Otra
historia oculta
Héctor Maseda, Grupo de Trabajo Decoro
Hay dos tipos de personas en la Tierra: aquellas que se
elevan, y las que se inclinan - Ela Wheeler
LA HABANA, abril - Para Orlando Fundora Álvarez el tiempo se mueve
con pereza. Vive en un sueño permanente: contribuir al nuevo amanecer de
sus alamedas. Se siente amarrado al mismo lugar, a pesar de los esfuerzos que
realiza para salir de ese fondo infinito.
Orlando fue obligado por el gobierno cubano a salir del país
ilegalmente el 14 de mayo de 1980, por el puerto del Mariel. Sólo tenía
otra opción: volver a presidio por tiempo indefinido dada su condición
de opositor político, que lo convirtió en un purgado de ocasión.
Fundora llegó a Cayo Hueso sin contratiempos. Las autoridades de
Inmigración norteamericanas legalizaron su entrada en la nación
vecina. Durante ocho años se ganó la vida trabajando en labores
diferentes. En 1988 decidió unirse a dos compatriotas exiliados para
dedicarse a la pesca en el Golfo de México.
"El 24 de julio de 1991 -refiere Fundora Álvarez- zarpamos de
Miami como otras veces. A los pocos días, en alta mar, se produjo una
avería en el motor de la nave, y las corrientes marinas, traicioneras,
nos aproximaron a las aguas jurisdiccionales cubanas. Avistamos un guardacostas
de Castro y le solicitamos ayuda. Fuimos remolcados hasta su base marítima
y entregados a la policía política de la Isla, acusados de entrada
ilegal al país por la costa norte de La Habana, el 27 de julio de 1991".
Las investigaciones se prolongaron un mes. Durante ese tiempo, Fundora
estuvo incomunicado y no supo de la suerte corrida por sus dos compañeros,
hasta el día de la función, trece meses después. En agosto
lo condujeron a la prisión Combinado del Este, ubicada a un kilómetro
de la Autopista, en el municipio Habana del Este. Llegó el día del
juicio. Se celebró en la sala quinta del Departamento de Seguridad del
Estado. Causa No. 12/91, por entrada ilegal en Cuba. La condena: dos años
de privación de libertad.
El Combinado del Este ocupa un área de 6 kilómetros cuadrados.
Rodeado por una doble cerca de 5 metros de altura, coronada de alambres de púa.
Entre ambas cercas hay un corredor de 4 metros de ancho por donde circulan
guardias armados acompañados de mastines. Los guardias, con órdenes
de disparar si encuentran algún recluso en el pasillo. Los mastines,
listos a despedazar a sus víctimas.
El presidio está formado por tres edificios prefabricados de cuatro
plantas cada uno. Cada piso está conformado por dos alas: la norte y la
sur, separadas por una escalera central que comunica con los otros niveles. Las
alas disponen de ocho destacamentos. Los primeros siete tienen capacidad para 50
reos que, en ocasiones, aumentan a 70. El destacamento número 8 es pequeño,
con tres literas, y está destinado a los jefes de destacamento,
seleccionados entre la peor morralla de los presos comunes. En cada nivel hay un
comedor.
"En la segunda planta -relata Fundora- se encuentra la posta médica,
que cuenta con un médico y un enfermero, seis camas y algunos
medicamentos, muy pocos. Existe, además, un pequeño hospital con
algunas especialidades: medicina general, cirugía, dermatología y
vías digestivas. La capacidad total de la cárcel supera una
población penal de 7,200 presos, que puede alcanzar los 9,500. Cada
predio posee en sus sótanos cuatro celdas tapiadas de castigo. Pequeñas,
sucias, húmedas, oscuras. Sin literas, agua ni retrete. El aire es
irrespirable allí. La ración alimenticia ya de por sí
magra, la reducen a la mitad. El tiempo de permanencia es generalmente 21 días".
El bloque No. 1 es el peor de todos. Allí se hacinan los sancionados
a 20 y a más años (homicidas, violadores de menores, robo
continuado con fuerza). En ocasiones mezclan a los confinados políticos
con estos delincuentes. Los hechos de sangre se producen con mayor frecuencia en
este lugar y el área asignada a los prisioneros jóvenes.
En el bloque No. 2 se encuentran los que cumplen condenas entre 2 y 5 años.
El No. 3 está destinado a las causas pendientes: saboteadores,
narcotraficantes, personas sorprendidas entrando ilegalmente al país.
Estos presos se encuentran separados del resto y son clasificados como
contrarrevolucionarios. En aquella época había un total de 79
prisioneros distribuidos en pequeños locales para 7 u 8 personas cada
uno.
