La maldición
de los Rolex en Cuba
Ramón Díaz-Marzo
LA HABANA, diciembre (www.cubanet.org) - En el año 1982 yo trabajaba
de sereno en unos almacenes ubicados en el kilómetro 2 de la Calzada de
Rancho Boyeros. Pero de noche allí había demasiados mosquitos, y
el lugar, oscuro y desolado, era en verdad peligroso.
Un día le dije al administrador que me diera la baja. Entonces me
presenté en el antiguo Hospital de Emergencias, ubicado en la Avenida de
Carlos III. Fui directamente hasta la oficina del jefe de personal, y cuando me
entrevistaba con él le dije que necesitaba un trabajo. Basándome
en mi experiencia en el hospital "Calixto García" le sugerí
una plaza en la cocina o de camillero en el Cuerpo de Guardia. Pero el jefe de
personal, mientras yo le hablaba, no apartaba sus ojos del pulso de mi mano
izquierda.
- ¿Tiene los antecedentes penales limpios? -preguntó, mientras
volvía a mirar con detenimiento la zona del pulso de mi mano izquierda.
- Sí -respondí.
Entonces me dijo que a la guarnición del hospital le faltaba un
hombre. Me sorprendí.
- Es un buen trabajo -prosiguió. Son 148 pesos mensuales.
- Me parece una buena idea -dije, mientras consultaba la hora en mi Rolex
Oster Perpetual, el mismo modelo que usó Fidel Castro Ruz cuando entró
a La Habana en enero del año 1959.
El jefe de personal tomó el teléfono y mandó a buscar
al jefe de la guarnición, que a los pocos minutos, sumiso, se presentó
en el cómodo despacho del hombre que me miraba a los ojos menos tiempo
que al pulso de mi mano izquierda.
- A partir de mañana el compañero comenzará a trabajar
con nosotros -le dijo el jefe de personal al jefe de la guarnición. De
los uniformes nuevos que trajeron entréguele las mudas de reglamento. Enséñele
todo nuestro sistema de seguridad. Preséntelo ante nuestros compañeros
del Partido, y ante el personal confiable de nuestro centro.
Durante tres meses disfruté del trabajo de custodio. Allí,
fuera del horario de visita, venían familiares y amistades de pacientes
sin el pase de acompañantes, y yo los dejaba pasar. En pocas semanas las
gentes buscaban en qué posta de entrada al hospital me encontraba. Cuando
me tocó el turno de la madrugada varias enfermeras fueron novias mías.
Pero antes de cumplir los tres meses, un día el jefe de los custodios me
esperaba asustado. Faltaban poco minutos para las 11 p.m., y me disponía
a ponchar mi tarjeta en el reloj. Pero el jefe de los custodios me dijo:
- Tengo orden de que no puedes trabajar más en el hospital. Mañana
a primera hora debes presentarte ante el jefe de personal. Trae los uniformes de
custodio que te hemos dado.
Al siguiente día entré a la oficina del jefe de personal. En
efecto, el hombre, como la primera vez que me vio, no dejaba de mirar fijamente
el Rolex que relucía en el pulso de mi mano izquierda.
- Usted me ha confundido -comenzó a decirme. Hemos recibido un
comunicado de Contrainteligencia: usted no puede continuar de custodio.
- Permítame decirle que en ningún momento he sido yo quien
deseara la plaza de custodio. Desde el primer momento le hablé de una
plaza de ayudante de cocina o camillero. Ha sido usted quien, no sé por
qué razón, me obligó prácticamente a tomar la plaza
de custodio.
El jefe de personal me sugirió que solicitara la baja. Yo me defendí
expresándole que necesitaba trabajar y, como el primer día que le
hablé, le expresé que me conformaba con una plaza de ayudante de
cocina o camillero.
- Usted tiene derecho de quedarse trabajando en el hospital de ayudante de
cocina o camillero; la culpa ha sido mía. Pero después que usted
ha representado a la autoridad dentro del hospital me parece inapropiado que el
personal lo vea reducido a una plaza de menor categoría. Le sugiero por
su bien, y el de todos, que solicite la baja. El hombre tenia razón. Así
que solicité la baja, pero durante años nunca desentrañé
por qué aquel hombre, sin conocerme, en los primeros minutos de nuestra
entrevista, me había propuesto una plaza que siempre ha sido reservada
para ciudadanos seleccionados.
Este enigma pude resolverlo hará poco tiempo, cuando leí en
algún lugar que los hermanos La Guardia y el ex-general Arnaldo Ochoa y
el escritor cubano Norberto Fuentes, y algunos personajes cercanos al primer círculo
de poder en Cuba, se hacían llamar "brothers" y se regalaban
entre sí relojes suizos de la marca Rolex. Lo probable es que el jefe de
personal del Hospital Emergencia me haya confundido con un "brother"
cuando vio mi Rolex.
¿Que cómo lo adquirí? Fue un regalo. Y la historia de
este regalo algún día la contaré, y
sabrán que ese reloj, en Cuba, es una maldición. Les aseguro
que todavía estoy pagando el precio de ese Rolex. Menos mal que sólo
lo llevé en el pulso de mi mano izquierda 5 meses y 15 días.
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