El tedio
Ramón Díaz-Marzo
LA HABANA, diciembre (www.cubanet.org) - Anoche estuve paseando por las
estrechas callejuelas de la Habana Vieja con un conocido del barrio, y lo hice
por los mismos lugares que Poncito y yo acostumbrábamos frecuentar, y
sentí tedio. Durante tres o cuatro horas intenté con este conocido
establecer la empatía que Poncito y yo habíamos logrado a través
de tantos años, pero quien a mi lado estaba era un tonto. Hablaba en voz
alta, como un loco, y a ratos tenía que decirle que bajara la voz. Me decía
cosas estúpidas, sin gracia. Entonces comprendí que se me había
ido uno de los mejores amigos espirituales que he tenido, un ser que en su
conversación a veces rayaba en la genialidad. Ahora la Habana Vieja me
resulta más desolada con sus cafetines improvisados con el único
objetivo de recaudar dólares rápidamente. Y con este conocido
estuve en el Cafe-Habana, situado en las calles de Mercaderes y Amargura, donde
cuelan un buen café si se pide doble; y era un lugar de obligado arribo
cuando Poncito vivía.
Meses antes de Poncito morir, él y yo nos sentábamos en un
parque situado en las calles de Mercaderes y Obrapía, o en la escalinata
de un edificio desde donde se puede contemplar el Convento de San Francisco, la
plaza con su fuente de leones sin agua, y el antiguo edificio de comercio
conocido como Mercurio. También desde esos escalones se contempla un
pedacito de la Bahía de La Habana. Pero con el tonto que me acompañaba
no podía encontrar un minuto de recreación espiritual como siempre
lo logré con el amigo fallecido. Y me sentí solo, y La Habana
Vieja se me hizo insoportable.
No sé de qué material hay que tener el alma o la conciencia
para aceptar que la muerte nos separa así, sin más explicación,
de las personas que nos han importado. Así que caminando anoche por las
callejuelas de esta vieja ciudad improvisada comprendí que quien me
acompañaba sólo existía en ese instante, y por lo mismo era
un fantasma.
Después que no nos bebimos el café doble encaminamos nuestros
pasos hasta una taberna de nuevo tipo que han creado en la calle de Mercaderes,
a la que le han puesto el nombre de "El Mesón de la Flota". Había
muchas mesas desocupadas; son pocos los turistas que nos visitan después
de lo ocurrido el 11 de septiembre. Y podíamos entrar, pero nuestros dólares,
por ahora, no son para divertirnos, sino para sobrevivir. De manera que desde la
acera, a través de los barrotes de una madera torneada que separan a la
taberna de la acera estuvimos escuchando a un grupo musical especializado en el
"Cante Jondo". Y me causó risa interior comprender lo que puede
lograr la necesidad. Aquel grupo de músicos cubanos, a diferencia de las
orquestas que interpretan nuestra música salsa o de la vieja trova en
otros improvisados cafetines, realmente se creen españoles gitanos. Y de
golpe comprendí que todos estos esfuerzos por rehabilitar a la Habana
Vieja son falsos. Porque a todos estos cafetines les falta lo principal para ser
verdaderos: tradición. Lo único real que tienen es la escenografía.
Mas esa escenografía sería más real en una puesta teatral.
Son lugares habilitados, no para una larga vida, sino para recaudar dólares
a la carrera. Cuando Cuba sea libre estos cafetuchos sin historia desaparecerán.
Y los locales que se habiliten entonces no serán escenografías
oportunistas, sino realidades perdurables.
Ramón Díaz-Marzo es el autor de la novela "Cartas a Leandro", publicada por
CubaNet.
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