CUBANET .INDEPENDIENTE

3 de abril, 2001


El Apóstol me dice

Ramón Díaz-Marzo

LA HABANA, abril - Se piensa que las características absurdas de nuestra época en La Habana son un emporio seguro de crónicas con las que nuestros fieles lectores de Internet disipan cada semana el tedio nostálgico del exilio.

Se piensa que es suficiente que el periodista independiente recorra la ciudad para encontrar el dato escondido y mostrarlo de inmediato, a diferencia de la novela detectivesca.

Se piensa que la experiencia histórica que asegura que entre el periodismo y la literatura siempre se utiliza el mismo método: saber mirar, y mirar bien, garantiza la pastilla de palabras que determinado lector, en el vasto o estrecho panorama de su vida personal en libertad, consumirá para no perder el contacto espiritual con la Patria.

Sin embargo, lo que nunca se piensa es que el periodista independiente cubano no es el corresponsal de prensa extranjera acreditado en La Habana que con un alto nivel de vida por causa del salario devengado de su agencia, aparte de ser un ciudadano de primera clase gracias a las leyes de nuestro precavido gobierno, sólo envía noticias fusiladas de nuestra prensa oficial rodeado de una interminable caravana de latas de cervezas, putas ocasionales o enviadas por la policía política, y gozando por partida doble una suerte de turismo exclusivo y tranquilo que no le cuesta un centavo y sin riesgo de ir a prisión; como no sea el severo castigo de montarlo a la fuerza en un avión con destino a su maravilloso país en caso de que se atreva a dar opiniones que puedan molestar al gobierno.

Estoy contando esto porque hoy he decidido creerme que soy periodista. He salido, pues, de mis calabozos en el Hotel Monserrate y con sólo caminar unos metros me he sentado en el Parque Central de La Habana a las nueve de la mañana, exactamente como me lo sugiriera un colega que ahora se encuentra en el exilio. Por supuesto, sin estar rodeado de latas de cervezas y putas especializadas en la inflación de egos y prominentes personalidades.

Las viejas y viejos que han hecho de la limosna "andar La Habana" una profesión, y que me conocen, han pasado frente a mí saludándome con mucho disimulo.

Algunas putas novicias (cuyos días en la calle de seguro se pueden contar con los dedos de una mano) se me han acercado y, cuando les he dicho que soy un habitante de la Habana Vieja han huido de mi lado espantadas.

Cada cinco minutos ha pasado frente a mí un policía palestino que, al ver mis canas, ha continuado su recorrido. Del otro lado del gigantesco monumento he podido ver al habitual grupo de locos hablando de béisbol mañana, tarde y noche.

Entonces, a las 12 del día, rodeado de algunos extranjeros ante los cuales he sentido deseos de "andar La Habana" con la esperanza de conseguir dólares, he visto bajo la infernal luz solar la mano y cabeza marmórea de José Martí volverse hacia mí y, en mi delirio, he visto cómo el índice de esa mano me señala y a través de las cuencas de su pétrea mirada me dice: "¡estúpido!"


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