Estación
central
Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro
LA HABANA, agosto - El poeta Pablo Neruda escibió: "Son más
tristes los puertos cuando atraca la tarde". De haber estado en la estación
central de ferrocarriles de Cuba no hubiera tenido tiempo para perfilar tan
hermoso verso; la tristeza lo habría conducido al suicidio. Así es
cuando el día va a morir y los trenes no han partido. La tarde penetra
como un puñal envenenado.
Después que usted, previa presentación de boleto junto a su
carnet de identidad, traspasa las rejas donde unos custodios -sin el menor
sentido de la cortesía que debe poseer todo trabajador público-
chequean sus documentos, comienza la agonía.
Son tantos los viajeros que los asientos del salón no alcanzan para
todos. Los bultos esparcidos por el piso casi no dejan espacio para caminar. El
chirrido de los alatavoces sólo emite malas noticias. El agua potable que
mana de dos grifos herrumbrosos es un caldo tibio y sospechoso. La oferta de la
cafetería se reduce a cigarrillos Populares y pan con truco.
Se mira hacia el techo, como buscando a Dios, y la ausencia de ventiladores
justifica el rostro patético de pasajeros agrios de sudor. El vocerío
de todos, hablando a la vez, se torna rugido como de monstruo encarcelado. El
itinerario de los trenes es letra muerta en la pizarra que los anuncia. Parten o
arriban cuando el azar lo permite.
El gentío, la bulla, el calor, la incertidumbre, conforman un
ambiente opresivo que hace del crepúsculo el momento más grave de
cualquier viajero que esperaba partir antes de que el cuerpo le pidiera penetrar
a esa zahurda pestilente a la cual llaman baño.
La hora de espera antes de partir el tren, a que obliga todo boleto comprado
con quince días de antelación, puede convertirse en jornada
interminable.
Los ventanillos de información se cierran, los trabajadores se
escabullen, los inspectores se irritan, nadie brinda detalles y se ofuscan
cuando se les piden, no hay a quién recurrir ni a quién reclamar
si su tren está retrasado, simplemente espere en este paraíso
ferroviario a que Dios le ayude, como siempre ha hecho en un país que le
da tantos trabajos que pudiéramos realizar nosotros mismos.
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