Eramos tan
comunistas
(En el décimo aniversario del desplome de la URSS)
Tania Díaz Castro
LA HABANA, diciembre (www.cubanet.org) - Mi abuela materna fue comunista allá
por los años treinta y cuarenta del siglo pasado. No vio, ésa fue
su suerte, el colapso de la economía cubana en tiempos de Fidel Castro, y
mucho menos su libreta de productos alimenticios. Por eso murió siendo
comunista.
Mi madre también lo fue, pero sólo hasta unos años
antes de morir. Ya en 1970 presagiaba que todo iría de mal en peor. Así
fue.
Yo, como es natural, también fui comunista. Heredé el
comunismo como si se tratara de un conjunto de muebles viejos que una familia
deja al morir y después no sabemos qué hacer con ellos.
Mi padre, en cambio, fue el más lúcido de la familia. Dijo
hasta su muerte que el comunismo era una rara enfermedad mental aún sin
diagnosticar.
Entre estos personajes nací y crecí. Para colmo, la vida me
deparó un régimen socialista antes de cumplir mis veinte años
de edad. No me pregunten cómo ha transcurrido esta vida mía. Los
millones de exiliados cubanos que andan por el mundo lo saben muy bien, y mucho
más nuestro exilio político que vive en Miami.
Por estos días se conmemoró el décimo aniversario del
desplome del campo socialista. Unos días antes, Daniel Ortega se anticipó
en tiempo para declararse derrotado en las elecciones presidenciales de
Nicaragua, utilizando su buen olfato, porque los comunistas -de sobra lo
sabemos- obtienen el poder por sorpresa: cuando le ponen el poder en bandeja de
plata o cuando "tapaítos" engañan a una parte del pueblo
y se van declarando comunistas poco a poco, para no matar a la gente del susto.
Mis hijos, por supuesto, no son comunistas. Menos lo serán mis
nietos. Dejaron a un país convertido en ruinas y escaparon como el que
huye del diablo.
Sin embargo, todavía los hay que lloran la desaparición de la
URSS y sueñan con una Cuba fidelista en su país. Difícil
tarea para la Organización Mundial de la Salud, que pronostica un aumento
de los desórdenes mentales para el año 2002, enfermedad que
constituye la cuarta causa de incapacidad en el mundo y que pasará a un
segundo lugar si no se toman las medidas preventivas y de tratamiento adecuadas.
Y digo esto porque -según mi padre- el desorden mental más
significativo es el de aquel que, al llegar al poder y en la medida que crea una
nueva clase oculta, se considera sustituto de Dios con el fin de propagar por el
mundo su guerra, no sólo de ideas.
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