CUBANET .INDEPENDIENTE

21 de diciembre, 2001


Día del maestro en Cuba

Miriam Leiva

LA HABANA, diciembre (www.cubanet.org) - Gran problema se presenta a los padres el día del Maestro, el 22 de diciembre. Con el bolsillo familiar casi vacío, los regalos para los maestros y el personal auxiliar se convierte en un verdadero dolor de cabeza. En primaria es algo más sencillo, de dos a cuatro personas, pero en secundaria pueden ser más de diez.

Los niños no conciben llegar a la escuela ese día con las manos vacías. Tanto ellos como sus padres sienten vergüenza y quedarían muy mal vistos. Inconscientemente se produce una competencia. También está la fiestecita, para la cual se debe aportar algún comestible o refresco.

Además, esta fecha coincide con los festejos y regalos de fin de año, sin contar los compromisos previos con algún médico el 3 de diciembre, por lo que se requiere calcular mucho cuánto invertir. Pero, por más que se hagan números, las cuentas no dan.

Días antes, las madres husmean en las tiendas dolarizadas, después de los malabares para conseguir ese tipo de moneda. La mayoría busca lo menos costoso, aunque poco encuentra, ya que apenas hay rebajas u ofertas especiales de temporada. Los surtidos reflejan la crisis económica nacional. Así, los maestros son atiborrados de frascos de perfume y colonias, creyones de labio, sostenedores y pantaloncitos baratos. Muchos preferirían artículos más prácticos, como café, cigarrillos, aceite y otros comestibles, porque a ellos también los perjudica la escasez.

Es difícil agasajar al buen educador. Nunca ningún salario será adecuado para recompensar al forjador de intelecto, al modelador de la personalidad de los niños, jóvenes y hasta adultos. Si se piensa en el cúmulo de conocimientos que transmite, cómo contribuye a desarrollar el ansia de saber, a incentivar el amor por la investigación y a grabar en cada estudiante la educación formal, se comprende por qué los maestros merecen gran reconocimiento social y mayor respeto.

En Cuba, las condiciones laborales son muy adversas también para los educadores. Las escuelas han atravesado y siguen atravesando un proceso de paulatina destrucción. Carentes de reparaciones mínimas. Han pasado años sin agua, ni baños, aulas despintadas, ventanas y puertas rotas, sin iluminación ni ventilación adecuadas, techos con filtraciones, patios sin desagües y, por consiguiente, inundaciones en tiempo de lluvia.

Aunque en el curso 2001-2002 se han reparado algunas escuelas en Ciudad La Habana, todavía la mayoría de ellas está en mal estado.

Esta situación no sólo influye sobre el educador, sino que deforma la consideración de los niños hacia el cuidado de los edificios y demás bienes muebles escolares, utilizados año tras año, rotos, sucios. Ello se revierte en la atención al hogar propio e incluso hacia la persona de los estudiantes para el resto de sus vidas.

Por otra parte, los maestros son sobrecargados por las exigencias de participación en actividades políticas, encuentros metodológicos y preparación de clases que consumen muchas horas. Perciben salarios bajos, devaluados progresivamente según las fluctuaciones del peso frente al dólar.

Todo esto ha ocasionado el desplazamiento de los maestros hacia labores mejor remuneradas como el turismo o, sencillamente, la confección y venta de alimentos, pues no pueden impartir clases particulares con lo cual compensarían bastante sus limitados ingresos.

De tal suerte, en un país donde hubo un número elevadísimo de profesores, ahora se llegó a no tener suficientes en las aulas del país, por lo que se establecieron escuelas de formación emergente de educadores.

Es una obligación de toda la sociedad crear condiciones para el desempeño de su labor, así como gratificar adecuadamente a estas personas, cuya labor es tan abnegada. Como de inmediato esto no es posible, en muchos lugares los padres se disponen a reunir el regalo que cada quien aporte para que todos los maestros reciban uno. Se hará una fiestecita y siempre se procurará compartir con ellos la formación de ese niño travieso o malcriado, del pequeño algo torpe de entendimiento o del geniecito sobresaliente.


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