Retrato para
una historia venidera
Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro
LA HABANA, febrero - Leonardo Miguel Bruzón Avila acaba de salir de
la cárcel. Lo tuvieron preso porque quiere que su Patria sea de otra
manera. No es un ladrón ni un criminal. No ha asaltado un banco ni ha
asesinado a nadie. Sólo ha alzado su voz para decir que no está de
acuerdo.
Leonardo Miguel Bruzón Avila es un hombre sencillo. Tiene cuarenta y
cinco años, y vaya coincidencia, ha estado cuarenta y cinco veces preso.
Lo han detenido por no cejar en su empeño de parecerse a los padres
fundadores de la Patria. No quiere más que poder vivir, pensar, decir lo
que todo hombre, al venir a la tierra, tiene derecho. Para doblegarlo le han
apresado tanto.
Estudió Licenciatura en Economía y vive en una casa humilde de
la calle Campanario. Ha sido profesor, economista, gastrónomo,
cocinero. Tiene una esposa noble y tres hijos hermosos. Cree en Dios y en la
belleza de la vida. Modesto, como puede serlo un árbol en su grandeza,
no anda por el mundo ostentando su valor. Simplemente batalla porque en su país
el aire sea más respirable.
Sin embargo, aquella mañana del 3 de diciembre del 2000, cuando
Mercedes Lam Lee escuchó los toques y acudió presurosa a la puerta
no fue para abrirle a un vecino que viniera, como si fuera suya la casa de
Bruzón, a pedirle un favor; no fue para darle paso a un amigo que
viniera, como si fuera un regazo la casa de Bruzón, a tomar un descanso
y un café; no fue para abrirle a un hermano de lucha que viniera, como
si fuera un resguardo la casa de Bruzón, a buscar el aliento necesario
para continuar; fue para hallarse, de repente, con el rostro iracundo de dos
oficiales de la policía política que venían, como si no
fuera su casa la casa de Bruzón, a llevárselo preso.
Desde aquel día hasta el 1 de febrero del 2001 Leonardo Miguel Bruzón
fue retenido en la Unidad de Policía de las calles 100 y Aldabó,
en el hospital militar de Marianao, en la sede de la policía política
de Villa Marista y en el reclusorio de Valle Grande. Lo esposaron, desnudo, a
los barrotes de una celda solitaria, lo sometieron a bajas temperaturas en una
habitación oscura; cuando se declaró en huelga de hambre, ya
desfallecido, lo obligaron a alimentarse por medio de venoclisis, lo confinaron
en un pabellón junto a delincuentes comunes y lo intimidaron diciéndole
que lo procesarían por una causa de Sedición e Incitación
a la Rebelión.
Leonardo Miguel Bruzón Avila es un hombre pacífico. Yo lo
conocí una tarde en casa de Héctor Maseda. No había en su
rostro ni en su voz nada de ferocidad. Más bien un hombre bueno de
ademanes suaves y mirada dulce. Sólo la firmeza de su pensamiento
revelaba lo sacrificial de su alma. Se mostraba más mártir que
guerrero. Sus armas eran el discurso sereno y la reflexión sensata. Supe
desde entonces que pertenecía a esa estirpe de los que se mueren como y
por lo que piensan.
Por eso resistió el encierro y las privaciones, las amenazas y el
ayuno. Fueron cincuenta y ocho días de cara a la crueldad. Allí no
tenía amigos benévolos ni alimentos fortificantes. Sólo
sus oraciones, rogándole a Dios que lo ayudara, eran su compañía
y su sustento.
Cuando supe de su liberación fui a visitarlo. Era el siete de febrero
y se corrían rumores de que lo habían vuelto a arrestar. No me
cabía en la cabeza tanto ensañamiento. Por suerte estaba en su
casa. Pero no era el hombre que yo había visto antes. Este que me
abrazaba pesaba veinte kilogramos menos, sus ojos estaban mustios, hablaba
atropelladamente, perdía la coherencia, se quedaba abstraído. Las
huellas de la prisión se patentizaban en una salud deteriorada, en una
psiquis alterada. Después de unos minutos comprobé que el
deterioro era sólo físico. Desde su salud quebrantada, desde sus
nervios desajustados se alzó el espíritu indoblegable.
"Ahora están preocupados por mi salud", dijo. Yo miré
su mano izquierda con un notable temblor parecido al Parkinson. No lo tenía
aquella tarde en casa de Maseda. Yo miré la palidez de su rostro. No la
tenía aquella tarde en casa de Maseda. Yo miré sus pasos
titubeantes. No los tenía aquella tarde en casa de Maseda. Yo sentí
su disnea. No la tenía aquella tarde en casa de Maseda. ¿Qué
pasó con su mano, qué pasó con su rostro, qué pasó
con sus piernas, qué pasó con sus pulmones?
"El coronel Boris Luis me propuso atención médica en un
hospital especializado del gobierno. Por eso vinieron a buscarme el día
cinco y me condujeron a una casa ubicada más allá de Playa
Baracoa. Ahora son los buenos de esta película. Pero mi familia no sale
de un susto para entrar en otro. Quisiera que entendieran que no necesito su
atención. Para eso está mi familia, mis amigos, los médicos
en quienes yo confío".
Leonardo Miguel Bruzón Avila es el presidente del Movimiento Pro
Derechos Humanos 24 de Febrero y cuando lo invitan a alguna convención en
el extranjero no le otorgan permiso de salida, no le permiten legalizar su
asociación, le prohiben las manifestaciones públicas, no le
brindan acceso a los medios de comunicación masiva y, con operativos
policiales, le abortan sus reuniones; luego lo acusan de asociación ilícita,
de reuniones ilícitas, de incitación a la rebelión;
mientras, él ve por la televisión cubana desfilar a cuanto
opositor a sus gobiernos arriba a la Isla, sin que al regreso a sus países
les ocurra lo más mínimo. Los defensores de los derechos humanos
son muy bien vistos aquí, siempre que los defiendan en otro sitio.
Por esa causa ya Leonardo Miguel Bruzón Avila cumplió dos años
y medio de cárcel entre 1996 y 1999 en la penitenciaría conocida
como Combinado del Este acusado de Desacato, Asociación y Manifestación
Ilícitas, sancionado por el tribunal Popular Municipal de 10 de
Octubre.
Me lo cuenta modestamente, sin el más mínimo asomo de
petulancia. Para él son desgracias propias de quien un día decide
luchar porque el mundo sea mejor, y que se hagan realidad los sueños de
quienes aman al ser humano. Sabe que toda obra grande acarrea sacrificios.
Me voy de su casa pensando que la semilla de los héroes no se ha
secado en Cuba, que la foto y las huellas dactilares tomadas a Leonardo Miguel
Bruzón Avila en una celda de la policía política cubana un
día serán la página de otro libro de historia que más
tarde se escribirá y podrán leer, ya sin el miedo de que lo
acusen de leer literatura subversiva, nuestros nietos.
Retrato para
una historia venidera (II)
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