escuela.
El coche de caballo y el del chivo han intentado resurgir varias veces, pero
finalmente desaparecen.
Tal vez desaparezca un día el basurero de la esquina de San Indalecio
y Santa Emilia, aunque ahora siempre reaparece.
De veinticinco farolas cuatro desaparecieron y quedan sus bases como
constancia. Otra se inclina peligrosamente como abochornada de ver el estado del
lugar. En general, el alumbrado del parque hace años dejó de
existir.
De treinta y cuatro bancos sólo queda uno en servicio, en muy mal
estado. Primero desaparecieron los listones de madera. Luego, los laterales de
hierro fundido y labrado en los cuales rezaba la inscripción: "R.C.
Ministerio de Obras Públicas". Algunas de estas piezas se
encuentran abandonadas en lo que otrora fue el césped.
Para rematar, existe un salidero de agua potable que sale de la antigua
biblioteca y atraviesa el parque. Es un buen criadero de mosquitos.
Deterioro, falta de alumbrado, de mantenimiento y de vigilancia han hecho
del parque de Santos Suárez un sitio inseguro por el cual las personas
muchas veces temen transitar. Es considerado una especie de "zona franca"
donde se hace vida sexual, se bebe ron y hasta se fuma marihuana.
Algunas noches un carro patrullero pasa alumbrando al interior del parque
con un reflector.
Hace algo más de un año comenzó la reparación de
esta plaza, pero, se dice que por falta de cemento, se paralizó la obra.
El cemento -se rumora- debe ser traído de Nuevitas, región situada
a unos 500 kilómetros de la capital cubana, cuando en las cercanías
existen cuatro fábricas de ese producto.
Recientemente colocaron diez patas de granito para levantar cinco bancos,
pero apenas llegaron al mes, pues amenazaban con caerse y fueron retirados.
Los materiales de construcción invaden el parque incluso en la parte
del área verde.
Alumnos de escuelas cercanas son llevados al parque y, mientras sus maestras
conversan entretenidamente, los pequeños acaban con lo poco que va
quedando en buen estado o se suben al techo de la otrora biblioteca.
Esta situación hizo que un trabajador, de los que algún día
remozarán el parque, exclamara: "Cuando se concluya, a este paso y
con esta situación incontrolable, tendremos que volver al principio".
Un oficial retirado, del Ministerio del Interior, manifestó: "Aquí
enamoré a mi esposa, es una vergüenza, causa dolor ver cómo
está este parque".
Un pequeño teatro guiñol, con excelentes obras, que funcionaba
en este parque fue cerrado a mediados de la década del 80. Actualmente,
en lo que fue una pequeña galería de artes plásticas,
sesiona sin éxito un llamado rincón del bolero.
El caso del parque de Santos Suárez no es el único en esta
capital. El parque Manila, en el municipio Cerro, construído bajo el
mismo proyecto en 1940, está en iguales o peores condiciones. Su
biblioteca fue demolida.
La gente se ha cansado de plantear el asunto a cuanto organismo del Estado
existe. La destrucción sigue avanzando.
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