José
Manuel y la cárcel de San Severino (II)
Héctor Maseda, Grupo Decoro
LA HABANA, diciembre (www.cubanet.org) - Los recuerdos de José Manuel
Ríos Ramos se concentran ahora en su vida en el interior del penal. La
rigurosa disciplina carcelaria y las golpizas, las requisas sorpresivas y las
celdas de castigo, las relaciones fraternales entre los presos políticos,
los medios que utilizaban para comunicarse entre ellos, los condenados a muerte,
el dolor de sus familiares.
Las relaciones entre los militares y los reclusos eran sumamente tirantes.
José Manuel señala: "No se les podía dirigir la
palabra, si te llamaban tenías que ir corriendo a su encuentro y pararte
en atención frente al gendarme. Por cualquier insignificancia te daban
con el plano de la bayoneta o te la clavaban en el cuerpo, te daban una bofetada
o la emprendían a patadas contigo. Por sostenerles la mirada, llegar
tarde al conteo, replicarles alguna orden o comentario o, sencillamente, por
caerle mal, podías ganarte una celda de castigo. Estaban ubicadas en los
sótanos, eran pequeñas, sin nada en su interior. Húmedas en
extremo, oscuras, tapiadas, llenas de alimañas. No disponían de
agua, tampoco tenían retrete. Las necesidades fisiológicas había
que hacerlas en cualquier parte dentro del calabozo. El castigo era, además,
sin ropas, sin visitas, sin hablar con nadie, y a media ración de
alimentos. El suplicio podía prolongarse una, dos, tres o más
semanas".
Las requisas las realizaban cuando lo estimara la dirección del
presidio. Eran sorpresivas. Los prisioneros eran sacados al patio y sometidos a
la vigilancia de militares con armas largas. Lanzaban todas las propiedades al
suelo. Al finalizar, era muy difícil para los presos recuperar lo poco
que tenían. Sobre todo los alimentos.
"El 13 de marzo de 1963 -rememora José Manuel- nos sacaron al
trote para el patio, a punta de bayonetas. No sabíamos qué
buscaban. A varios prisioneros los amenazaron con dispararles. Los guardias se
veían nerviosos. Todo lo viraban al revés. Caminaban una y otra
vez sobre nuestras ropas, alimentos y recuerdos familiares. La requisa duró
toda la mañana y parte de la tarde. Lo destruyeron todo, y además
perdimos el almuerzo".
De acuerdo al testimonio de José Manuel, los vínculos entre
los reclusos eran inmejorables, la moral alta. No se producían riñas
entre ellos. El problema personal de uno se convertía en el de todos.
Mantenían comunicaciones con los demás condenados del resto de las
galeras, y también con el exterior de la cárcel.
"En general nos llevábamos bien -precisa José Manuel- éramos
familia. Durante mi internamiento no hubo casos de faltas de respeto,
inmoralidades, peleas u otras bajezas humanas. Estudiábamos y nos superábamos
diariamente. Para tener contactos dentro del castillo con reos de otros
destacamentos, utilizábamos las libertades que tenían los
cocineros que, aunque presos, podían moverse en muchas áreas de la
penitenciaría, condición muy útil para intercambiar
mensajes. También aprovechábamos la oportunidad que algunos
confinados tenían de trabajar fuera del penal (era el caso de varios ex
militares de Castro y obreros cuyo oficio necesitaban utilizar). De este modo,
nos valíamos de algunos de ellos, en quienes confiábamos, para
enviar y recibir notas desde y hacia el exterior de la cárcel".
Entre los encarcelados había ex militares de Batista y de Castro,
guerrilleros y colaboradores de la guerrilla que operaba contra el régimen
castrista, detenidos por salida ilegal del país y algunos casos
especiales para quienes los tribunales pedían pena de muerte y estaban en
el proceso de apelación.
José Manuel cuenta al respecto: "Durante los años que
estuve en esa prisión recuerdo dos casos excepcionales. El primero lo
protagonizó Edilio Alfeicia, un policía del gobierno que se alzó
con sus armas y se fue con un grupo que operaba en Calimete (provincia Matanzas,
1962), quien fue apresado, juzgado y condenado a la pena de muerte acusado de
alta traición. Por dos años esperó el resultado de su
apelación. Le conmutaron la pena por la de 30 años de reclusión
y lo cambiaron de cárcel".
"El otro caso -prosigue José Manuel- fue el de Jesús
Arencibia, un joven menor de 17 años, al que las tropas gubernamentales
capturaron en la zona de Manguito, provincia Matanzas. Su padre, de igual
nombre, había sido jefe del grupo al que pertenecía el muchacho, y
lo mataron cuando trató de romper el cerco. Este grupo atacó una
cooperativa agrícola en la localidad y resultó muerto el director
de la misma, que era miliciano. Al grupo lo rodearon y lo aniquilaron. Al
adolescente lo ubicaron en mi galera. Estuvo casi dos años sin que le
celebraran juicio. Cuando cumplió la mayoría de edad (18 años)
lo llevaron ante el tribunal. Fue condenado a muerte y fusilado. La madre, al
enterarse de lo ocurrido a su hijo, se suicidó".
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