Ramón Ferreira. Agosto 21, 2001.
El Nuevo Herald
Parece que llegó la hora de echar a Fidel a un lado y enfrentarse a
sus herederos de sangre y de prosa, quienes intentarán ocupar su vacío
corporal y cerebral con posturas caricaturescas y frases que revelan demasiados
viajes a la lavandería comunista. Raúl suministrará las
poses y Alarcón los residuos de retórica que queden después
de 42 años intentando teñir de blanco el rojo.
Fidel se ha quedado sin aliento y sin coherencia, se encoge como algo seco,
las botas le aprietan y los tenis le dan calor, pero todavía le permiten
llegar tarde a su cita con la gloria elusiva. El altoparlante, sin embargo,
transmite sus lamentos y amenazas incoherentes que solamente pretenden entender
quienes saben las consecuencias de discrepar de un dictador y loco.
Las dictaduras no dejan herederos. Quítate tú para ponerme yo,
es el método usual para perpetuar la dinastía del terror. La
revolución que Fidel usurpó por la fuerza tiene que usurparla
quien mejor sepa usarla. Raúl cuenta con los discípulos que pueden
transmitir la lección a sabiendas de que no existe fecha para exámenes.
Alarcón se queda con las memorias de Fidel y las consignas del partido
para escoger lo que se pueda reciclar, miles de discursos grabados que tendrá
que descifrar para explicar lo que Fidel no supo. Por ahora, ambos se saludan al
entrar y salir del aula, uno con su pistola y el otro con sus tomos.
Ahora es cuando es, diría el fanático viendo a su ídolo
enfrentarse a la oportunidad de ganar el campeonato. Alarcón cuenta con
fanáticos como Marx y Raúl con las turbas de Stalin. Pero si un
alumno rebelde fusilado pone fin a la lección, el que resulta listo
repite el texto revisado y sobrevive. Hoy, como siempre, la gente escoge vivir y
no morir por la patria. Raúl y Alarcón seguirán disputándose
el poder para apoderarse de la que consideran suya, sin que puedan compartirla
totalmente. Y como patria sólo hay una, gana únicamente quien
pueda compartirla con el pueblo.
AFidel le llegó la hora de ser comentario en vez de titular de
noticias, aunque todavía le queda el día que la historia reserva
para dedicarle el epitafio que definirá para siempre su escalafón
en la lista interminable de tiranos sin excusa. Muchos lo recordarán como
otro dictador más o menor inevitable, más o menos cruel. Para los
que lo sufrimos en el exilio y sufren y toleran en Cuba basta la palabra
dictador para resumirlo todo, sin justificaciones que pudieran legalizar un solo
día de libertad usurpada.
De la Cuba que el viento comunista se llevó, solamente nos queda el
recurso inagotable del humor criollo que siempre supo superar y burlarse de
estos mesías, revelando el lado grotesco de sus pretensiones. La tiranía
de Fidel deja material para futuros comediantes que lo revelarán de
cuerpo entero como Chaplin hizo con Hitler. Ni fusilamientos ni exilios,
simplemente exhibiéndolo como una especie de Caballero de París,
ese pintoresco personaje que animó el Parque Central de La Habana allá
por los años cincuenta con su disfraz, melena y barba de profeta, sus
pretensiones de poeta y desdén por quienes seguían sin detenerse a
escuchar o interesarse por su poemas inéditos.
Raúl y Alarcón son los simples cómplices del genocidio
de Fidel. Se convertirán en simples criminales de guerra tan pronto Fidel
desaparezca por las buenas o por las malas. Uno porque intentará mantener
al pueblo como su regimiento de soldados rasos, y el otro porque pretenderá
repetir la misma arenga a una audiencia sorda.
"20 años no es nada'', dice el tango. ¿Qué puede
importar los que falten para regresar a casa o visitarla? ¡Hasta nunca,
Fidel!'' Esa sola frase borrará la eternidad sufrida sin poder hacerlo,
tanto para los cubanos sobrevivientes del exilio como para quienes la viven como
inquilinos de Fidel, recobrando el derecho de entrar y salir de casa sin tener
que pedir permiso.
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