Bellas Artes
Lucas Garve, CPI
LA HABANA, agosto - Quizás usted piense conmigo que no es poca la
satisfacción de tener ante sus ojos una obra plástica original.
Los medios de comunicación propician hoy, con absoluta facilidad, tener
al alcance de la mano reproducciones de excelente calidad.
Sin embargo, la íntima comunión de mirar en silencio una obra
plástica original le ayudará a desencadenar una desconcertante
reacción en la que la adrenalina tiene buena parte de culpa. Eso pudo
sucederme al visitar el recién reabierto Museo de Bellas Artes de La
Habana.
Las exposiciones instaladas en dos edificios encontraron espacio suficiente
para dar cabida a muestras de su amplio fondo (47,628 obras). Más de 2
mil piezas ocupan los espacios de las dos sedes actuales. El remozado Palacio de
Bellas Artes y la reconstrucción interior del antiguo Centro Asturiano
convertido en museo brindan una superficie para exposiciones de 12,412 metros
cuadrados, donde 917 obras plásticas de arte cubano pueden apreciarse.
Muchas de ellas, verdaderas obras maestras de la pintura, el dibujo, el grabado
y la escultura. Desde Nicolás de la Escalera hasta Tomás Sánchez
se puede seguir el recorrido de la plástica cubana.
Vale mencionar que obras maestras de artistas como Ramón Loy, Rivero
Merlín, Maribona, Rafael Blanco, Romero Arciaga, Segura Ezquerro, Mario
Carreño, Cundo Bermúdez, ocupan un lugar más que merecido
en las paredes del palacio de Trocadero entre Zulueta y Monserrate, sede de la
pinacoteca cubana.
De notable interés, tres cuadros de Carlos Enríquez poco o
nunca vistos, el retrato de María Luisa Gómez Mena, la famosa
Marquesa de Revilla Camargo, y dos desnudos: uno Bilitis (en él se
trasluce el tema del lesbianismo) y el otro, titulado Eva, sin duda un desnudo
de Eva Freville, con quien el pintor mantuvo una relación amorosa
apasionada que dio mucho que hablar en los medios artísticos de La Habana
de su época.
De Rafael Blanco, dibujante por excelencia, se expone una serie de dibujos
que abordan temas marginales como la prostitución, la pobreza, con una línea
absolutamente moderna en su tiempo. También, dos cuadros de una figura
artística de leyenda en Cuba como Juana Borrero, de quien se exponen dos óleos:
Las Niñas y Pilluelos, de 1895 y 1896, respectivamente.
En las salas de la pinacoteca de Arte Universal los cuadros están
expuestos por escuelas. Destaca la sala de la escuela española con los
soberbios Sorollas de La Habana, los Zuloagas, los Madrazos, Murillos, Grecos,
entre otros.
En las cinco plantas del antiguo Centro Asturiano hay oportunidad de
contemplar numerosos retratos de un abanico de personajes célebres, desde
Washington hasta Sara Bernhardt pasando por los cubanos Andrés Gómez
Mena y su esposa hasta la Marquesa de Pinar del Río, por Boldino.
Es cierto que hay una valiosa cantidad de piezas expuestas, mas tampoco deja
de serlo el exiguo número de bancos en las salas para invitar a un
descanso en el recorrido (sobre todo en el inmenso edificio de la pinacoteca de
Arte Universal) donde muchos visitantes se quejaban de fatiga en las piernas por
la extensión del trayecto.
Lamentable además es un error cometido, al parecer por la prisa al
montar la exposición, en la tarjeta que identifica el retrato de Eugenia
Vela de Gómez Mena, pues la fecha inscripta es 1920, mientras se puede
observar a simple vista que en la tela el pintor inscribió 1924 ó
1926.
Otro aspecto contrario al sosiego del visitante, sin dejar de ser paradójico,
es la ostensible presencia de personal de seguridad, quienes sin lugar a dudas
aportan una nota demasiado acentuada en su labor. Tampoco permiten pasar
mochilas ni carpetas y, por consecuencia, es necesario atiborrarse los bolsillos
con objetos imprescindibles como una botella de agua o jugo, por ejemplo.
En cuanto a comodidades para el visitante, las condiciones no son realmente
acogedoras, en contraste con la calidad superior de las obras expuestas.
En estos meses tan tórridos y de vacaciones, la mayoría de los
visitantes acuden en grupos familiares o de amigos y no pocas personas de edad
media y avanzada expresaban con las acostumbradas expresiones de los cubanos: "El
museo está bueno por los cuadros y los edificios, pero hay más
guardias que bancos para sentarse", expuso una señora ya mayor.
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