Néstor Díaz De Villegas. Publicado el martes,
11 de diciembre de 2001 en El Nuevo Herald
Dentro de muy pocos días los cubanos estaremos celebrando el
centenario de la república. Pero el año 2002 trae también
los aniversarios de otros hechos más recientes que, aunque no menos
memorables, son menos rememorados. Mientras que las batallas del Escambray y las
guerras de Angola han sido el tema de cuentos y leyendas revolucionarias,
ciertos hechos sangrientos de la historia de Cuba se resisten a ser novelados,
contados, poetizados o, para decirlo con una hermosa palabra latina, recordados.
Es decir, pasados de nuevo por el corazón.
El número 20 de la revista Encuentro de la Cultura Cubana, que dirige
en Madrid el escritor Jesús Díaz, dedica un dossier a esos
acontecimientos a los que me refiero. Y, si bien es cierto que no se trata de la
primera vez que una publicación reúne los testimonios de quienes
protagonizaron la lucha contra la dictadura desde las cárceles
castristas, por lo menos resulta inédito el encuentro, en las mismas páginas
y en el mismo espacio cultural y literario, de sazonados ideólogos y de
ingenuos memorialistas que, en 1962, se situaban en orillas opuestas de la
realidad.
El presidio político en Cuba no ha carecido, ciertamente, de
escritores y poetas. Se echa de menos, es cierto, en la producción de los
escritores del presidio, esa visión totalizadora y esa conmoción
estética que caracteriza las obras de arte. Sus testimonios son, más
bien, una declaración temprana de independencia en las letras nacionales:
la misma declaración de principios que se dejaría escuchar luego
en las estanzas del tartamudo de Fuera del juego. Pero no debe olvidarse que,
aunque permanecieron mudos durante décadas, los poemas de Valls y
Valladares fueron los primeros concebidos para ser inscritos en el álbum
de un tirano.
Los jóvenes ensayistas que analizan en la actualidad los errores del
castrismo reconocerán, sin dudas, en estas primeras impresiones de los
presidiarios, escritas en letra minúscula sobre papeles escamoteados a
las requisas, la pertinencia de las valoraciones y lo acertado de las
premoniciones políticas.
Pero, quizás, el trabajo del dossier que mueve más
profundamente a la reflexión en esta época de aniversarios sea
Tres crisis, de Salvador E. Subirá, un poeta y memorialista camagüeyano
que cumplió 17 años en varios centros penitenciarios de la
dictadura. El autor de esta página para una historia de Cuba que apenas
comienza ahora a conocerse, hace un recuento de los hechos ocurridos durante el
aciago año 1962, en el Presidio Modelo de Isla de Pinos. De los
acontecimientos que relata hay uno en particular en el que me parece oportuno
insistir.
Mientras una delegación del gobierno cubano, presidida por Ernesto
Che Guevara y Osvaldo Dorticós, se encuentra en Punta del Este, Uruguay,
defendiendo la legitimidad de nuestra peculiar variante del socialismo "con
rostro humano'', en las circulares de Isla de Pinos se lleva a cabo otra operación,
de carácter secreto: camiones militares transportan 2,600 kilogramos de
TNT hasta cada una de las 4 circulares y depositan su carga letal delante de los
túneles de acceso al interior de los edificios. Los reclusos pueden ver
las cajas marcadas con un cuño que declara su procedencia: Made in
Canada. Subirá fue testigo de la coronación de ese plan de
exterminio: "Cuando terminó este trabajo en la estructura de las
cuatro circulares se excavó una zanja desde la número 1 a la 2 y
también de la 3 a la 4. Después otras zanjas, que saliendo desde
la 2 y la 3 llegaban a unirse en una sola dirigida hacia el oeste hasta subir
unos cuantos metros por la ladera de la Sierra de Casas. Allí terminó
la excavación y en su final se construyó una caseta rústica
y pequeña. El siguiente paso fue la colocación de tuberías
plásticas debidamente conectadas y alambradas en todas las zanjas hasta
la caseta de la ladera de la loma. Luego las zanjas se rellenaron de nuevo y
pronto creció la yerba sobre un ligero camellón que acusaba el
recorrido de la instalación. Todo quedaba listo, pues, para la colocación
del explosivo y su eventual uso''.
La ocasión del "eventual uso'' no llegó, como esperaban
los condenados, al final de la reunión de Punta del Este, sino unos meses
más tarde, en octubre del 62, durante la crisis de los misiles. Subirá
apunta con ironía que no ha perdido su dejo de amargura, a pesar de los
casi cuarenta años transcurridos: "Más que nuclear, el
peligro nuestro era de explosivos, convencionales, pero muy inmediatos''.
Al cumplirse cuatro décadas de estos hechos apenas divulgados,
merecería la pena preguntarse sobre el valor del recuerdo. Sobre todo en
una época en que, tanto en la isla como en el exilio, conviven en el
mismo presente individuos con tan disímiles memorias. Así, a
quienes defienden las virtudes terapéuticas del olvido, les propongo la
lectura del dossier de Encuentro y esta otra pregunta, que me asaltó al
final de Tres crisis: ¿cómo puede olvidarse lo que nunca se ha
recordado?
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