Los pueblos
cautivos (III y Final)
Héctor Maseda, Grupo Decoro
LA HABANA, diciembre (www.cubanet.org) - El confinamiento, aunque se
produzca con apariencias doradas, nunca está exento de su carácter
abusivo y cruel. Pero cuando se extiende de modo indefinido a decenas de miles
de personas inocentes de la misma nacionalidad que los gobernantes que lo
imponen, entonces adquiere la connotación de crimen de lesa ciudadanía.
Fredesvinda Hernández Méndez (Fredes) hace un esfuerzo para
recordar si con el tiempo transcurrido han mejorado las condiciones de vida de
los residentes en los pueblos cautivos.
"Es cierto -dice ella- que a partir de 1978 el Estado cubano las mejoró
un poco. Las calles principales fueron asfaltadas y pavimentaron las aceras, las
vías de acceso entre edificios, antiguamente de tierra, se sustituyeron
por losas prefabricadas de cemento. Habilitaron algunas áreas verdes y
dos o tres tiendas de comestibles y ropas. Ampliaron la posta médica y
sus especialidades, convirtiéndola en una policlínica. Inauguraron
una pequeña sala de video y un área común para que la
población realice sus fiestas. Regularizaron el suministro de agua
potable durante dos o tres horas diarias. Además, edificaron un
seminternado de primaria, una secundaria básica y un círculo
infantil (guardería). Todas estas obras fueron realizadas por nuestros
familiares presos, obligados a trabajar como esclavos".
"Sin embargo -señala Fredes- no tenemos bibliotecas, ni teatros,
ni centros culturales, ni museos, ni salones de exposiciones, ni escuelas
formadoras de obreros calificados o técnicos medios. El transporte es
casi nulo, solamente disponemos de camiones que cubren la ruta San Cristóbal-López
Peña, cada hora, hasta las cuatro de la tarde. A partir de ese momento
quedamos incomunicados. También existe un ómnibus pequeño,
de veinte plazas, que cubre dos viajes en el día hasta La Habana, pero
generalmente está fuera de servicio. Eso es todo lo que posee una población
de diez mil o más habitantes".
La mujer continúa declarando: "Por supuesto, tenemos un terraplén
como única entrada y salida al pueblo, que el gobierno no ha querido
asfaltar. Se extiende por dos o tres kilómetros hasta la autopista
Habana-Pinar del Río. En la época de lluvias se convierte en un río.
El resto del año, el polvo y la suciedad no nos dejan vivir. Estamos
rodeados de montes y sabanas por todas partes, y el pueblo más cercano
(San Cristóbal) está ubicado a unos 15 kilómetros de
distancia".
Otro aspecto en la vida de los desterrados es la vigilancia permanente. Las
visitas de la policía política (DSE o G-2) son periódicas y
las citaciones a sus dependencias son constantes. "Somos vigilados las 24
horas del día por el DSE. Nos ven todas las semanas o nos citan a San
Cristóbal, donde radica la sede del órgano policial. No podemos
estrechar relaciones ni intercambiar encuentros con otros vecinos sin correr el
riesgo de ser acusados, por ese cuerpo represivo, de conspiración. En
cada edificio hay tres o cuatro familias de confidentes. Los oficiales del DSE y
los confidentes se reúnen cada semana en locales de la secundaria básica
para intercambiar informes y dar nuevas instrucciones. Como se comprenderá,
no llevamos una vida normal, ni social ni individualmente".
Las vicisitudes de los desterrados no sólo están presentes en
la observación, control y amenazas policiacas, sino que también se
manifiestan en los aspectos económico-laboral y político.
Fredes afirma: "Y como si esto fuera poco, estamos sometidos a una
sistemática discriminación laboral y económica. La falta de
confianza política que sobre nosotros ejerce el Estado totalitario nos
limita el acceso a trabajos de mayor responsabilidad y mejor remuneración.
No les interesa la preparación profesional. Este proceder oficial se
extiende con igual saña hasta nuestros hijos y nietos. Tampoco aprueban
las solicitudes que le hacemos al Poder Popular (gobierno municipal) para que
nos permitan trabajar por cuenta propia como lo prevee la ley y, de esta manera,
obtener unos centavos más para beneficio familiar. Así, las
autoridades nos castigan no sólo al destierro sino también a la
indigencia".
