Maikel y
Alberto: ¿Víctimas o héroes?
Tania Díaz Castro
LA HABANA, febrero - Por supuesto que el gobierno de mi país, Cuba,
no puede reconocer las verdaderas razones por las que dos jóvenes, casi
niños, perecieron en el intento de llegar a Estados Unidos ocultos en el
dispositivo del tren de aterrizaje de la aeronave Boeing 777 de la British
Airways el pasado 24 de diciembre, con el propósito de escapar de su
entorno.
Maikel Fonseca Almira, de 16 años, y Alberto Esteban Vázquez
Rodríguez, de 15, estudiaban en la conocida escuela "Los Camilitos"
bajo una rígida disciplina militar -en vez de aulas, pelotones; en vez de
nivel educacional, batallones. Vestían uniformes militares cada día
y juraban ser como el Che en cada matutino.
El gobierno de Fidel Castro engaña a pocos con su propaganda contra
la Ley de Ajuste Cubano, la que existe hace más de tres décadas
sin que hubiera tanta alharaca en torno a ella. Maikel y Alberto, aunque
inmaduros, sí, no eran ciegos ni sordos. Mucho menos, válgame
Dios, pusilánimes ni sumisos. Ni siquiera le temían al Estado, que
ya es mucho decir, pues como bien dice el destacado político y periodista
Carlos Alberto Montaner "es el único depredador autorizado a
matarnos de un trancazo".
Maikel y Alberto vivieron en Cuba por espacio de más de quince años.
Se trataba, estoy segura, de dos chicos valientes y aguerridos. Como jóvenes
al fin, se daban cuenta de la falta de libertad que sufrimos los cubanos. Sabían,
y dieron prueba de ello, de que tal como dice el citado periodista "libre
es el que rechaza. El que tiene que acatar no es libre".
Maikel y Alberto rompieron con la disciplina que impone el Estado cubano.
Conocían perfectamente las diferencias entre sociedades libres y
totalitarias. Cuando tomaron la decisión de abandonar la sociedad donde
vivían, en busca de la otra, sabían los riesgos que correrían
al querer hacer sus propias vidas de la forma que ellos soñaban. No
eligieron el mejor medio, pero sí conocían el camino.
Estamos, repito, ante dos chicos valientes, que de seguro miraban con un
oculto desprecio a los temblorosos, a los que se suman a una manada incapaz de
decidir por sí misma. Tenían estudio, comida, ropa, botas
militares nada cómodas, pero querían más. Querían,
como Icaro, tocar el cielo y lo lograron, porque huían de tantas
imperfecciones. De hombres, tal vez hubieran sido disidentes perseguidos o
miembros de un partido que jamás podría ser legal estando Castro
en el poder.
Me niego por eso a aceptar que carecían de angustias, tristezas,
inquietudes, razones y racionalidad, que fueran tontos o ingenuos hasta dejarse
engañar por alguien o por algo.
Aquellos que se van no se sienten atraídos por millones de dólares,
sino por cosas tan sencillas como un trabajo bien remunerado o hacer una vida
normal.
De ningún modo los considero víctimas, sino seres
privilegiados por su fuerza de carácter y tesón. Hasta es posible
que me recuerden los versos del poeta Casal: "porque en ti veo la tristeza
de los seres que deben morir temprano".
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