CUBANET ...INDEPENDIENTE

10 de mayo, 2000



El hombre que nunca llegó

Jorge D. Rodríguez, APIC

A la memoria de los hombres, mujeres y niños que perecieron en el mar, en busca de una tierra prometida.

LA HABANA, mayo - Comenzó a descender, lentamente, aturdido por la debilidad general de su cuerpo aprisionado por las aguas de la corriente del Canal Viejo de Bahamas. Al principio casi no podía distinguir nada, su vista era borrosa. Los balseros cubanos habían decidido escapar del puerto de Caibarién en la Navidad, y esperaban llegar a algún punto de la Florida antes de fin de año. ¡Qué bien pasar Año Nuevo en tierras de libertad, en algún cabaret o una fiesta familiar? Pero... primero tenía que salvar a su hermano, que se encontraba en peligro...

Su visión se fue aclarando, ya el agua no tapaba sus ojos, ahora podía ver más nítidamente. ¿Qué cosa eran aquellas casas blancas que tenía enfrente? Podía muy bien ir corriendo hasta llegar a ellas. Mas, ¿al trote por debajo del mar? La masa líquida le había estado congelando hasta los tuétanos, pero ya estaba cesando esa sensación de escalofrío. Sus miembros pasaron a un estado como de ingravidez, y una rara impresión de bienestar inundó todo su ser.

Lo que estaba sucediendo no podía creerlo. Una misteriosa fuerza lo halaba en dirección al caserío. Ya no había agua ni viento, y el calor irradiante de días atrás había cesado. No se veía una nube en el cielo. Era, sin dudas, el buen tiempo que tanto había esperado. El iba raudo por el agua, esquiando a toda velocidad. Un yate blanco, salido de no se sabe dónde, lo estaba remolcando. Montado en su tablón podía distinguir perfectamente al hombre que iba a bordo de la elegante embarcación, con unas gafas oscuras y gorra blanca. La bandera norteamericana ondeaba en la popa. Tuvo la intención de preguntarle al navegante dónde encontrarían agua dulce para su hermano, pero antes de que tuviera tiempo de articular palabra, el hombre sacó una bocina y le gritó en correcto español: "Ahí está el agua", señalando con el dedo índice hacia la costa cercana. Ya no era un conjunto de casitas bajas, enormes se perfilaban en el horizonte. Estaba cayendo la tarde.

El yate estaba atracando en el muelle. Había llegado a esta tierra remolcado por aquél, luego de una peligrosa travesía llena de peripecias.

"¿Dónde estoy?", preguntó al gentío reunido en el puerto.

"¡Esto es Miami!", gritó un joven cuyo rostro le pareció conocido. Lo miró detenidamente, para saber si se encontraba despierto o si todo era un sueño. Se frotó los ojos, pero al abrirlos ya había desaparecido el muchachón.

Lo que presenció a continuación lo dejó anonadado. ¡Allí estaba su hermano! Pero, ¿cómo...? Enmudeció. No podía mover los labios. Apenas tenía fuerzas para hablar o para moverse. José, su hermano, a quien había dejado en medio del océano en estado de deshidratación casi total, muriéndose de sed, gimiendo por un poco de agua, estaba delante de él, sonriente, bien vestido, perfumado, rebosante de felicidad.

"¡Tú!", pudo susurrar, y reponiéndose al instante inquirió: "¿Cómo llegaste hasta aquí?"

José prorrumpió en carcajadas: "¡No importa, mi hermano! ¿Ves esos tanques plásticos azules? ¡Son de agua, AGUA!" José le habló en un tono tan alto que el eco retumbó por todo el lugar. Y de repente, unos hombres comenzaron a voltear los recipientes. El líquido proveniente de los barriles corrió a raudales, su cauce aumentaba como un río. Se acercó, inclinó el tronco y acercó sus labios al chorro. ¡Era cerveza fría! Empezó a sorber más y más, desesperadamente. Ya en su estómago no cabía más. "Me asfixio", pensó.

Esta vez se hundía para siempre. Ahora volvía a sentir la opresión del agua salada sobre sus pulmones y estómago. Ya el agua había entrado por su nariz y su boca, ocupando todos los espacios, y penetrado a través de su garganta. Se ahogaba. Era el fin. Creyó oír los lamentos de José, moribundo, pidiendo un buche de agua. ¡Aquella interminable letanía le hería los tímpanos! Creyó ver a su vieja frente a él, parada a la puerta de la casa. Expiró mientras en su delirio lanzaba un grito: "¡MAMA!"



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