CUBANET .INDEPENDIENTE

5 de diciembre, 2001


La maldición de los Rolex en Cuba

Ramón Díaz-Marzo

LA HABANA, diciembre (www.cubanet.org) - En el año 1982 yo trabajaba de sereno en unos almacenes ubicados en el kilómetro 2 de la Calzada de Rancho Boyeros. Pero de noche allí había demasiados mosquitos, y el lugar, oscuro y desolado, era en verdad peligroso.

Un día le dije al administrador que me diera la baja. Entonces me presenté en el antiguo Hospital de Emergencias, ubicado en la Avenida de Carlos III. Fui directamente hasta la oficina del jefe de personal, y cuando me entrevistaba con él le dije que necesitaba un trabajo. Basándome en mi experiencia en el hospital "Calixto García" le sugerí una plaza en la cocina o de camillero en el Cuerpo de Guardia. Pero el jefe de personal, mientras yo le hablaba, no apartaba sus ojos del pulso de mi mano izquierda.

- ¿Tiene los antecedentes penales limpios? -preguntó, mientras volvía a mirar con detenimiento la zona del pulso de mi mano izquierda.

- Sí -respondí.

Entonces me dijo que a la guarnición del hospital le faltaba un hombre. Me sorprendí.

- Es un buen trabajo -prosiguió. Son 148 pesos mensuales.

- Me parece una buena idea -dije, mientras consultaba la hora en mi Rolex Oster Perpetual, el mismo modelo que usó Fidel Castro Ruz cuando entró a La Habana en enero del año 1959.

El jefe de personal tomó el teléfono y mandó a buscar al jefe de la guarnición, que a los pocos minutos, sumiso, se presentó en el cómodo despacho del hombre que me miraba a los ojos menos tiempo que al pulso de mi mano izquierda.

- A partir de mañana el compañero comenzará a trabajar con nosotros -le dijo el jefe de personal al jefe de la guarnición. De los uniformes nuevos que trajeron entréguele las mudas de reglamento. Enséñele todo nuestro sistema de seguridad. Preséntelo ante nuestros compañeros del Partido, y ante el personal confiable de nuestro centro.

Durante tres meses disfruté del trabajo de custodio. Allí, fuera del horario de visita, venían familiares y amistades de pacientes sin el pase de acompañantes, y yo los dejaba pasar. En pocas semanas las gentes buscaban en qué posta de entrada al hospital me encontraba. Cuando me tocó el turno de la madrugada varias enfermeras fueron novias mías. Pero antes de cumplir los tres meses, un día el jefe de los custodios me esperaba asustado. Faltaban poco minutos para las 11 p.m., y me disponía a ponchar mi tarjeta en el reloj. Pero el jefe de los custodios me dijo:

- Tengo orden de que no puedes trabajar más en el hospital. Mañana a primera hora debes presentarte ante el jefe de personal. Trae los uniformes de custodio que te hemos dado.

Al siguiente día entré a la oficina del jefe de personal. En efecto, el hombre, como la primera vez que me vio, no dejaba de mirar fijamente el Rolex que relucía en el pulso de mi mano izquierda.

- Usted me ha confundido -comenzó a decirme. Hemos recibido un comunicado de Contrainteligencia: usted no puede continuar de custodio.

- Permítame decirle que en ningún momento he sido yo quien deseara la plaza de custodio. Desde el primer momento le hablé de una plaza de ayudante de cocina o camillero. Ha sido usted quien, no sé por qué razón, me obligó prácticamente a tomar la plaza de custodio.

El jefe de personal me sugirió que solicitara la baja. Yo me defendí expresándole que necesitaba trabajar y, como el primer día que le hablé, le expresé que me conformaba con una plaza de ayudante de cocina o camillero.

- Usted tiene derecho de quedarse trabajando en el hospital de ayudante de cocina o camillero; la culpa ha sido mía. Pero después que usted ha representado a la autoridad dentro del hospital me parece inapropiado que el personal lo vea reducido a una plaza de menor categoría. Le sugiero por su bien, y el de todos, que solicite la baja. El hombre tenia razón. Así que solicité la baja, pero durante años nunca desentrañé por qué aquel hombre, sin conocerme, en los primeros minutos de nuestra entrevista, me había propuesto una plaza que siempre ha sido reservada para ciudadanos seleccionados.

Este enigma pude resolverlo hará poco tiempo, cuando leí en algún lugar que los hermanos La Guardia y el ex-general Arnaldo Ochoa y el escritor cubano Norberto Fuentes, y algunos personajes cercanos al primer círculo de poder en Cuba, se hacían llamar "brothers" y se regalaban entre sí relojes suizos de la marca Rolex. Lo probable es que el jefe de personal del Hospital Emergencia me haya confundido con un "brother" cuando vio mi Rolex.

¿Que cómo lo adquirí? Fue un regalo. Y la historia de este regalo algún día la contaré, y

sabrán que ese reloj, en Cuba, es una maldición. Les aseguro que todavía estoy pagando el precio de ese Rolex. Menos mal que sólo lo llevé en el pulso de mi mano izquierda 5 meses y 15 días.


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