Sala de
torturas
Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro
LA HABANA, diciembre (www.cubanet.org) - La cocina parece ser, en todas
partes del mundo, un lugar infernal para las amas de casa. Pero en Cuba,
particularmente, se torna un recinto de alucinaciones y delirios. Amalia le
llama a la suya "sala de torturas".
Cuenta que no hay momento más terrible del día que el de
enfrentarse al fogón. Para ella su fogón es un dragón
maligno cuyas llamas le consumen el cerebro más que las carnes.
Su cocina es su mayor espacio para la libertad de expresión. Allí
despotrica contra tirios y troyanos sin que nadie se atreva a contradecirla. La
veracidad de sus palabras es tan aplastante que no deja lugar para réplicas.
Y no es sólo la falta de víveres lo que la vuelve cruel. Es
cierto que no hay carnes, que no hay frijoles, que no hay cereales, que no hay
grasas, que no hay sazones, que no hay vegetales. Lo verdaderamente terrible es
el momento de fregar. Y no es que le falten los detergentes o los desgrasantes,
es que falta el agua. Sin agua hay que ser mago para lavar platos, bruñir
cacerolas, aún cuando, por casualidad, exista algún jabón
que pueda usarse en esos menesteres.
Se consuela pensando que su cocina no es única, exclusiva,
particular, sino que la inmensa mayoría de las cocinas de Cuba es similar
a la suya pero cuando ve por la televisión las noticias de los avances
del plan alimentario, ahí mismo manda a la porra su consuelo, le da un
ataque de espumadera, fríe una sarta de groserías, hornea una
friolera de insultos, harta a la familia de palabrotas.
Amalia es razonable. Sabe que esa escasez en su cocina trae también
buenos resultados. Por ejemplo, explica, al haber poca comida se ahorra en pasta
dentífrica, también se ahorra en papel higiénico y, además,
la poca agua que se recoge por las tardes dura más. No crean ustedes que
el gobierno no ha tenido en cuenta todas estas ventajas que proporciona el más
largo "período especial" de la historia de Cuba y que llaman "revolución".
Lo que pasa es que la gente no lo entiende y empiezan a hablar mal del gobierno.
Eso el gobierno lo hace para salvarnos del despilfarro consumista que está
acabando con los ecosistemas y la capa de ozono.
Si uno dice algunas procacidades, explica, no es porque uno sea
contrarrevolucionario ni nada de eso, es que entrar todos los días a la
sala de torturas duele, y a uno se le escapan algunas malas palabras. ¿Quién
no grita cuando quiere hacer una tortilla y se da cuenta que le han quitado los
huevos?
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