Un teatro
cubano y moderno
Lucas Garve, CPI
LA HABANA, abril - El teatro cubano tuvo su más larga temporada entre
1900 y 1935. El hecho ocurrió en el legendario Teatro Alhambra de la mano
del trío empresarial Arias-López-Villoch.
Miguel Arias, mallorquín y escenógrafo; José López
Falcó (Pirolo), actor muy conocido, y Federico Volloch, escritor,
hicieron gloria y fortuna mediante una fórmula exitosa utilizada para
representar más de dos mil piezas teatrales durante 34 años y 9
meses, exactamente, de trabajo ininterumpido.
La herencia del bufo
Mucho se ha discutido hasta hoy acerca del peso de la tradición del
bufo sobre las tablas del Alhambra. Pero, según un buen conocedor del
asunto, descendiente de los Robreño, entre los bufos del teatro vernáculo
del XIX y los teatristas del Alhambra hubo su diferencia.
Aunque la propuesta teatral de los empresarios del Alhambra asumió la
representación de los tipos y costumbres de la sociedad cubana ellos
abandonaron la "sobreactuación", principal característica
de sus antecesores del siglo XIX e iniciaron un estilo de actuación y de
puesta en escena apegado al naturalismo, más propio de comienzos del
siglo XX. Inclinación que no fue nada gratuita si vinculamos esa
tendencia con el objetivo de la empresa y los aires de modernidad que corrían
a las puertas del pasado siglo.
Debido a esto, Eduardo Robreño -descendiente de una extensa familia
de teatristas vinculada al Alhambra- calificó al género de "alhambresco".
El género alhambresco
Desde el 10 de noviembre de 1900 hasta el 8 de febrero de 1935 -fecha en que
se derrumbó el local- la escena del coliseo de Consulado y Virtudes, a
una cuadra del Prado habanero, sirvió para mostrar con sabor popular
acontecimientos históricos nacionales e internacionales, la acción
gubernamental, los problemas nacionales y los de las diferentes capas sociales
de la época, parodias de obras famosas y hasta operetas cubanas.
Lo novedoso y particular de este género descansó en que la
escena se convirtió en una especie de periódico teatral. ¡Cualquier
acontecimiento nacional o internacional relevante tuvo su repercusión artística
en las tablas alhambrescas! ¡Bajo la escena del teatro pasaba el nervio del
país!
En lo particular, quien hizo posible tal hazaña fue un autor teatral
que primero fue periodista. Desde los 20 años Federico Villoch colaboró
con El Fígaro y La Habana Elegante, luego fue reportero en el periódico
La Iberia y el Unión Constitucional, y redactor fijo -sustituyó a
Julián del Casal- en La Caricatura.
Autor de unas 320 obras, su producción teatral garantizó éxitos
como La Isla de las Cotorras, La Casita Criolla, Delirio de Automóvil, La
Familia Ponchinlluria, La Superhembra, Aliados y Alemanes, La Danza de los
Millones, La Carretera Central, El Rico Hacendado, La Alegría de la Vida,
Los Siete Colores, La Revista sin Hilos.
A pesar que muchos críticos e historiadores apuntaron que la carrera
teatral cerró la vena periodística de Federico Villoch, al parecer
no fue tan así. Villoch continuó su labor periodística,
pero con un nuevo soporte, el de la escena.
Si nos atenemos a los temas tratados en sus piezas, desde el título
hasta la última réplica hay, en cada una de ellas, oportunidad,
foco noticioso, análisis del acontecimiento, interpretación.
Examinada bajo un lente actual, el fenómeno del éxito de
Villoch revela el tratamiento de lo subalterno, el destaque de lo marginal, la
transposición de géneros, el uso de lo paródico y de lo
histórico. Una rica intertextualidad.
Además, echó mano a un componente de carácter nacional,
el choteo, que provocó la risa gracias al empleo de la sátira en
sus sainetes con el fin de "descuartizar" la realidad en la escena.
¿Cómo logró todo esto? Propongo una simple respuesta:
libertad de creación y de expresión absolutas.
Un sistema de creación teatral
La compañía teatral del Alhambra tuvo un sistema de creación
que aventajó a los demás de su época. Autores, músicos,
escenógrafos lograron en conjunto producciones teatrales de éxito
legendario.
Libretos de lenguaje directo, apertura lingüística popular, música
de calidad indiscutible y escenografías impactantes encontraron
destacados libretistas en Villoch, los Robreño, Agustín Rodríguez,
Sánchez Galarraga, Mario Sorondo y otros.
Primero de la mano del maestro Mauri, luego bajo la batuta de Jorge
Anckermann, la música de las obras rebosó de cubanía. Las
escenografías de Miguel Arias, después de Pepe Gómiz y, por
último, de Nono Noriega sirvieron de decorados perfectos y eficaces.
Así aventajó al grupo de competidores porque pusieron en juego
una fórmula de éxito que decenios más tarde harían
suya los medios masivos de comunicación. Por eso fue moderno.
El público
Tres tandas diarias aseguraron el éxito financiero de la empresa. El
Alhambra sirvió, en cierta forma, para "democratizar" la
estructura del público teatral. A la primera tanda asistían
dependientes y comerciantes, obreros y administradores, a quienes reclamaba la
labor en horas matutinas.
La segunda tanda, formada por un público masculino absolutamente atraído
por los estrenos, que proveniente de la ciudad y del "interior" aclamó
la belleza de las "estrellas alhambrescas".
La última tanda, a las once de la noche, acogía a los noctámbulos,
trabajadores de la prensa, bohemios de una ciudad que desde entonces no dormía
por reír de chistes y alusiones en los que lo erótico rozaba lo
político y viceversa.
De seguro concordará conmigo en que el Alhambra tuvo "su público".
Mas hoy, en la esquina de Consulado y Virtudes, el inmueble del teatro sólo
sirve para ensayos de un conjunto de danza. Hace más de veinte años
se cerró el teatro por problemas estructurales. Se perdió la
tradición del género alhambresco.
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