La imagen
imborrable
Lucas Garve, CPI
LA HABANA, diciembre (www.cubanet.org) - Guardo una imagen imborrable de la
poetisa. Su presencia, al detenerse a cruzar la esquina de las calles Cuba y
Merced, en la mañana del 11 de febrero de 197..., poco antes de
celebrarse la misa por el santoral de Nuestra Señora de Lourdes en la
iglesia de la Merced, cofradía de la que Dulce María Loynaz Muñoz
era miembro.
De esta forma, virtualmente incógnita, aquella anciana alcanzó
la esquina de la iglesia ayudada por una acompañante de su edad, al
parecer. Sin embargo, un cierto aire de distinción las envolvía a
pesar de los estragos de la edad. Un halo misterioso las separaba de las
personas que acudían a misa. Luego, ya dentro del templo, al destacar su
presencia a un conocido, éste me confió que era ella quien
costeaba el coro cada 11 de febrero. Hermosa devoción.
Dulce María Loynaz Muñoz fue "la última dama de la
república" y también la poetisa cubana más importante
del siglo XX. Por estas dos razones y otras más, vale recordarla en el
aniversario 99 de su natalicio.
Nacida el 10 de diciembre de 1902, entonces en el recuerdo meritorio han de
concertarse la admiración por su obra y el respeto ante un monumento vivo
que ella misma erigió sobre el amor sin fatiga por su patria y su ciudad.
Así, pues, habrá que recordarla siempre.
Nacida con la república. Justo en su lugar de descendiente de
patricios, como una de esas Victorias estatuarias, cariátides con las
alas desplegadas y el pecho al viento. Imagen sin tiempo la de ella. Imagen "vencedora
del tiempo y del olvido", tal como afirmó en una ocasión.
Nunca renunció a su fe. Nunca flaqueó, al menos ante ojos
ajenos. Conservó mientras pudo la única institución que
sobrevivió a las fundadas durante la república que nació
junto a ella, la Academia Cubana de la Lengua.
En los últimos de su vida, recibió honores de quienes años
antes la habían ignorado. Fue entonces lo que nunca alcanzó a ser
antes, popular. Porque si ciertamente fue conocida y admirada antes del 59, en
los 90 alcanzó popularidad real. Sus poemas fueron cantados. Los jóvenes
la redescubrieron con esa pasión sólo de ellos. Quedó para
siempre entera y cubanísima la hija del General.
Dulce María Loynaz Muñoz atesoró la herencia patricia
del apellido paterno. Cuidó su jardín interior para que el viento
desolador del huracán no arrastrara las hojas secas de sus recuerdos. Su
victoria no fue otra que la de sobrevivir a su época, sin claudicar en
modos, ni modas. Pero, también la sobrevida duele.
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