Lucha entre
padres
Lázaro Raúl González, CPI
HERRADURA, diciembre (www.cubanet.org) - Comparándolo con cualquier
otro país americano, procrear en Cuba implica un riesgo extra.
Probablemente usted escale todas las cimas, baje a todos los valles y derribe
los montes necesarios para bien criar a un hijo y, al final (que puede ser
siempre) su hijo no será suyo.
Y no se trata, como acontece en cualquier otra latitud, de que una vez
alcanzada su juventud, usted pierda por naturaleza la patria potestad sobre su vástago.
Lo que sucede es que desde que se nace cubano ya se trae en el imaginario
bolsillo el carné de comunista. Se lo regala el régimen que se
siente y proclama padre natural de todos los cubanos que habitan la Isla.
No es una cuestión más o menos optativa. Más que
cualquier prolongación genética, su hijo está predestinado
a servir, como un soldado insomne, a las glorias de las patria.
En Cuba no se puede ser conservador, liberal o comunista. Sólo es válida
la última opción. Y abstenerse de la militancia es muy poco fructífero.
La situación está planteada de un modo que le es a usted tan
desventajoso que, a primera vista, parecería inútil librar
cualquier otra batalla. Aquí es tan omnipotente el estado que es
preferible entregarle al hijo antes de criarlo fuera de él. En Cuba el
universo es el estado. Suyo es el reino todo: los acueductos y la televisión,
las banderas y las guaguas, las togas y las redes, las imprentas y las panaderías,
las espigas y las visas, el oxígeno y la carrera de doctor, las tiendas y
los pupitres.
Es el fuero draconiano que presuntamente en Cuba aceptó todo el
mundo. La única manera de que su hijo se diplome de ingeniero o de
plomero es entrar por el aro que indica el padre mayor.
Claro que hay motines. Los padres no comunistas, que son en Cuba la mayoría
potencial, protagonizan a diario las más sutiles o francas rebeliones
contra el dogma oficialista que se inculca a sus hijos en las escuelas, y a través
de la televisión y todos los otros agresivos medios propagandísticos
de que dispone el régimen. Aunque esta sorda batalla entre un estado
paternalista y los padres que deseen perpetuar su propia herencia se libra
mayormente de manera soterrada, no deja ello de tener sus héroes
exorcistas. Desmentir falsedades, desinflar exageraciones, definir ambigüedades,
completar espacios que dejan en blanco los programas educacionales, evacuar
dudas y negar totalitarismos constituyen escaramuzas consuetudinarias a través
de las cuales los padres tratan de contrarrestar el excluyente unanimismo que se
inyecta a sus hijos.
Asimismo, las enseñanzas domésticas intentan legar a los niños
valores tradicionales más apegados a la cultura cristiana, como la
tolerancia y la existencia de Dios.
La encarnizada lucha contra un estado paternalista-totalitario reivindica el
derecho de los padres cubanos a elegir el tipo de formación que prefieren
para sus hijos y adelanta una importante parcela del pluralismo que ahora se
niega a todos.
El día tendrá que llegar en que se recojan los frutos de esta
anónima batalla del pueblo de la Isla por no dejarse imponer un dogma único.
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