Sebastián Arcos Cazabón . Publicado el
martes, 4 de diciembre de 2001 en El Nuevo
Herald
Los secuestradores son los peores criminales, porque para lograr lo que
quieren --no importa si su motivación es económica o política--
se aprovechan del amor desinteresado que unos seres humanos sienten por otros, y
al hacerlo, corrompen el más puro de los sentimientos. Imagine el lector
por un momento la pesadilla de un padre a quien le han secuestrado su única
hija, la angustia de saberla a merced de criminales capaces de lo peor, la
ansiedad por reunir el rescate requerido, la frustración de saberse
impotente para cambiar la situación.
Imagine ahora el lector el secuestro no de un individuo, sino de una nación
entera; la toma no de una docena, sino de millones de rehenes. Los
secuestradores aseguran tener una agenda política, pero también
exigen plata. Para colmo, las demandas de los secuestradores se renuevan año
tras año, y el secuestro se prolonga por décadas hasta convertirse
en chantaje.
¿Imposible? No tanto. Eso es exactamente lo que Fidel Castro ha hecho
con Cuba y su pueblo durante los últimos 40 años. Castro ha hecho
un arte del secuestro y la extorsión disfrazados de grandes causas. El
secuestrador en jefe demanda concesiones políticas de Estados Unidos,
ayuda económica de la Unión Europea, y millones de dólares
de los exiliados cubanos, so pena de matar de hambre y miserias al pueblo de
Cuba. Castro usa la miseria del cubano, miseria de la cual él es el único
responsable, para mantenerse en el poder. No es ésta una miseria
resultado de una sequía u otro fenómeno natural, sino resultado de
la incapacidad económica y la represión política. A los
cubanos, Castro ni les da malanga ni los deja sembrarla.
Los exiliados conocemos esto mejor que nadie. El dictador mantiene a
nuestras familias en la miseria, y para que sobrevivan les enviamos millones de
dólares, que al final terminan en los bolsillos del dictador. Los
exiliados nos hallamos en un círculo vicioso del cual no podemos escapar;
nuestro amor filial ayuda a mantener la causa misma del sufrimiento de nuestras
familias.
Para muchos, esta contradicción aparece irónica, o peor aún,
hipócrita, porque la mayoría de los exiliados cubanos apoyan el
embargo norteamericano contra Castro. La contradicción, sin embargo, es sólo
aparente. Los exiliados creemos en las relaciones de pueblo a pueblo, que no son
lo mismo que las de gobierno a gobierno. En las relaciones de gobierno a
gobierno, Castro se embolsilla el 100% de la transacción y sólo
las migajas llegan al pueblo. La plata que enviamos los exiliados llega
directamente a aquéllos que más la necesitan, y es cierto que al
final termina en el bolsillo del dictador, pero no sin antes alimentar el
mercado negro, el embrión de la economía de mercado que algún
día sacará la isla de la miseria.
La disyuntiva es siempre difícil para los exiliados. Tomemos por
ejemplo el ciclón Michelle, que recientemente azotó la isla con
vientos de 180 km/h. Sabemos que los cubanos necesitan ayuda, y queremos ayudar,
pero también sabemos que cualquier ayuda que enviemos terminará en
manos del régimen, que la manipulará a su antojo (la dependencia
del estado como único proveedor es uno de los pilares del poder
totalitario). ¿Qué hacer? La capacidad de Cáritas está
severamente limitada por el régimen cubano, y los disidentes no tienen ni
la infraestructura ni la organización para semejante labor. Una vez más
la disyuntiva es enviar la ayuda a través del régimen, o no
enviarla. Creo que ante semejantes circunstancias no queda otro remedio que
enviar la ayuda, aunque caiga en manos del régimen. Es otra manera de
demostrar que nuestra gente es más importante que la política.
Exactamente lo contrario de lo que hace el dictador. Michelle ha puesto en
evidencia cuáles son las prioridades de Castro. En medio de una dificilísima
situación económica, el dictador decide rechazar la ayuda
humanitaria de Estados Unidos, y quiere pagar por ella con efectivo que podría
emplearse en satisfacer otras necesidades inmediatas. Eso después de
afirmar hace unos años que jamás compraría "ni una
aspirina'' en Estados Unidos. La prioridad aquí no es la gente sin techo
en Matanzas, sino la política del embargo en Washington. Con esta compra "al
contado'', el dictador pretende convencer al Congreso norteamericano de que él
es buena paga, y alinear los intereses económicos y políticos que
presionan para levantar el embargo. Y todavía hay quien cree que a Castro
le conviene el embargo y en realidad no quiere que se lo quiten.
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