Otro de los temas a que se refiere Fredes es al esfuerzo gubernamental para
sumar a los residentes de los pueblos cautivos al corral de los corderos. "Tratan
de obligar a las familias a participar en los actos de apoyo al régimen.
La mayoría nos negamos. Algunos descendientes de los desterrados se han
integrado al proceso político impuesto por Castro de buena fe o por
oportunismo, pero en general no se someten al engaño. Saben que en su
patria no tienen futuro. Sus padres y abuelos son magníficos ejemplos de
ello. De ahí que muchos solicitan en la SINA (Sección de Intereses
de Norteamérica en Cuba) refugio político para marchar hacia
Estados Unidos. A los que no son aceptados por el Departamento de Refugiados y
se encontraban laborando en cualquier dependencia estatal, las organizaciones
políticas y de masas del centro les preparan actos de repudio, y se les
expulsa del empleo. A ninguna de las familias desterradas se nos permite
mudarnos hacia las provincias de Villa Clara, Sancti Spíritus o
Cienfuegos, próximas al Escambray".
Es de conocimiento público que desde los años 1960-65, época
en que proliferaron los movimientos insurgentes armados contra el gobierno de
Fidel Castro en las diferentes zonas montañosas del país, el DSE
infiltró agentes dentro de estos grupos para neutralizarlos de una u otra
forma.
Fredes no pierde la ocasión para exponer sus vivencias, después
de algunos años de coexistir obligatoriamente con estos individuos.
"Muchos de los agentes del gobierno infiltrados en las guerrillas -señala
la mujer- fueron capturados, enjuiciados y condenados aparentemente por
tribunales militares en juicios sumarísimos, para luego, y con un fuerte
aval, enviarlos hacia Estados Unidos en calidad de refugiados políticos.
Entre los colaboradores y ex alzados sobrevivientes, algunos fueron desterrados
para los pueblos cautivos, y se han mantenido como tales desde entonces.
Conocemos que preparar un buen agente de inteligencia requiere años de
trabajo y grandes sacrificios. Castro los prepara bien, pero también
comete graves errores. Yo he sido testigo de la desfachatez con que han
procedido estos individuos una vez concedido el asilo político por el
gobierno estadounidense. Esos señores se han atrevido a celebrar fiestas
de despedida en sus casas la víspera de su partida, junto a varios de los
oficiales del DSE que conocemos bien, por ser los mismos que nos hostigan a
diario. Su misión, que dudamos la concluyan con éxito, es la de
realizar labores de inteligencia a favor del castrismo en ese país vecino".
Los residentes de los cuatro pueblos cautivos viven en iguales condiciones,
en mayor o menor grado a las descritas por Fredes.
"Ninguno de los residentes de los pueblos cautivos que vivimos en la
situación antes señalada podemos sentirnos felices en estos
lugares. Aquí se nos somete diariamente a las más refinadas
torturas psíquico-físicas que se les pueda ocurrir a mentes
desequilibradas. Nosotros no tenemos una vida tranquila y estable, porque las
autoridades cubanas así lo decidieron desde hace muchos años. Este
mismo cuadro se observa entre los vecinos de los demás pueblos cautivos.
Lo sabemos porque mantenemos ciertos vínculos y nos relacionamos con
ellos fuera de estos campos de concentración y destierro, intercambiamos
información y nos contamos frecuentemente nuestras más
desagradables experiencias en estos sombríos parajes en que estamos
obligados a vivir y morir".
Fredes concluyó: "Aquí no existen alambradas ni soldados
armados que limiten nuestros movimientos, pero estamos encerrados en una cárcel
diferente, ultramoderna, en la cual la disciplina penitenciaria, las cercas y
los guardias están programados en nuestras mentes. Es como si hubieran
colocado anillos magnéticos en los cuellos de los penados y éstos
se apretaran en la medida en que nos alejamos del pueblo. Presión que
puede llegar hasta la asfixia".
Lo cierto es que las víctimas de este ostracismo deben sentirse como
animalitos de laboratorio, a quienes científicos inescrupulosos someten a
las más disímiles pruebas para comprobar hasta dónde es
capaz el ser humano de resistir la extrema crueldad de sus gobernantes.
Los pueblos cautivos (I) / Héctor
Maseda / Grupo Decoro
Los pueblos cautivos (II) / Héctor
Maseda / Grupo Decoro
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