"El horario del día -refiere Fundora- no se diferencia del
aplicado por las demás cárceles cubanas. Comienza a las 5 de la mañana,
y continúa con el primer conteo, aseo personal, desayuno, limpieza de las
áreas, almuerzo, comida, una hora de patio cuando te toca, una vez a la
semana, segundo conteo y silencio. El tiempo que sobre entre las actividades
fijas unos lo emplean en descansar, jugar cartas, dominó o hacer
negocios. Otros reclusos, acogidos al plan de rehabilitación laboran de 6
a 8 horas diarias en la construcción de bloques de hormigón,
trabajos de artesanía, talleres de mecánica".
Las condiciones de vida en el presidio no podrían ser peores.
Comenzaba el llamado período especial en Cuba (1992). Apenas había
atención médica. El desayuno consistía en agua caliente con
azúcar y una onza de pan duro, y muchas veces con hongos. Las comidas
consistían en caldos malolientes, un poco de arroz o espaguetis. En
cuanto a la cantidad, "todo el alimento cabía en la palma de la mano".
Por las noches se habilitaban algunos comedores para ver la televisión,
ocasión aprovechada por muchos reos para cobrar viejas deudas y tomar
venganzas, ya que coincidían al mismo tiempo los reclusos de varios
destacamentos. Cuchillas, estiletes caseros y otras armas eran utilizadas.
Muchas veces resultaban heridos confinados que nada tenían que ver con el
asunto que se dirimía.
En agosto de 1991, recuerda Fundora, "se produjo una pelea entre varios
reclusos del edificio No. 1, por deudas de juego. El agredido fue cambiado para
el predio No. 3. Los custodios creyeron que con esa medida evitarían
discusiones posteriores. No tuvieron en cuenta que la visita sería en el
mismo local ese mismo día, y los implicados coincidirían. Ocurrió
lo peor. Uno de ellos fue acuchillado con trozos de cabilla convertidos en
estiletes delante de sus familiares. Murió antes de que intervinieran los
militares. Los otros participantes en el hecho de sangre fueron conducidos al "Pabellón
de la Muerte", nombrado así porque quien entraba a aquel lugar no
sabía si saldría vivo o loco. El visitante del pabellón no
recibía ningún tipo de atención. La ración se le
disminuye al tercio. A la menor protesta era golpeado por varios gendarmes. Unos
fallecían sin recibir atención médica. Otros se suicidaban.
En ese pabellón encerraron a muchos presos políticos. Por ese
motivo fue rebautizado con el nombre de "Pabellón de los Derechos
Humanos". Actualmente se le conoce como el "Cuarenta y siete".
En una ocasión sacaron a varios sancionados por entrada ilegal a
trabajar. Orlando fue uno de ellos. Comenzó a llover y los militares
quisieron obligarlos a desnudarse y caminar sobre el fango. Ellos se negaron. Al
momento se aproximó un grupo de alistados para golpearlos. Los penados se
aprestaron a defenderse con piedras. Casualmente uno de los miembros de TOC
(cuerpo de apoyo de la policía política que actúa en las
penitenciarías en calidad de informantes) dijeron que "éstas
son gente llegada de Miami y no pueden ser maltratados". Orlando y sus
compañeros decidieron no trabajar más en evitación de
conflictos ulteriores. "En la prisión -afirma Fundora- todo se
compra, gracias a la corrupción reinante entre los oficiales, los cuales
se prestan para cualquier acción siempre que le represente pingües
beneficios. La dirección de prisiones cambia con frecuencia a los
guardianes y la oficialidad, pero los que llegan entran en el mismo rejuego, de
inmediato.
Ya los guardias no martirizan a los prisioneros a punta de bayoneta o con
bastones eléctricos, "ahora se golpea con las tonfas (especie de
tubos de 1.8 pies de largo con agarradera, forrado con goma de alta resistencia.
Es un medio más eficaz para quienes las utilizan, y no dejan huellas
visibles en los cuerpos de las víctimas".
Orlando Fundora Álvarez fue liberado el 27 de julio de 1993. En el
presidio conoció a su actual compañera, cuando ella visitaba a
familiares presos. Se casaron, constituyeron una familia. Fundora es presidente
de la Asociación de Presos Políticos "Pedro Luis Boitel".
Ella le ayuda y comparte su suerte.
"Hay cosas que por derecho sólo a nosotros pertenecen" -
afirman casi al unísono. "Y otras que por su magnitud, significación
y alcanza, solamente se podrán alcanzar si actuamos con respeto absoluto,
dedicación y sacrificio".
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