Fundación,
canon y relato de la imagen cubana
Lucas Garve, CPI
LA HABANA, agosto - Sin lugar a dudas existe la memoria gráfica
cubana instauradora de un relato identificador de "lo cubano".
Evidentes objetivos históricos contribuyeron en cada período a
distinguirla, pero una variante se ha mantenido indiscutiblemente en el discurso
de la imagen insular.
Tal variante, de recurrencia consciente, ha logrado crear un canon
correspondiente al entorno colonialista preponderante en el momento de su
fundación.
La primera visión artística de la isla respondió
ineludiblemente a cánones fijados de antemano por patrones y modelos
ajenos a nuestra realidad. Poco más tarde, mediante un lento proceso, se
fue creando un lenguaje formal en correspondencia con las características
esenciales del propio medio insular.
El autorreconocimiento de nuestra diferencia como entidad humana no se hizo
realidad hasta el siglo XIX.
También parte de este proceso de autorreconocimiento constituyó
la cristalización de la nacionalidad y las consecuentes convulsiones de
carácter radical que conmovieron la isla de Cuba.
Sin embargo, las necesidades urgentes de la promoción de la isla como
"producto" implicó la plasmación de una imagen
pintoresca que atribuyera características bucólicas, ingenuas,
ligadas a mitos provenientes del canon usado en Europa y de fácil lectura
para viajeros apresurados, pero en las que la formación étnica y
la psicología colectiva se mostraban tan notablemente edulcoradas como
falsificadas.
Desde luego, a mi parecer, en esta época fundacional se escamoteó
la imagen cubana con objetivos totalmente de promoción comercial y de la élite
propietaria.
Sólo bastaría una colección de marquillas, anillos e
ilustraciones de cajas de tabaco para descubrir en las ingenuas diosas, en la
vegetación exuberante y en las barbas rubias de los personajes
masculinos, el diseño de la imagen adulterada conscientemente.
Otro tanto ocurrió con la obra de los grabadores del siglo XIX.
Excelente muestra ejemplarizante de la concepción propuesta de un país
"amable", de una naturaleza "acogedora", pero si
profundizamos en sus elementos componentes chocamos con el sentido de exclusión
predominante, producto de esa visión parcializada de la realidad isleña.
Grabadores como Garneray, Lessieur, louis Caire, Delmés, Juan de Mata
Tejada, luego Moreau, Mialhe, Laplante y la figura de Víctor P.
Landaluze, aportaron la visión cubana adaptada al bolsillo de quienes
pagaban sus encargos.
Si a Landaluze se le debe agradecer la información testimonial
aportada sobre costumbres y vestuarios, también merecería ser
juzgado por contribuir a halagar los apetitos visuales apreciados por "la
mirada" que la ideología del colonizador había impuesto desde
siempre.
De un lado, la imagen del negro, del mestizo sin ocupación aparente,
en "un mundo de ocio" tan agradable como inexistente y, por el otro,
fue el recreador de la imagen de la mulata cuya proyección quedó
constreñida a la noción de objeto de placer. Mujeres hermosas, jóvenes,
bellas, sensuales.
En cuanto al grabado del XIX es remarcable la ausencia de la violencia, la
diferenciación social y la degradación humana propias de la
sociedad esclavista, como lo fue la sociedad cubana en el siglo XIX.
La total y consciente magnificación del paisaje cuya belleza natural
y grata ubicación geográfica fueron utilizadas como telón
para tapar las irregularidades, la pobreza, el abismo social entre amos y
esclavos.
La élite sacarócrata cubana, despojada de privilegios políticos
por la Metrópoli, a fuerza de dinero producto del trabajo esclavo, utilizó
la imagen irreal del entorno cubano para servir de etiqueta a los azúcares,
mieles, rones, tabaco que exportaba.
Vale admitir que existe, desde entonces, una recurrencia consciente de este
canon impuesto por las élites.
La publicidad turística actual no está muy ajena que digamos
de esa visión. Ejemplo, el plegable de la empresa Cubanacán Náutica,
que ilustra las ofertas especializadas de esa corporación en la capital
del país: la portada, una vista aérea del Castillo del Morro y la
Farola, con texto que publicita la Marina Hemingway, la bahía de La
Habana y las playas del Este. Privilegia este plegable la relación de la
ciudad con el mar y propone paseos en yates, la pesca de altura, los torneos de
pesca, las excursiones por el litoral en embarcaciones apropiadas, el safari a
barreras coralinas, entre otras.
Las fotografías que ilustran este catálogo proyectan la imagen
más atractiva de la ciudad, que en realidad se derrumba, los vecinos
carecen en sus viviendas de agua potable corriente, la basura acecha en las
esquinas de las más concurridas vías de tránsito, el
sistema de transportación padece la degradación de años, y
las estructuras e infraestructuras se afectan ante el más leve cambio del
clima.
Si en los grabados del siglo XIX el trabajo escamoteó la visión
real, ahora la ausencia de la imagen del cubano es notable. En caso que
aparezca, el biotipo del modelo corresponde al criterio marcadamente decimonónico:
consumidores euroasiáticos y servidores mestizos.
De igual forma, la imagen femenina suscribe la recurrencia mencionada de la
imagen de la mestiza indolente, hedonista y acogedora, que poco tiene que ver
con la imagen real de la mujer cubana actual.
En definitiva, ¿es real la imagen cubana ofrecida que se difunde
actualmente en el exterior? Lo cierto es que esa visión publicitaria de
tipo turístico, heredada de la "mirada placentera y pintoresquista
tradicional" sigue falseando la realidad nacional tal como sucedió
casi doscientos años atrás.
Hoy mismo, las necesidades de estimular la afluencia turística, el
producto más vendido de la economía -la imagen del país-
obliga a semejante promoción.
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