CUBANET .INDEPENDIENTE

25 de abril, 2001


Otra historia oculta

Héctor Maseda, Grupo de Trabajo Decoro

Hay dos tipos de personas en la Tierra: aquellas que se elevan, y las que se inclinan - Ela Wheeler

LA HABANA, abril - Para Orlando Fundora Álvarez el tiempo se mueve con pereza. Vive en un sueño permanente: contribuir al nuevo amanecer de sus alamedas. Se siente amarrado al mismo lugar, a pesar de los esfuerzos que realiza para salir de ese fondo infinito.

Orlando fue obligado por el gobierno cubano a salir del país ilegalmente el 14 de mayo de 1980, por el puerto del Mariel. Sólo tenía otra opción: volver a presidio por tiempo indefinido dada su condición de opositor político, que lo convirtió en un purgado de ocasión.

Fundora llegó a Cayo Hueso sin contratiempos. Las autoridades de Inmigración norteamericanas legalizaron su entrada en la nación vecina. Durante ocho años se ganó la vida trabajando en labores diferentes. En 1988 decidió unirse a dos compatriotas exiliados para dedicarse a la pesca en el Golfo de México.

"El 24 de julio de 1991 -refiere Fundora Álvarez- zarpamos de Miami como otras veces. A los pocos días, en alta mar, se produjo una avería en el motor de la nave, y las corrientes marinas, traicioneras, nos aproximaron a las aguas jurisdiccionales cubanas. Avistamos un guardacostas de Castro y le solicitamos ayuda. Fuimos remolcados hasta su base marítima y entregados a la policía política de la Isla, acusados de entrada ilegal al país por la costa norte de La Habana, el 27 de julio de 1991".

Las investigaciones se prolongaron un mes. Durante ese tiempo, Fundora estuvo incomunicado y no supo de la suerte corrida por sus dos compañeros, hasta el día de la función, trece meses después. En agosto lo condujeron a la prisión Combinado del Este, ubicada a un kilómetro de la Autopista, en el municipio Habana del Este. Llegó el día del juicio. Se celebró en la sala quinta del Departamento de Seguridad del Estado. Causa No. 12/91, por entrada ilegal en Cuba. La condena: dos años de privación de libertad.

El Combinado del Este ocupa un área de 6 kilómetros cuadrados. Rodeado por una doble cerca de 5 metros de altura, coronada de alambres de púa. Entre ambas cercas hay un corredor de 4 metros de ancho por donde circulan guardias armados acompañados de mastines. Los guardias, con órdenes de disparar si encuentran algún recluso en el pasillo. Los mastines, listos a despedazar a sus víctimas.

El presidio está formado por tres edificios prefabricados de cuatro plantas cada uno. Cada piso está conformado por dos alas: la norte y la sur, separadas por una escalera central que comunica con los otros niveles. Las alas disponen de ocho destacamentos. Los primeros siete tienen capacidad para 50 reos que, en ocasiones, aumentan a 70. El destacamento número 8 es pequeño, con tres literas, y está destinado a los jefes de destacamento, seleccionados entre la peor morralla de los presos comunes. En cada nivel hay un comedor.

"En la segunda planta -relata Fundora- se encuentra la posta médica, que cuenta con un médico y un enfermero, seis camas y algunos medicamentos, muy pocos. Existe, además, un pequeño hospital con algunas especialidades: medicina general, cirugía, dermatología y vías digestivas. La capacidad total de la cárcel supera una población penal de 7,200 presos, que puede alcanzar los 9,500. Cada predio posee en sus sótanos cuatro celdas tapiadas de castigo. Pequeñas, sucias, húmedas, oscuras. Sin literas, agua ni retrete. El aire es irrespirable allí. La ración alimenticia ya de por sí magra, la reducen a la mitad. El tiempo de permanencia es generalmente 21 días".

El bloque No. 1 es el peor de todos. Allí se hacinan los sancionados a 20 y a más años (homicidas, violadores de menores, robo continuado con fuerza). En ocasiones mezclan a los confinados políticos con estos delincuentes. Los hechos de sangre se producen con mayor frecuencia en este lugar y el área asignada a los prisioneros jóvenes.

En el bloque No. 2 se encuentran los que cumplen condenas entre 2 y 5 años. El No. 3 está destinado a las causas pendientes: saboteadores, narcotraficantes, personas sorprendidas entrando ilegalmente al país. Estos presos se encuentran separados del resto y son clasificados como contrarrevolucionarios. En aquella época había un total de 79 prisioneros distribuidos en pequeños locales para 7 u 8 personas cada uno.

