Sanatorio
abandonado
Lázaro Raúl González, CPI
HERRADURA, agosto - En el extremo suroriental del municipio pinareño
de Consolación, justo en la desembocadura del río del mismo
nombre, se encuentra la playita Boca de San Diego.
Aunque en este pedacito de litoral no hay nada físico que recuerde lo
que debía ser una playa, como fina, abundante arena o cristalina y azul
agua, la cualidad medicinal de las aguas del río San Diego determinaron
que hace setenta años -según recuerda Cuco, vecino de la zona- la
gente empezara a erigir ranchos en ese lugar.
De acuerdo al testimonio de Cuco, fue gente rica con problemas de salud la
que fomentó el delta del río San Diego hace alrededor de seis décadas.
Esta característica se mantiene, pues sólo la gente más
adelantadita económicamente de Herradura, Entronque de Herradura,
Consolación o Alonso Rojas es propietaria de un rancho en La Boca.
También acuden personas que no encuentran, en el cada vez más
insuficiente dispensario cubano, los medicamentos que necesitan para el
tratamiento de enfermedades como la artritis, el reuma o la soriasis.
Pero el primitivo carácter que tuvo el sanatorio de La Boca de San
Diego ha sufrido y sufre fuertes golpes, tanto en su entorno como en su ambiente
social.
El estado higiénico de la playa es sumamente deplorable. Hay casas
ocupadas por puercas, puerquitos y verracos que, adicionalmente, disfrutan del
insalubre placer de apestar mil metros a la redonda.
El servicio de recogida de basura es irregular y sólo comprende las
casas contiguas a las fangosas callejuelas. De este modo, es frecuente encontrar
montones de desperdicios y todo género de escombros alrededor de muchos
ranchos.
Además, las tierras bajas permanecen cubiertas de agua casi todo el año,
y constituyen focos infecciosos situados dentro de ciertos ranchos, en los que
se acumula y pudre todo tipo de desechos.
Obviamente, del desastre no escapan las aguas del río ni de la playa:
letrinas descargan directamente su contenido contaminante en las mismas. Granjas
arroceras vierten al río residuos de fertilizantes y de herbicidas, por
lo que "las aguas con propiedades curativas del río San Diego han
devenido en contaminadas", al decir de un especialista que visitó el
lugar. El agregó: "Ya aquí no hay quien se cure".
Pero si contaminadas están las aguas, el aire no se queda atrás
porque está enrarecido, principalmente los domingos cuando decenas de
camiones, tractores con carretas, coches tirados por caballos, ómnibus y
vehículos de todo tipo llevan miles de visitantes al pequeño
espacio de la playa y su caserío.
Otro aspecto que conspira contra el entorno son las broncas. Por ejemplo, en
la tarde del 5 de agosto alrededor de veinte personas se involucraron en una
pelea, penetraron ilegalmente en la vivienda de Pedro Díaz (pacífico
vecino) con armas blancas, contundentes, y lanzándose botellas y cuanta
cosa encontraba a su paso la muchedumbre. En la trifulca fueron lanzados a modo
de proyectil prácticamente todos los bienes muebles del señor Díaz.
Volaron taburetes, mesas, cazuelas, jarros, cubiertos... Al terminar la batalla,
una mujer exclamó: "¡Esto es el oeste!"
Diez minutos después de la contienda apareció en el sitio una
pareja de policías. Parecían aburridos. Nunca están
presentes cuando hay problemas de alteraciones del orden público.
En cuanto al servicio de agua potable a las viviendas de la zona es pésimo.
Por todos estos aspectos, la opinión que prevalece es la de que el
gobierno local ha abandonado definitivamente a La Boca de San Diego. Lo que
antes fue un sanatorio, un hermoso sitio de interés ecológico, es
ahora un lugar peligroso para la salud del hombre. Extraña metamorfosis.
Las entidades responsables -ministerios de Salud Pública, del
Interior, Servicios Comunales, entre otras- deben tomar cartas en el asunto
cuanto antes, deben crear una especie de comisión que solucione las
apremiantes necesidades del ser humano y su entorno en esta zona de la geografía
cubana.
Esta crónica-denuncia, escrita a petición de decenas de
afectados, es un intento, un llamado a la recuperación de La Boca de San
Diego, que pese al deterioro que padece es todavía un sitio entrañable
para miles de pinareños.
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