Servicio a
domicilio
Caridad Cristina Alvarez, Grupo Decoro
LA HABANA, diciembre (www.cubanet.org) - La fiebre la martirizó
durante toda la noche. Era una fiebre pegajosa. El dolor de cabeza intenso. El
frío escalofriante. Apenas pudo dormir.
Amaneció. Se levantó con dificultad. Tenía mareos.
Contempló su rostro en el espejo. Lo vio lleno de una erupción,
los brazos también. Su cuerpo completo parecía pintado. Arreció
el dolor de cabeza.
Eran las nueve de la mañana cuando la doctora de la familia le dijo: "Marta,
indudablemente usted tiene dengue. Vaya para su casa y recoja las cosas
necesarias. La ambulancia la irá a buscar y la llevará para el
Instituto Pedro Kourí (IPK). Tome la remisión".
Sentía debilidad. Eran las doce meridiano y no había comido
nada. Aunque no tenía hambre, necesitaba tomar algo caliente. Su hija no
había cocinado nada por esperar la ambulancia, que ya demoraba demasiado.
Llamaron por teléfono a la policlínica docente del municipio
Playa, donde radica el punto de control de las ambulancias en el municipio.
"Señorita, por favor, ¿me puede informar a qué hora
la ambulancia va a recoger a una paciente de la policlínica 26 de Julio
que tiene dengue?", preguntó la hija de Marta.
"¿Cuál es su nombre?", inquirió una voz.
""Marta Arenas", contestó la hija de la enferma.
"Sí, aquí está su nombre. El problema es que hay
una sola ambulancia para trasladar a todos los enfermos del municipio para los
hospitales. No se desespere, sobre las dos de la tarde seguro la van a buscar",
explicó la persona a cargo.
La espera continuó. La fiebre volvió a cobrar fuerzas. Marta
tomó una tableta de duralgina. Se le secaron los labios. La cabeza le
estallaba. Se le secó la paciencia. Eran las cinco de la tarde.
A las cinco y media se sintió el sonido de un claxon afuera de la
casa.
"Vamos, ¡rápido, rápido!, que hay muchos casos y yo
soy solo", dijo el chofer de la ambulancia.
"Un momento -ripostó la hija de Marta- porque mi mamá está
esperando desde por la mañana, así que no agite".
"Perdone, pero es que no puedo más. Estoy solo en esto",
repitió el conductor del carro.
Cuando Marta fue a subir a la pequeña ambulancia se horrorizó.
En el interior del vehículo había otra enferma con su acompañante,
un estudiante de Medicina que le pidió una "botella" al chofer,
y ahora ella. Prefirió no quejarse. El conductor echó a andar la
ambulancia. "Al fin llegaré al IPK", pensó Marta.
Transcurridos unos minutos el carro se detuvo. El chofer anunció: "Señores,
ustedes me perdonan pero tengo que llevarle un peter de chocolate a mi chama".
Marta tragó en seco. El vaivén de la ambulancia había
empeorado su estado físico. Esperaron unos minutos. El conductor regresó
y continuó el viaje.
De repente, el vehículo volvió a detenerse. Ahora el chofer,
con una calabaza entre sus manos, sentenció: "La cosa está
mala y uno tiene también que cargar para la pura (madre) de uno". La
demora superó a la de la primera parada. Todos se miraron. Nadie habló.
De nuevo en marcha. La próxima parada la hizo para dejarle unos plátanos
a la esposa. El chofer es un tipo que lucha para su casa. Ya los que viajaban en
el carro no sabían si iban en una ambulancia o en un vehículo de
entrega a domicilio.
Marta llegó al IPK a las siete y diez minutos de la noche. Gracias a
Dios.
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