Laura y la
Cuba de Fidel
Tania Díaz Castro, UPECI
LA HABANA, diciembre (www.cubanet.org) - En Cuba manda Fidel Castro. El es
quien dice la primera y la última palabra. Una parte del pueblo lo sigue.
Otra no. El resto se mantiene indiferente. Pero todos por igual insisten en que
el país vuelva a la normalidad, como era antes del triunfo del régimen
castrista, cuando existía una sociedad civil capaz de dirigir su propia
economía.
Es por eso que hombres y mujeres de hoy se rebelan contra las prohibiciones
establecidas y se convierten en vendedores ambulantes, asisten a iglesias y
templos caseros, compran o venden sus casas, celebran la Navidad, producen
alimentos para vender a domicilio, juegan la lotería del extranjero,
realizan trabajos particulares a escondidas, ingresan a organizaciones
opositoras pacíficas y reprimidas por la policía política,
se convierten en periodistas independientes o no participan abiertamente en las
actividades políticas del gobierno.
Con mucha frecuencia, por ejemplo, tropezamos con una mujer, vieja o joven,
que anda buscando una casa donde trabajar como doméstica, algo que, según
el régimen, fue abolido cuando se marchó de la isla la alta y la
pequeña burguesía.
Laura vive en La Habana desde hace tres años. Cuando vino por primera
vez lo hizo para quedarse y llegó -me dice- con una bolsita de ropa
gastada y el monedero vacío. Persistió y ya tiene carné de
identidad con domicilio en la capital.
Ella nació en la zona montañosa de la provincia Guantánamo,
donde recogió café desde muy niña. Tiene cincuenta años
de edad y es divorciada.
"¡Volver al campo -exclama- sólo de visita!"
Luego prosigue: "Allá dejé muchos malos recuerdos y un
hambre de los mil demonios. En mi casa todo se fue perdiendo poco a poco: las
cosechas, los animales. Hasta sin mulos nos quedamos. No servía de nada
que de noche guardáramos los cochinos en la cocina y en los cuartos.
Hasta de día podían desaparecer".
Laura es la respuesta viva a las calamidades que sufre el cubano: la escasez
y el robo.
"No podía -continúa- seguir viviendo allí. Sí,
también me obligaron problemas personales".
En la actualidad, Laura es doméstica en una casa del Vedado habanero.
Le pagan en dólares. Para el Estado no quiere trabajar. Dice que en una
semana gana lo que le pagaría al mes cualquier empresa estatal.
"Además -aclara- es de la única forma que puedo ayudar
con algún dinero a los familiares que dejé en el monte. Hasta se
visten con las ropas que yo les mando".
Las personas para las que Laura trabaja reciben dinero de los Estados Unidos
y la tratan como a un miembro más de la familia.
"Por eso -agrega- no tengo complejos por ser una criada. Claro, me
gustaría conseguir un empleo en una casa de mejor posición económica.
Yo tengo una amiga que trabaja en la casa de... bueno, de un político
grande, y le va de maravilla. Vive en la misma casa, come muy bien, pasea en
auto hasta fuera de La Habana y le hacen buenos regalos".
Le doy gracias a Laura por la entrevista. Le prometo ocultar sus apellidos.
Así no tendrá que temer a represalias por parte de las autoridades
cubanas.
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