Papillon a
la cubana
Ramón Díaz-Marzo
LA HABANA, diciembre (www.cubanet.org) -La noche que finalmente Ruperto
Antonalgo traspuso la estrecha puerta del avión con destino a Miami le
asaltó la extraña idea de que cuando la nave se internara entre
las estrellas comenzaría el verdadero engaño de su vida.
Había soportado humillaciones. Había hecho concesiones. Había
desprendido de su corazón los afectos falsos y verdaderos que lo habían
acompañado a lo largo de los años. Y ahora, sentado cómodamente
en un asiento del avión, comenzó a sentirse extrañamente
estafado; y lo peor, abandonado a su suerte.
Del otro lado del Estrecho de la Florida él sabía que lo
esperaban familiares y amigos. Pero, ¿el carácter de esos familiares
habrá cambiado con los años? ¿Serán los Estados Unidos
de América otra trampa desde la cual ya no habrá lugar en el mundo
a donde escapar?
La azafata, a través del sistema interno de comunicación, dijo
algo que él no oyó. En pocos segundos toda su vida de cubano, bajo
la bota de un gobierno totalitario, sería un recuerdo.
Toda la fuerza nerviosa que había empleado en los últimos años
en su enfrentamiento con EMIGRACION y los trucos que la Seguridad del Estado le
había puesto por delante para hacerlo sufrir, ahora se distendían;
y en vez de sentirse feliz, como animal salvaje al que le abren la jaula,
experimentó una sensación de abandono. Y preguntas que juzgó
traicioneras acudían a su mente. ¿Por qué me dejan ir? ¿Por
qué en los últimos meses los trámites de emigración
no presentaron dificultades? ¿Acaso he dejado de ser un tipo importante, o
se trata de una nueva trampa del G-2?
Cuando el avión surcaba los cielos de Cuba miró por la
ventanilla y observó las luces de la Bahía de La Habana y recordó
algunas de sus aventuras amorosas en el muro del Malecón. Después
sobrevino la oscuridad. Y por el comunicador interno dijeron:
'Señores pasajeros, éste es el vuelo... con destino a...'
Cuando se desabrochó el cinturón de seguridad y vio que nada
sucedía, se sintió por primera vez en su vida (ahora insegura
porque nadie lo vigilaba) el hombre más seguro del mundo. Y cuando llegó
a Miami y descendió del avión y los familiares y amigos lo
acosaban con preguntas sobre Cuba, dentro de él, algo que se había
estado incubando durante años hasta convertirse en un monstruo, se
derrumbó rápidamente como si la Seguridad del Estado cubana
hubiera sido un sueño; un sueño que, a su llegada a Miami, apenas
logró alcanzar la categoría de recuerdo.
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