Prisiones de Cuba El período
especial y las cárceles cubanas
Héctor Maseda, Grupo Decoro
LA HABANA, diciembre (www.cubanet.org) - Yamir Abad Oñate conoció
de cerca que es la muerte. La experimentó en carne propia cuando extinguía
una condena por causas socio-políticas en la cárcel provincial de
Puerto Boniato, ubicada en Santiago de Cuba. Su encierro coincidiría con
los años más difíciles del llamado Período especial,
término eufemístico que Fidel Castro le dio a la hambruna que
comenzó a partir de los años 90 para identificarla de otras
anteriores a que ya había sometido al pueblo cubano.
Oñate nació en Manzanillo, provincia Granma, y tiene 42 años
de edad. El 9 de diciembre de 1992 intentó salir ilegalmente del país
por Guamá, municipio Chivirico, Santiago de Cuba, pero lo atrapó
un mal tiempo y casi pierde la vida. Recaló en los mangles de Elsado por
Santa Cruz del Sur. Estuvo ocho días en el mar. Los rescató, cobijó
y alimentó un pescador que más tarde lo entregó a las
tropas guardafronteras del régimen.
Ese mismo día lo recogió la policía política
(DSE) de Bayamo. Durante 72 horas lo sometieron a interrogatorios. Querían
probar que intentó infiltrarse clandestinamente en el país. Tuvo
que reconocer los verdaderos motivos. Concluido el expediente, lo trasladaron
para la prisión llamada Manga Vieja, en aquel municipio. El juicio se
celebró el 3 de marzo de 1993. La causa que le siguieron fue la 31/93 por
salida ilegal del país. La condena: dos años de privación
de libertad. A partir de ese momento lo enviaron a la penitenciaría Manga
Nueva, hasta febrero de 1994 que lo destinaron al penal provincial de alto rigor
Puerto Boniato, en Santiago de Cuba.
"Esta instalación -nos refiere Abad Oñate- es similar a
todas las de su tipo: rígida disciplina interior y malos tratos, golpizas
y castigos, fugas y capturas, discusiones y agresiones físicas entre los
reclusos por cualquier motivo, ninguna atención médica y ausencia
total de medicamentos. Pero lo que más la caracterizó, al menos
durante los años 93 y 94, fue la bulimia a que fuimos sometidos por las
autoridades carcelarias. Por desayuno, una infusión caliente de cualquier
cosa. De almuerzo, plátano hervido y dos cucharadas soperas de arroz mal
confeccionado. La comida, las mismas dos cucharadas de arroz y el agua en que
habían cocido los plátanos (del almuerzo)".
Si difíciles eran estos años para los cubanos que no estaban
encarcelados, ¿cómo resultarían para los internados? Oñate
nos dice: "Cuando los presos llevaban tres meses en Boniato parecían
sombras proyectadas en las paredes. Poco antes de mi llegada a este lugar,
murieron dos jóvenes condenados en diciembre del 93 que vivían en
el edificio 2, compañía 2, celda 4-A, debido a la desnutrición.
La dirección de la cárcel informó oficialmente que las
causas de las muertes habían sido ataque de asma y paro cardíaco,
respectivamente. En realidad, ambos infelices estaban muy bajos de peso y débiles
en extremo. La denuncia su pudo sacar de la prisión por medios
clandestinos y se hizo pública, lo que trajo como consecuencia más
castigos y golpizas. Pero no generó ninguna medida inmediata que atenuara
la pésima situación alimentaria".
Oñate sigue explicando: "En mis primeros 90 días en
Boniato perdí más del 50 por ciento de mi peso corporal. En
ocasiones no podía levantarme para ir al recuento o al comedor que estaba
en el mismo piso. Llegó el momento en que apenas pesaba 40 kilogramos. ¡Yo,
un hombre de un metro 80 centímetros de altura! ¡Imagínese cómo
sería mi delgadez! Fue entonces que se comenzó a decir en la
penitenciaría que en breve nos visitaría una representación
de las Naciones Unidas integrada por funcionarios de la Comisión de
Derechos Humanos. De inmediato se notó la preocupación dentro de
la jerarquía del reclusorio. Sentían miedo y no podían
ocultarlo".
"La administración del penal, la Dirección General de Cárceles
y Prisiones y el generalato del Ministerio del Interior -apunta Abad Oñate-
trataron de ocultar la verdad, pero el anuncio de la posible visita a la
instalación de un grupo de especialistas extranjeros los obligó a
cambiar su política en 180 grados. Quizás estos funcionarios foráneos
no lo sepan nunca, pero gracias a ellos salvamos nuestras vidas, porque el
gobierno de Fidel Castro trajo rápidamente a varios médicos para
que nos chequearan. Separaron a los más graves, alrededor de 500, yo
entre ellos, y nos alojaron en el edificio 5, compañía 5. La
sobrealimentación no se hizo esperar. Desayunábamos todo el pan y
la leche que deseábamos, pescado frito y dos huevos duros por hombre. A
las diez de la mañana nos daban miel de abejas para subir la hemoglobina.
Durante el almuerzo y la comida servían pollo frito, pescado, frituras de
maíz, arroz y frijoles abundantes, además de viandas. ¡Qué
cínicos! Estas medidas las tomó el teniente coronel Penichet, jefe
de la cárcel, porque el régimen cubano le ordenó que no se
podían producir más muertes por desnutrición. Las medidas
excepcionales duraron unos cuatro meses. Después, todo continuó
como al principio. Además, a cada uno de nosotros se nos entregó
una cama con colchón de espuma de goma. Los otros tres mil reclusos
continuaron con la misma alimentación que al principio, aunque mejoró
un poco. Muchos de ellos dormían en el suelo, y de los que tenían
literas pocos poseían colchonetas confeccionadas con malangueta (planta
de río), que una vez seca se convertían en hábitat natural
de chinches, pulgas y otras alimañas, que no te dejaban dormir por la
noche".
"Muchas veces estuvimos a punto de morir -concluyó Abad Oñate-
y a un buen número de nosotros debieron llevarnos a hospitales para
garantizar nuestra recuperación física. Tiempo después, ya
en libertad, nos enteramos que en la mayoría de las prisiones cubanas los
reclusos pasaron por similares experiencias durante los años 1993 y 1994".
Los cierto es que entre 60 a 70 mil cubanos internados en penitenciarías
bajo las categorías de prisioneros de conciencia, socio-políticos
y comunes, experimentaron estas pruebas tan devastadoras y crueles para la
dignidad e integridad humanas. Miles de ellos, confinados aún o en
libertad, sufren todavía sus consecuencias. Muchos dudan si podrán
recuperarse en lo que les resta de vida.
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