Muerte en La
Habana
Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro
LA HABANA, agosto - Ha muerto en La Habana Miguel Angel Ponce de León.
Era pobre y desconocido. Sólo sus amigos le echaremos de menos. La prensa
(nacional) no anunció su fallecimiento ni las altas esferas le rindieron
homenaje. En rústico ataúd y escaso de flores lo despedimos. Quizás,
él no quería más. Vivió para no pretender mucho. Se
conformaba con un buen café, una conversación sobre arte y el
saludo cordial de la gente del barrio. Su grandeza radicaba en su anonimato.
Ninguna galería de arte llevará su nombre ni erigirán
una estatua a su memoria. Sin embargo, de ahora en lo adelante, La Habana no será
igual. El vacío será notable. Poncito era como esos vetustos
edificios que al desplomarse dejan en la memoria su corolario de remembranzas y
nostalgias.
Vendrán los viajeros y no lo hallarán en su casa de la calle
Mercaderes. Se verán sin guía, sin amigo y partirán
afligidos.
Sus amantes no hallarán el festín de quesos exóticos e
infusiones vaporosas que él, con sus magros ingresos, agenciaba para
hacerlos felices.
Lazarita no contemplará los atardeceres de la Habana Vieja, sentada
en un banco de la Plaza de Armas o mirando el aleteo de las palomas en la
fontana de la Plaza de San Francisco de Asís, sin que el fantasma de
Poncito la acompañe.
Ramón Díaz-Marzo no tendrá atracadero en sus madrugadas
de balandro noctívago. Cuando toque a la puerta de Ponce hallará
el hueco, la inexistencia de quien lo recibía, rezongón pero risueño,
y le soportaba sus largas disquisiciones de la realidad-irrealidad cubana.
Las cartas y recados que llegaban del mundo se quedarán sin dirección.
Los libros que Zoé Valdés le enviaba se extraviarán. Rivero
Caro y Manuel Pereira quizás pongan una flor en un pequeño búcaro
para recordarlo. Rosa Berre, con la sabiduría propia de quien sabe que el
llanto puede ser un acto primitivo pero un gesto hermoso, dejará caer una
lágrima sobre el recuerdo de la vieja amistad de Ponce y de Quintela.
Los miércoles, mientras a risa limpia y miedos empollados sigamos
transmitiendo nuestros despachos periodísticos, Claudia Márquez no
le reñirá por el exceso de cigarrillos, el reverendo Pedro Crespo
no le brindará café, Héctor Maseda no tratará de
explicarle el mundo a través del misticismo ni yo le haré chistes
que lo hagan sonrojarse.
Porque esa tonta explicación de que los muertos no se mueren es una
basofia filosófica. La gente que queremos se muere y nos duele muchísimo
y sufrimos su ausencia y ningún ideal nos la devuelve y Miguel Angel
Ponce de León se nos ha muerto en La Habana y sólo sus amigos le
echaremos de menos.
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