Ramón Ferreira. El Nuevo Herald. Publicado el miércoles,
1 de agosto de 2001 en El Nuevo Herald
Esperanza vana. Una vez más, Fidel ha cancelado nuestro viaje de
regreso a Cuba. Cuando le vimos quedarse sin aliento y sin palabras --lo único
que se interpone entre nuestra aspiración de regresar a la patria--
pensamos que finalmente había llegado la hora de hacer la maleta; pero el
camaján tiene más vidas que un gato.
Ya sea la jeringa, los electroshocks o la simple obsesión de seguir
reciclando los restos de su odio por quienes lo han dejado solo, Fidel reaparece
desgastado y tartamudo para exhalar su último suspiro ante una audiencia
ya imaginaria. Le basta el aplauso obligatorio que escucha a sus espaldas para
ignorar el ominoso silencio que se desvanece más allá de las
ondas.
Algunos llevamos cuarenta años con la maleta lista. Otros pensaron
usarla después de unos meses de fidelismo y transición del clásico
golpe militar hacia otro intento de democracia. Todavía, cuando la
excursión de Bahía de Cochinos intentó recuperar por las
armas lo que Fidel nos había quitado por la fuerza. Y, finalmente, cuando
se quedó sin cohetes atómicos y tuvo que apelar al micrófono
para defenderse de la invasión de viajeros que tenían la maleta
lista para regresar. La euforia duraba tanto como la recuperación de
Fidel en cada crisis.
Desacreditado políticamente, declarado enemigo del mundo libre,
enclaustrado con su pandilla armada y consumiendo lo usurpado mientras duraban
los residuos, parecían acortarse los días que nos distanciaban de
ese vuelo tantas veces suspendido. Y esta última caída frente a
los que tenemos reservaciones de regreso, vencido por la edad y ridiculizado por
el fracaso, resultó ser otra escala en su viaje y no en el nuestro, dejándonos
con la maleta en el clóset.
Sería irracional seguir aspirando a regresar a Cuba tan pronto Fidel
tenga que entregarle su alma al Señor o su cuerpo al exilio. Puede que en
el purgatorio, si logra evadir el infierno, encuentre el perdón que le
negarían los mortales que se encargan de juzgar los pecados de tiranos
semejantes. Todo parece indicar que Fidel intenta embalsamarse en vida, dejando
a Raulito para seguir restaurando la momia aunque sea muda. Pero la historia no
se detiene a rendir cultos, sino a destruir mitos.
En Latinoamérica estamos viendo cómo la ley internacional
reemplaza los métodos tradicionales de llegar al poder y retenerlo por la
fuerza. Ya se enjuicia a los dictadores que lo intentaron, como Pinochet, o
corruptos, como Fujimori y Menem. Si Fidel jamás contempló la idea
de hacer maletas, Raulito y su pandilla seguramente hacen planes de contingencia
que no incluyen selección de ropa para la cárcel y sí una
ruta de fuga clandestina que evite el linchamiento a manos de quienes lleguen a
cobrar la renta.
Fracasadas las invasiones, los atentados, los envenenamientos y las
enfermedades mortales, el final de Fidel sigue siendo tan impredecible como fue
su usurpación del poder. Recuerdo que cuando más planes existían
para derrocar a Batista, incluyendo algunos de los anteriores, mi madre me
despertó un amanecer para dejarme saber el giro inesperado del destino
que cambiaría el mío y el del pueblo cubano desde entonces. En voz
baja para no sobresaltarme y en un tono de alivio que recuerdo tanto como sus
palabras, me dijo: "Despierta, Batista se fue... como tú querías''.
¿Por qué no confiar en otro desenlace inesperado y sin traumas
para salir de Fidel y poder hacer la maleta de una vez y para siempre? Seamos
optimistas. Corre la consigna. ¡Cuba, 2002! ¡Nos vemos!
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