Manifiesto 2000: ¿Cuba en silencio?
Manuel David Orrio, CPI
LA HABANA, mayo - Mientras la opinión pública cubana permanece atrapada entre el caso Elián González y la condena votada contra el gobierno de Fidel Castro en la Comisión de Derechos Humanos de Ginebra por su política violatoria de los mismos -de acuerdo
a los informes-, analistas diversos señalan cómo otros hechos y procesos al interior de la Isla transcurren entre sombras, para conveniencia de aquellos fundamentalismos propios del país, interesados en impedir desde un tránsito nacional hacia estadios más
participativos y justos hasta el surgimiento de una conciencia popular de cara a los grandes retos de la Humanidad.
Trampa macabra, la del localismo cubano. Contradicción constante, la de un nacionalismo que juega a un liderazgo tercermundista, sólo posible de ejercerse efectivamente desde una cultura de paz y de no violencia signada por el ejemplo, por más mirar la viga en el ojo propio
que la paja en el ajeno, lo cual se muestra en la actitud del gobierno de Fidel Castro y de las organizaciones sociales cercanas a él ante varios hechos de política exterior, dignos de análisis: por un lado, las autoridades isleñas promueven exitosamente, muy
exitosamente, en la misma Comisión de Derechos Humanos que le condenó, tres importantes resoluciones a favor del Sur empobrecido y subdesarrollado. Por el otro, un sospechoso silencio ante una notable iniciativa de un grupo de Premios Nobel de la Paz, creadores del Manifiesto 2000 por
una cultura de paz y de no violencia, quienes promueven reunir cien millones de firmas en favor de su proposición, para presentarlas ante la Asamblea General de Naciones Unidas a celebrarse en septiembre de este año.
Cómo explicar que el gobierno de Fidel Castro y las organizaciones cercanas a él estén guardando semejante silencio ante el Manifiesto 2000, con la abierta complicidad de la prensa oficiosa isleña y no obstante las aparentes buenas relaciones entre aquél, aquéllas
y la UNESCO, principal apoyatura de la idea de los Premios Nobel, sólo parece posible aventurando esa hipótesis de perenne contradicción como la apuntada, reveladora de una forma de hacer política exterior cuestionable con esta pregunta: ¿responde dicha política
a un compromiso de valor ético, o es un arma e enfrentamiento con Estados Unidos, máscara de un conflicto entre poder y pueblo?
Quizás, la respuesta a esa interrogante se halle en el propio Manifiesto 2000. En él se pide a sus posibles firmantes, COMO COMPROMISO PERSONAL Y EN TANTO QUE CIUDADANOS DEL ORBE, "defender la libertad de expresión y la diversidad cultural privilegiando siempre la
escucha y el diálogo, sin ceder al fanatismo, ni a la maledicencia y el rechazo al prójimo", párrafo que sin dudas es severa llamada de atención a la política censora de Castro, elevada a rango constitucional.
No sólo entre las autoridades isleñas y las organizaciones sociales cercanas a ellas se observa extraño silencio. Según parece, entidades cubanas como la Iglesia Católica y sus homólogas de otras confesiones, así como el propio movimiento
disidente, están dejando pasar la oportunidad de sumarse a un esfuerzo de opinión de carácter mundial que, por sí mismo, significa unirse a la corriente planetaria en favor de normas democráticas internacionalmente aceptadas por las cuales, de un modo u otro, unas
y otro luchan, lo que al menos es indicio de una suerte de incapacidad nacional para vincular las luchas propias a las globales, o viceversa. "Localismo, peste cubana", dirían los cínicos del país...
Entre los partidarios de reformas dentro del Partido Comunista de Cuba, y entre varios de los más importantes grupos opositores isleños, pasando por voces insoslayables del pensamiento alternativo cubano, una palabra de orden es CIVILIDAD, con todo lo que ello implica. ¿Por qué
-entonces- no incorporarse al movimiento de firmas en favor del Manifiesto 2000, justamente promotor de civilidad?
Así piensa el civilista cubano Moisés Rodríguez Valdés, autor del proyecto humanitario Reyes Magos del Milenio, quien acaba de lanzar la idea de que los cubanos se unan a la iniciativa de los Premios Nobel. Por el mundo, por ellos mismos, como lo que es: un esfuerzo
no partidista, abierto sin exclusiones a quienes promueven una cultura de paz y de no violencia, como Cuba y el mundo necesitan.
En carta abierta a la UNESCO, Rodríguez Valdés hace saber de su intención de promover dentro de Cuba un movimiento de firmas a favor del Manifiesto 2000. Invita a todos los actores sociales de Cuba a participar en esa iniciativa ciudadana, y subraya que "el objetivo no
es la recogida de firmas como fin, sino contribuir a formar un espíritu de paz y de no violencia entre los firmantes y aún entre los que, no firmando, conozcan los puntos planteados en el Manifiesto 2000".
Está por ver cómo las autoridades isleñas reaccionarán ante la iniciativa del Manifiesto 2000 y el propósito de Rodríguez Valdés, habida cuenta del silencio oficial presente hasta ahora, interpretable para algunos como prueba al canto de la misma
doble moral que en materia de derechos humanos imputa a Estados Unidos el gobierno de Fidel Castro, a su vez objeto de un expediente bastante cargado sobre el particular, en buenas y en malas, y en el que no se excluye la hipótesis absurda de que los coroneles de Villamaristas perciban a la
intención de Rodríguez Valdés como subversión de guante de seda.
Por lo pronto, alea jacta est. Pero con la ventaja de que será de lo más interesante ver cómo el gobierno de Fidel Castro reacciona ante la idea ciudadana de apoyar al Manifiesto 2000, promovido por la UNESCO, que nada tiene que ver con el llamado "imperialismo yankee",
así como no menos interesante será observar el comportamiento de todos los actores sociales de Cuba ante el mismo.
Pepito, niño terrible de los chistes cubanos y representante máximo de los degenerados humoristas del país, entretanto, envía a Elián un guiño cómplice.
Manifiesto 2000
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