Isabel Obiols | Barcelona. España, miércoles,
26 de diciembre de 2001. El País
¿Qué pasará en la Cuba del poscomunismo? Esta pregunta,
que todos los cubanos de dentro o fuera de la isla tienen que oír
constantemente desde hace ya unos años como una letanía,
protagoniza el último Almanaque de la editorial Mondadori. Cuba y el día
después, editado por Iván de la Nuez, incluye una docena de
ensayos de jóvenes escritores cubanos unidos por pertenecer a la generación
de los sesenta (la más joven, Ena Lucía Portela nació en
1972), la que nació, se formó y creció con la revolución
y se tuvo que adaptar después 'a un mundo que es diferente' al que debía
habitar el Hombre Nuevo de Che Guevara, como dijo De la Nuez en su presentación
en Barcelona.
Lejos de los 'cubanólogos que han negociado con la retórica
anticastrista desde instituciones estadounidenses', como les definió De
la Nuez, la mayoría de intervenciones del almanaque desconfían de
las inercias de los 'regímenes liberales' de las democracias
occidentales. Como apunta uno de los ensayistas, Víctor Fowler (La
Habana, 1960), cuando se pregunta sobre qué podría ofrecer la
democracia a los problemas más graves de la Cuba de hoy: 'No veo qué
evitará la desnacionalización de la producción y los
servicios; cómo podría resistir una agricultura atrasada los
precios de sus competidores del Norte, poseedores de alta tecnología y
subvencionados por su Estado; qué podría impedir la extensión
de un racismo que hoy -pese a la ofensiva educacional del socialismo- multiplica
sus brotes. [...] En fin, que no hay manera de comprar sólo la parte
buena del paquete'.
Antonio José Ponte (Matanzas, 1964) ve el futuro con inquietud: 'El
país perderá su misión de faro de todo el continente, de último
centinela en las atalayas socialistas, de hueso imposible de roer para el
imperio norteamericano. Y, agotados todos esos papeles, ojalá no pasemos
a convertirnos con idéntico fervor en el sitio de fiestas de buena parte
del mundo'.
La condición de ni revolucionarios ni anticastristas de Miami, señaló
De la Nuez, sitúan a los autores presentes en el Almanaque -entre los que
figuran también Jorge Ferrer, Antonio Eligio Tonel, Emilio Ichikawa y
Omar Pérez- en una especie de 'no lugar: siempre serán sujetos
bajo sospecha'. Sin embargo, el lugar de residencia de los autores
-aproximadamente la mitad viven en la isla y la otra mitad en el exilio- pone en
evidencia, según De la Nuez, que la suya es la primera generación
que 'ha conseguido romper el muro entre exiliados y no exiliados'.
Los ensayos reunidos en Cuba y el día después tienen también
en común una concepción 'literaria' de la escritura, señaló
De la Nuez. En este sentido, Ernesto Hernández Busto (La Habana, 1968),
que reside en Barcelona, explicó la intención de su ensayo como
una manera de 'integrar la experiencia literaria del emigrante en la literatura
cubana'. El irónico ensayo de Rolando Sánchez Mejías (Holguín,
1959), también residente en Barcelona, consiste en un coro de voces que
representan los diversos sectores de la intelectualidad y la política
cubanas en el que no sale precisamente indemne la 'izquierda mundial'.
A diferencia de la nueva novela cubana, que se proyecta 'hacia adentro y
antes' y bebe aún de las influencias de nombres como Cabrera Infante,
Lezama Lima y Reinaldo Arenas, entre otros, los ensayistas proyectan su mirada
'afuera y después'. La explicación, según el compilador, es
'la penumbra del ensayo cubano en los años setenta, los de la sovietización
del país'.
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