¿Qué cubano no ha visto partir a seres queridos?
Rev. Pedro Crespo Jiménez, Grupo de Trabajo Decoro
LA HABANA, mayo - Jorge Mañach, uno de los cerebros más lúcidos de la era republicana, dijo que el exilio ha sido en Cuba una "categoría histórica". Desde el nacimiento de nuestra nacionalidad, en los albores del siglo XIX, hasta el presente, los
cubanos nos hemos visto obligados a encarar este fenómeno en toda su crudeza.
Fueron los criollos los primeros en recorrer la ruta del destierro impuesto por la intolerancia española. Más tarde, el flujo sería reforzado por el espectro de la guerra. El nuevo siglo, lejos de solucionar el problema, lo hacía aún más complejo. Políticas
autoritarias, desavenencias ideológicas, crisis económica, frustración... ampliarían el alcance del exilio.
Aunque las causas varían, el efecto de este violento desarraigo es el mismo: dividir, atomizar, golpear a la sociedad en su célula básica: la familia.
Para algunos, es sinónimo de ventajas. Sin embargo, exilio y familia son conceptos antagónicos, realidades excluyentes.
¿Qué cubano no ha visto partir a seres queridos? ¿Quién no ha presenciado el derrumbe de hogares enteros al compás del fanatismo, la incomprensión y la injuria? ¿Existe alguien que desconozca el dolor de nuestras madres ante la fuga de sus hijos en
busca de la libertad y de horizontes más esperanzadores?
Por mucha holgura pasajera que proporcione, el exilio es demasiado traumático para sumirlo como un hecho positivo.
De ahí que resulte tan loable la idea de la reunificación y la reconciliación familiar. Pero mejor sería desterrar para siempre de esta isla, no a los hombres, sino al exilio como "categoría histórica". He ahí la base de nuestro
verdadero renacimiento y el sueño cimero de miles de cubanos en una época huérfana de utopías.
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