¿Qué
volá con los encorios...?
Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro
LA HABANA, diciembre (www.cubanet.org) - Sandalio Correa pudo, al fin,
reunir los quince dólares que necesitaba para comprarle los zapatos a su
hijo. Habían sido cuatro meses de sacrificio, de privaciones, de
austeridad extrema. Redujo los cigarrillos del día a la mitad de los que
fumaba, renunció al almuerzo del comedor obrero para ahorrarse también
esos centavos, no salió de casa los fines de semana para evitarse los
gastos superfluos, le prohibió a su esposa que asistiera a la manicura y
a la peluquería, no se dio siquiera un ronazo con los socios del barrio
para no verse comprometido a pagar una ronda; fue de un estoicismo a prueba de
todas las tentaciones.
Cuando a los tres meses ya tenía los trescientos quince pesos para
comprar los quince dólares, se aparecieron los aviones que destrozaron
las Torres Gemelas, el dólar subió a veintiséis pesos, y la
angustia de Sandalio Correa se extendió un mes más. Un fulita por
aquí, un chavito por allá, los fue comprando a hurtadillas, como
si el dinero que había ahorrado con tanto tesón no fuera de él.
Llegó diciembre y todavía a Sandalio Correa le faltaban tres dólares
para alcanzar la ansiada cifra. Por obra del azar, un vecino necesitó
dinero cubano y ahí mismo concluyó la odisea de los dólares.
Empezaba ahora el calvario de la búsqueda de los zapatos.
Con la mejor de las sonrisas, el pecho inflado de sano orgullo paternal y la
mano ansiosa palpando de cuando en cuando el bolsillo, no fuera a ser que algún
carterista le hubiera hecho la fechoría en el camello, recorrió
media docena de tiendas de la capital cubana.
En La Epoca, nada; en Ultra, menos. En La Casa Pérez, exclusiva para
niños, ni pitoche. Las tiendas de Galiano, vacías; Yumurí,
en candela. El Mercado de Carlos III, un desierto descalzo. La Casa Jamer, por
la calle Montes, desprovista; la Casa Fraga, arrasada.
Sandalio Correa no pudo más. En el parque de Los Ripiaos se sentó
a descansar sus pobres pies y su desconsuelo. ¡El niño estaba tan
embullado con sus zapatos nuevos! Miró hacía La Nueva Isla, y tuvo
la corazonada de que allí encontraría lo que buscaba. Empujó
la puerta con resolución y soltura. Subió las escaleras. Llegó
hasta el departamento de niños. Buscó con la vista los estantes de
zapatos. No halló nada. Se dirigió al dependiente. "¿Dónde
están los zapatos para niños?", preguntó esperanzado. "No
hay", respondió el empleado.
Sandalio Correa respiró profundo. Los ojos se le habían cegado
de rabia. Toda la ira de su infancia marginal y descalzada le subió a la
garganta y casi gritó:
"¿Qué volá con los encorios pa' fiñes, se los
llevó el ciclón o se los van a regalar a los niños de
Afganistán?"
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