Entre rejas
Fara Armenteros, UPECI
LA HABANA, agosto - A pesar de que las autoridades cubanas se mantienen en
campaña contra el delito, no se detiene el robo en las entidades
estatales ni en las viviendas habitadas. El fenómeno del delito se
incrementa, y esto sucede porque cada día la sociedad cubana está
más lejos de poder satisfacer sus necesidades básicas:
alimentarse, vestirse, calzarse, transportarse, alojarse...
Los residentes de las zonas urbanas empeñados en proteger sus
propiedades cierran con rejas los portales, patios, balcones y terrazas. Algunas
casa parecen jaulas.
De ninguna manera es justificable el robo en ninguna de sus modalidades,
pero en Cuba no son pocos los que no tienen otra opción que delinquir
para obtener el dinero con que adquirir alimentos y otros productos o servicios
indispensables de la vida moderna. También los hay que roban para
satisfacer su afán de lucro y hasta su manía de grandeza. En
cualquiera de los casos, el robo es un insulto a la sociedad.
ROBO Y MAS ROBO
Cuando se desocupa una vivienda, si el organismo encargado de entregar el
inmueble a otros inquilinos se demora en hacerlo es muy posible que en poco
tiempo de la casa quede solamente "el casco", como se dice comúnmente
cuando la saquean. En todas las barriadas, principalmente en los asentamientos
de la periferia de la ciudad de La Habana, hay verdaderos especialistas en
demolición que, sin romperlas, sustraen las piezas del servicio
sanitario, los cables, cajas, interruptores, tomacorrientes de las instalaciones
eléctricas, las tuberías y demás partes de la plomería,
las puertas y sus marcos, las ventanas, las losas del piso y, en fin, hasta los
clavos que puedan ser usados nuevamente.
Este tipo de delito, por supuesto, responde a la necesidad de materiales de
construcción que padecen los pobladores de la isla y de la imposibilidad
de adquirirlos legalmente en moneda nacional. En dólares se puede comprar
casi cualquier producto, pero los salarios son en moneda nacional.
Hace unos años visitaba a unos amigos y llegó un joven con un
maletín. Lo colocó sobre la mesa de la sala, sacó un jamón
Vicky entero, y seguidamente varios paqueticos de bisteces de puerco que -según
dijo- pesaban una libra cada uno. Lo que vi me impresionó de tal modo que
el joven se dio cuenta y me explicó que todos los productos eran frescos
y de buena calidad. "Yo trabajo en Planta Habana y lo 'saco' de allí",
agregó.
Le manifesté que no sentía preocupación por la mercancía
sino por el riesgo que él corría si la policía le ocupaba
los productos, que por lo menos podía perder el empleo.
El me contestó que no, que aquello lo vendía rapidísimo
porque se trataba de comida.
"Estoy obligado a hacerlo porque se acerca el cumpleaños de mi
hijita. Ella estuvo ingresada casi dos meses. Se curó. Quiero celebrarle
su cuarto añito y no tengo otra manera de obtener el dinero para ello",
explicó.
Hubiera querido persuadirlo para que dejara de actuar así, pero la
firmeza de su voz me hizo respetar su decisión.
Pensé que antes de 1959 a nadie se le hubiera ocurrido robar carne de
puerco para venderla, porque seguramente no hubiera encontrado clientes
necesitados de adquirir ese tipo de mercancía. Pero ahora el puerco es
uno de los renglones del listado de alimentos desaparecidos de los mercados
populares desde que meses atrás cerraron los mataderos ubicados en la
barriada de Lawton, en el municipio Diez de Octubre de la capital cubana.
Residentes en los alrededores del matadero Julio Antonio Mella revelaron que
los traficantes de carne del mercado negro sintieron el cierre de esa instalación
más que los trabajadores del lugar, y añadieron que el movimiento
de carne de res sustraída ilegalmente del matadero se hacía en
espacios abiertos sin que los autores del robo se preocuparan por ocultar su
actividad.
Hace aproximadamente un año que fue cerrada Planta Habana. El
inmueble de esa procesadora de derivados cárnicos se dice que será
habilitado a modo de vivienda, según reportes aparecidos en la prensa
nacional. Pero el edificio fue saqueado antes de que los organismos encargados
de desmontar las maquinarias llevaran a efecto su tarea.
A riesgo incluso de su integridad física los saqueadores de Planta
Habana han sustraído hasta el momento el techo de las naves, cubiertas de
mármol, el autoclave del laboratorio (aparato de esterilización) y
un torno mecánico, entre otros.
La voz de alerta dada por uno de los custodios de la fábrica y por la
delegada del Poder Popular de la circunscripción correspondiente del
municipio Habana Vieja, donde radica Planta Habana, no encontró oídos
receptivos en las autoridades del gobierno municipal ni en la Empresa Cárnica
de Ciudad de La Habana.
Hasta ahora se desconoce quién debe responder por estos hechos, pero
algo se evidencia en este asunto: lo que se han llevado de Planta Habana no se
puede trasladar en una jaba ni debajo de la ropa, como solían hacer los
empleados del lugar con un pedazo de carne.
Un empleado de Planta Habana (antigua Switf), anciano, jubilado y que pidió
el anonimato, expresó: "¿Sabe lo que pasa? Que al que no le
cuesta no le duele. Nosotros vivimos presionados por las necesidades, y cada uno
tiene que cuidar lo que verdaderamente le pertenece, lo que le cuesta su sudor,
esto me lo indica mi experiencia".
¿Será por eso que los cubanos cierran con rejas sus casas, como
si fueran jaulas?, le pregunté.
"Seguro, es lo mejor -sentenció el anciano- porque después
que te roban casi nunca dan con el ladrón ni con el objeto robado. Al que
le cuesta sí le duele".
Esta información ha sido transmitida por teléfono,
ya que el gobierno de Cuba no permite al ciudadano cubano acceso privado a
Internet. CubaNet no reclama exclusividad de sus colaboradores, y autoriza
la reproducción de este material, siempre que se le reconozca como
fuente.
|