Cinematografía
en diciembre
Miriam Leiva
LA HABANA, diciembre (www.cubanet.org) - Alfredo Guevara, presidente del
XXIII Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, expresó
ideas profundas en el programa Arte Siete de la televisión cubana que
salió al aire el 2 de diciembre. En esta ocasión, Guevara apuntó:
"Vivir muerto, utilizado. Aceptar las cosas cuando uno no cree en ellas, no
puede ser".
La breve entrevista a Guevara trató los asuntos que inspiran el
festival en el 2001: Diversidad e identidad. Al respecto él dijo que se
tiende a uniformarlo todo, no sólo en política sino también
en la belleza... De ahí la importancia de intercambiar en el marco del
evento, y específicamente del seminario que abordara esos temas.
El análisis de ambos conceptos en país como Cuba resulta
sumamente interesante, pues por muy latinoamericanista o universal que sea este
festival no puede sustraerse del contexto en que se realiza. En la isla no
existe diversidad. Todo es único y preconcebido. Aquí, en Cuba, la
identidad más bien se entiende como lo idéntico.
Ciertamente, cuando no se cree en lo realizado se vive muerto, utilizado.
Lamentablemente, ello ocurre en nuestro país. Muestra cotidiana de ello
es la doble moral por la cual se expresa lo que no se piensa, sino que se
repite lo conveniente, lo necesario.
Sin embargo, el cine cubano se ha ido abriendo espacio en este contexto, al
parecer influido por la presencia de Alfredo Guevara en el ICAIC (Instituto
Cubano del Arte e Industria Cinematográficos) desde su fundación y
durante muchos años, a pesar de su fidelidad oficialista.
Recordemos en años difíciles de exclusión, cuando se
creó el Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC, y jóvenes
talentosos e innovadores como Silvio Rodríguez, Pablo Milanés y
Leo Brower, incomprendidos y castigados en otros ámbitos, pudieron
escapar a la suerte seguida por The Beatles, prohibidos a la juventud cubana en
los años 60.
También se contó con algunos ingeniosos y audaces directores
de cine como Tomás Gutiérrez Alea, quien desde obras maestras y diáfanas
como Memorias del subdesarrollo o La muerte de un burócrata, fue
mostrando a lo largo de su vida las contradicciones y los problemas de la
sociedad cubana, hasta Fresa y Chocolate, y Guantanamera. Con lo que contribuyó
a abrir espacio al cine objetivo que provoca la reflexión.
En ese decursar hubo altas y bajas, tropiezos y prohibiciones. Todavía,
pasados muchos años, la mayoría de la población no ha visto
-y no se sabe por qué- la película Alicia en el pueblo de
Maravillas. Hay que preguntarse si otras corrieron peor suerte, al quedar
ocultas en alguna bóveda.
El cine como expresión de la realidad social ha sido muy importante
en países totalitarios. Baste mencionar el papel desempañado en el
reflejo de la conciencia social y las aspiraciones de los pueblos por Wajda en
Polonia, Milos Forman en Checoslovaquia; Tarkovski y Konchalovski en la Unión
Soviética, Kosturica en Yugoslavia, por citar sólo a algunos.
Por otra parte, la existencia de la Escuela Internacional de Cine, el
festival y otros eventos han permitido la promoción de talentos, el
intercambio de experiencias, y la visita de importantes directores y artistas,
entre ellos muchos estadounidenses, ha ayudado a tender puentes y por
consiguiente al contacto entre culturas y pueblos artificialmente separados.
Asimismo, la diversidad de la cinematografía presentada coadyuva a
que el pueblo cubano reciba un espectro amplio de puntos de vista y otras
realidades. Posiblemente, por esto la afluencia de público es tan
nutrida. También ha contribuido a que las películas cubanas, al
haberse incluido en el festival donde muchas han recibido premios o menciones,
se proyecten posterior y necesariamente en los cines del país.
El camino no está desbrozado y podrá esperarse más, de
manera que la diversidad y la identidad calen más aún en la
cinematografía cubana.
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