"El horario del día -refiere Fundora- no se diferencia del aplicado por las demás cárceles cubanas. Comienza a las 5 de la mañana, y continúa con el primer conteo, aseo personal, desayuno, limpieza de las áreas, almuerzo, comida, una hora de patio cuando te toca, una vez a la semana, segundo conteo y silencio. El tiempo que sobre entre las actividades fijas unos lo emplean en descansar, jugar cartas, dominó o hacer negocios. Otros reclusos, acogidos al plan de rehabilitación laboran de 6 a 8 horas diarias en la construcción de bloques de hormigón, trabajos de artesanía, talleres de mecánica".

Las condiciones de vida en el presidio no podrían ser peores. Comenzaba el llamado período especial en Cuba (1992). Apenas había atención médica. El desayuno consistía en agua caliente con azúcar y una onza de pan duro, y muchas veces con hongos. Las comidas consistían en caldos malolientes, un poco de arroz o espaguetis. En cuanto a la cantidad, "todo el alimento cabía en la palma de la mano". Por las noches se habilitaban algunos comedores para ver la televisión, ocasión aprovechada por muchos reos para cobrar viejas deudas y tomar venganzas, ya que coincidían al mismo tiempo los reclusos de varios destacamentos. Cuchillas, estiletes caseros y otras armas eran utilizadas. Muchas veces resultaban heridos confinados que nada tenían que ver con el asunto que se dirimía.

En agosto de 1991, recuerda Fundora, "se produjo una pelea entre varios reclusos del edificio No. 1, por deudas de juego. El agredido fue cambiado para el predio No. 3. Los custodios creyeron que con esa medida evitarían discusiones posteriores. No tuvieron en cuenta que la visita sería en el mismo local ese mismo día, y los implicados coincidirían. Ocurrió lo peor. Uno de ellos fue acuchillado con trozos de cabilla convertidos en estiletes delante de sus familiares. Murió antes de que intervinieran los militares. Los otros participantes en el hecho de sangre fueron conducidos al "Pabellón de la Muerte", nombrado así porque quien entraba a aquel lugar no sabía si saldría vivo o loco. El visitante del pabellón no recibía ningún tipo de atención. La ración se le disminuye al tercio. A la menor protesta era golpeado por varios gendarmes. Unos fallecían sin recibir atención médica. Otros se suicidaban. En ese pabellón encerraron a muchos presos políticos. Por ese motivo fue rebautizado con el nombre de "Pabellón de los Derechos Humanos". Actualmente se le conoce como el "Cuarenta y siete".

En una ocasión sacaron a varios sancionados por entrada ilegal a trabajar. Orlando fue uno de ellos. Comenzó a llover y los militares quisieron obligarlos a desnudarse y caminar sobre el fango. Ellos se negaron. Al momento se aproximó un grupo de alistados para golpearlos. Los penados se aprestaron a defenderse con piedras. Casualmente uno de los miembros de TOC (cuerpo de apoyo de la policía política que actúa en las penitenciarías en calidad de informantes) dijeron que "éstas son gente llegada de Miami y no pueden ser maltratados". Orlando y sus compañeros decidieron no trabajar más en evitación de conflictos ulteriores. "En la prisión -afirma Fundora- todo se compra, gracias a la corrupción reinante entre los oficiales, los cuales se prestan para cualquier acción siempre que le represente pingües beneficios. La dirección de prisiones cambia con frecuencia a los guardianes y la oficialidad, pero los que llegan entran en el mismo rejuego, de inmediato.

Ya los guardias no martirizan a los prisioneros a punta de bayoneta o con bastones eléctricos, "ahora se golpea con las tonfas (especie de tubos de 1.8 pies de largo con agarradera, forrado con goma de alta resistencia. Es un medio más eficaz para quienes las utilizan, y no dejan huellas visibles en los cuerpos de las víctimas".

Orlando Fundora Álvarez fue liberado el 27 de julio de 1993. En el presidio conoció a su actual compañera, cuando ella visitaba a familiares presos. Se casaron, constituyeron una familia. Fundora es presidente de la Asociación de Presos Políticos "Pedro Luis Boitel". Ella le ayuda y comparte su suerte.

"Hay cosas que por derecho sólo a nosotros pertenecen" - afirman casi al unísono. "Y otras que por su magnitud, significación y alcanza, solamente se podrán alcanzar si actuamos con respeto absoluto, dedicación y sacrificio".


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