Pequeña
diferencia
Manuel Vázquez Portal, Grupo de Trabajo Decoro
LA HABANA, agosto - Conocí a Magda en una cafetería. Estaba
merendando por primera vez en un establecimiento "por divisas". Se
notaba entre turbada y orgullosa. Su ropa, de estreno, evidenciaba su repentino
acceso al mundo de las "shoppings".
"Hola", le dije. "Hola", me dijo. Mi saludo, por simple
cortesía, la impulsó. Habló sin reparos y sin contención.
"Mi hermana se fue hace cuatro meses", afirmó y saboreó
un largo trago de gaseosa.
Me miró despaciosamente. La ropa, los zapatos, los espejuelos. Quizás
averiguaba si yo pertenecía a la clase a la cual ella había
arribado recientemente. No creo que se haya sentido muy conforme. "¿Qué
haces?", me preguntó. "Soy periodista", le respondí.
Sentí su alarma. "Independiente", continué. Creo que se
relajó. Mordió el pastelito con cierta afectación.
"En Cuba es mejor tener un familiar en el extranjero que un título
universitario", me espetó. "Cuánto gana un profesional.
Una miseria. Cualquier remesa sobrepasa en mucho el salario de cualquier
especialista".
Su lenguaje y su modo de reflexionar me puso en guardia. La policía
política adopta muchas formas. No puedo darme el lujo de hablar
libremente con el primer advenedizo, ni aunque esté vestido de muchacha
bella y con ropita nueva. "Si usted lo dice", puse algo de distancia
en la voz.
"Tienes miedo. Todos tenemos miedo", dijo ella sin miedo a mi
reacción. Terminó su merienda. Sacudió algunas migajas que
habían caído sobre su jean y partió.
"Todos tenemos miedo", repetí para mis adentros. ¿Será
verdad que todos tenemos miedo? ¿Tengo yo miedo? Lo que hago, semana tras
semanas, año tras años, ya no me da aunque sea un poquito de
coraje. ¿No tengo que sobreponerme al miedo cada día de mi vida?
Pobre muchacha, ella no lo sabe. Pobre de mí. No tuve valor para decírselo.
¿Y si ella fuera una agente, sería valor o ingenuidad? Es mejor así.
La pequeña diferencia es que por lo menos yo lo hago, aunque no pueda decírselo
al primero que me provoque para ello. Total. Vale más lo que hago que lo
que puedan creer de mí. Apagué el cigarrillo contra el fondo del
cenicero y me fui alegre pensando que ya la gente sabe que todos tenemos miedo
pero que lo vamos perdiendo, al menos, cuando hablamos, atrevidamente, con un
extraño.
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