CUBANET .INDEPENDIENTE

20 de diciembre, 2001


Evangelina

Ramón Díaz-Marzo

LA HABANA, diciembre (www.cubanet.org) - Ayer sábado estaba yo parado en la esquina de O'Reilly y Aguacate cuando una señora mayor, pero de complexión fuerte, se acerco a mí y me pidió que la ayudara a cruzar la calle. Al mirar el rostro de la señora, de inmediato la reconocí, pero me dio curiosidad que no me hubiera llamado por mi nombre, así que me limité a decirle que sí. Busqué su mano izquierda y la puse sobre mi hombro derecho. Cuando cruzamos la estrecha calleja le pregunté si algo más se le ofrecía. Los rayos del sol llegaban hasta nosotros como una penumbra; eran las cinco de la tarde y los altos edificios de la Habana Vieja siempre le han dado a esta parte de la ciudad un aspecto sombrío. La señora usaba bastón. Yo la miraba detenidamente. Ella comenzó a darme las gracias, pero yo esperaba algo más, y al percatarme que más nada añadiría, le pregunté si no se acordaba de mí. Dijo que mi voz le era familiar.

- ¿Es que acaso no me estás mirando, Evangelina?

- No, muchacho. Estoy ciega.

- ¡Imposible! ¿Cómo es eso? -pregunté.

- Tengo glaucoma, me han hecho varias operaciones, pero la doctora que me operó la primera vez dijo que mi nervio óptico ya está muy dañado. Pero dime, ¿quién eres tú?

- Ramón, Evangelina, el amigo de Pilar y Miquelis.

- ¡Ramón! ¡Claro que me acuerdo de ti, muchacho! ¿Cómo te trata la vida?

- No puedo quejarme, Evangelina. Pero, ¿realmente no puedes verme?

- Lo que veo son manchas de luz, pero ya no distingo nada. Esas manchas solo las veo de un ojo; el otro ojo es total oscuridad.

Sentí en esos momentos que mi corazón estallaba en mil pedazos. ¿Cómo era posible que Evangelina se hubiera quedado ciega? Mientras observaba la dirección estática de sus ojos, como solo lo saben hacer los ciegos cuando involuntariamente miran hacia el cielo en busca de la luz, me puse a pensar qué cosa era peor: vivir en el eterno silencio de los sordos o en una eterna oscuridad. No sabía qué decirle, pero algo tenía que decirle cuando extendió sus manos para abrazarme y darme un beso.

- ¿Has logrado acostumbrarte a no ver nada, Evangelina?

- Al principio tuve deseos de matarme, pero una doctora siquiatra me dio terapia durante 8 meses, y me devolvió la confianza y la fe en la vida. Claro, con la ayuda de Dios y de la Virgen, pues ahora voy a la iglesia todos los domingos, y aunque no lo creas, soy una mujer feliz. Recién ahora es que salgo sola a la calle. Al principio me hijo quería acompañarme, pero lo convencí de que tenía que hacerlo sola. Yo estaré ciega, pero no quiero ser carga para nadie, y menos para mi hijo, que ya tiene bastante con sus problemas.

- Evangelina, uno de estos días me gustaría hacerte una entrevista.

- ¿Aún estás en eso del periodismo...?

- Sí.

- Pues cuando quieras. A mis 72 años te puedo contar muchas cosas de este país. Te podré hablar de cuando trabajé de doméstica en la casa de las hermanas Lago, que tenían un Trío y fueron famosas en su época. Te podré hablar de los trabajos que pasó mi madre para criarnos a mí y a mis 7 hermanos. De cómo mi padre era un borracho y un comelón y un mujeriego y jamás le dio un centavo a mi madre para ayudarnos. Y te podría decir el error tan grande que cometí cuando en el año 1948 se me presentó la oportunidad de establecerme en los Estados Unidos y no lo hice por estar enamorada del padre de mi hijo.

- ¿Si pudieras volver a empezar harías las mismas cosas que has hecho?

- Por supuesto que no. Haría exactamente todo lo contrario de lo que he hecho. Y ahora no sería la anciana ciega que soy con una miserable pensión de 59 pesos, que apenas me alcanza para pagar la luz, el gas, y los mandados de la bodega.

Me despedí de Evangelina sintiéndome culpable; es algo que siempre me ocurre con las personas que conozco cuando les ocurre una desgracia. Cualquiera de estos días iré por su casa para la entrevista.


Ramón Díaz-Marzo es el autor de la novela "Cartas a Leandro", publicada por CubaNet.


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