CUBANET .INDEPENDIENTE

19 de diciembre, 2001

Prisiones de Cuba


El período especial y las cárceles cubanas

Héctor Maseda, Grupo Decoro

LA HABANA, diciembre (www.cubanet.org) - Yamir Abad Oñate conoció de cerca que es la muerte. La experimentó en carne propia cuando extinguía una condena por causas socio-políticas en la cárcel provincial de Puerto Boniato, ubicada en Santiago de Cuba. Su encierro coincidiría con los años más difíciles del llamado Período especial, término eufemístico que Fidel Castro le dio a la hambruna que comenzó a partir de los años 90 para identificarla de otras anteriores a que ya había sometido al pueblo cubano.

Oñate nació en Manzanillo, provincia Granma, y tiene 42 años de edad. El 9 de diciembre de 1992 intentó salir ilegalmente del país por Guamá, municipio Chivirico, Santiago de Cuba, pero lo atrapó un mal tiempo y casi pierde la vida. Recaló en los mangles de Elsado por Santa Cruz del Sur. Estuvo ocho días en el mar. Los rescató, cobijó y alimentó un pescador que más tarde lo entregó a las tropas guardafronteras del régimen.

Ese mismo día lo recogió la policía política (DSE) de Bayamo. Durante 72 horas lo sometieron a interrogatorios. Querían probar que intentó infiltrarse clandestinamente en el país. Tuvo que reconocer los verdaderos motivos. Concluido el expediente, lo trasladaron para la prisión llamada Manga Vieja, en aquel municipio. El juicio se celebró el 3 de marzo de 1993. La causa que le siguieron fue la 31/93 por salida ilegal del país. La condena: dos años de privación de libertad. A partir de ese momento lo enviaron a la penitenciaría Manga Nueva, hasta febrero de 1994 que lo destinaron al penal provincial de alto rigor Puerto Boniato, en Santiago de Cuba.

"Esta instalación -nos refiere Abad Oñate- es similar a todas las de su tipo: rígida disciplina interior y malos tratos, golpizas y castigos, fugas y capturas, discusiones y agresiones físicas entre los reclusos por cualquier motivo, ninguna atención médica y ausencia total de medicamentos. Pero lo que más la caracterizó, al menos durante los años 93 y 94, fue la bulimia a que fuimos sometidos por las autoridades carcelarias. Por desayuno, una infusión caliente de cualquier cosa. De almuerzo, plátano hervido y dos cucharadas soperas de arroz mal confeccionado. La comida, las mismas dos cucharadas de arroz y el agua en que habían cocido los plátanos (del almuerzo)".

Si difíciles eran estos años para los cubanos que no estaban encarcelados, ¿cómo resultarían para los internados? Oñate nos dice: "Cuando los presos llevaban tres meses en Boniato parecían sombras proyectadas en las paredes. Poco antes de mi llegada a este lugar, murieron dos jóvenes condenados en diciembre del 93 que vivían en el edificio 2, compañía 2, celda 4-A, debido a la desnutrición. La dirección de la cárcel informó oficialmente que las causas de las muertes habían sido ataque de asma y paro cardíaco, respectivamente. En realidad, ambos infelices estaban muy bajos de peso y débiles en extremo. La denuncia su pudo sacar de la prisión por medios clandestinos y se hizo pública, lo que trajo como consecuencia más castigos y golpizas. Pero no generó ninguna medida inmediata que atenuara la pésima situación alimentaria".

Oñate sigue explicando: "En mis primeros 90 días en Boniato perdí más del 50 por ciento de mi peso corporal. En ocasiones no podía levantarme para ir al recuento o al comedor que estaba en el mismo piso. Llegó el momento en que apenas pesaba 40 kilogramos. ¡Yo, un hombre de un metro 80 centímetros de altura! ¡Imagínese cómo sería mi delgadez! Fue entonces que se comenzó a decir en la penitenciaría que en breve nos visitaría una representación de las Naciones Unidas integrada por funcionarios de la Comisión de Derechos Humanos. De inmediato se notó la preocupación dentro de la jerarquía del reclusorio. Sentían miedo y no podían ocultarlo".

"La administración del penal, la Dirección General de Cárceles y Prisiones y el generalato del Ministerio del Interior -apunta Abad Oñate- trataron de ocultar la verdad, pero el anuncio de la posible visita a la instalación de un grupo de especialistas extranjeros los obligó a cambiar su política en 180 grados. Quizás estos funcionarios foráneos no lo sepan nunca, pero gracias a ellos salvamos nuestras vidas, porque el gobierno de Fidel Castro trajo rápidamente a varios médicos para que nos chequearan. Separaron a los más graves, alrededor de 500, yo entre ellos, y nos alojaron en el edificio 5, compañía 5. La sobrealimentación no se hizo esperar. Desayunábamos todo el pan y la leche que deseábamos, pescado frito y dos huevos duros por hombre. A las diez de la mañana nos daban miel de abejas para subir la hemoglobina. Durante el almuerzo y la comida servían pollo frito, pescado, frituras de maíz, arroz y frijoles abundantes, además de viandas. ¡Qué cínicos! Estas medidas las tomó el teniente coronel Penichet, jefe de la cárcel, porque el régimen cubano le ordenó que no se podían producir más muertes por desnutrición. Las medidas excepcionales duraron unos cuatro meses. Después, todo continuó como al principio. Además, a cada uno de nosotros se nos entregó una cama con colchón de espuma de goma. Los otros tres mil reclusos continuaron con la misma alimentación que al principio, aunque mejoró un poco. Muchos de ellos dormían en el suelo, y de los que tenían literas pocos poseían colchonetas confeccionadas con malangueta (planta de río), que una vez seca se convertían en hábitat natural de chinches, pulgas y otras alimañas, que no te dejaban dormir por la noche".

"Muchas veces estuvimos a punto de morir -concluyó Abad Oñate- y a un buen número de nosotros debieron llevarnos a hospitales para garantizar nuestra recuperación física. Tiempo después, ya en libertad, nos enteramos que en la mayoría de las prisiones cubanas los reclusos pasaron por similares experiencias durante los años 1993 y 1994".

Los cierto es que entre 60 a 70 mil cubanos internados en penitenciarías bajo las categorías de prisioneros de conciencia, socio-políticos y comunes, experimentaron estas pruebas tan devastadoras y crueles para la dignidad e integridad humanas. Miles de ellos, confinados aún o en libertad, sufren todavía sus consecuencias. Muchos dudan si podrán recuperarse en lo que les resta de vida.


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