Historia del Maestro Pompilio
Ramón Díaz-Marzo
LA HABANA VIEJA, mayo - Pompilio era profesor de Matemáticas en una Secundaria Básica. En Cuba Socialista había una asignatura que consistía en ir todos los años al campo a realizar faenas agrícolas. Durante 45 días ningún alumno, salvo que
lo respaldara un certificado médico, podía eludir esta tarea. Cuando Pompilio viajaba a La Habana, los alumnos y los padres lo utilizaban de correo llevando y trayendo cartas y paquetes.
Después de los sucesos de la Embajada del Perú, cuando Fidel Castro dijo que todo el que se quisiera ir podía hacerlo, Pompilio renunció a su plaza de maestro, y junto con su familia -mujer, hijos y padres ancianos- se apuntó en la lista de la Estación
de la Policía.
Cuando el comité del Partido Comunista de su escuela supo la noticia, convocaron a los alumnos a darle a Pompilio un acto de repudio. Y Pompilio nunca imaginó que sus alumnos y compañeros maestros se atreverían a tanto.
La casa de Pompilio era una planta baja en el barrio de Cayo Hueso. Y de repente escuchó el rumor de unas voces lejanas y por si acaso mantenía a su casa herméticamente cerrada hasta que viniera la guagüita de la policía a buscarlos. Y ese rumor que se acercaba,
tipo conga, era la Escuela, que se detuvo frente a su casa. Gritaban consignas políticas que incluían cualquier cantidad de groserías. Aquella gritería asustó a Pompilio. De boca en boca corrían las noticias de gentes que habían perecido en los actos
de repudio, tanto de un bando como del otro.
La casa de Pompilio era larga y estrecha, de ésas que tenían cinco habitaciones sin contar la sala y el comedor. Y Pompilio le dijo a su familia que permanecieran en el último cuarto de la casa, y con una mocha de cortar caña colocada sobre sus rodillas se sentó
en un taburete frente a la puerta.
Mientras tanto, a la madre de uno de los alumnos que estaba participando en el acto de repudio le dijeron lo que estaba ocurriendo con el maestro Pompilio. La madre de ese alumno llegó al lugar de los hechos en el momento que unos individuos, que no tenían relación con la
Escuela y evidentemente eran miembros del Ministerio del Interior y de la Unión de Jóvenes Comunistas disfrazados de pueblo indignado, se juntaban con los alumnos de la Secundaria para avivar los ánimos.
El sol caía vertical. Barras de fuego perforaba el asfalto de la calle. El coro gritaba: "¡POMPILIO, TRAIDOR!" Los miembros de la camorra daban puñetazos en la puerta desafiando a Pompilio a que saliera de su madriguera. Pero la madre, una hembra de la raza negra,
cuando distinguió a su hijo fue directamente hasta él y lo agarró por una oreja y lo arrastró hasta quedar ambos colocados entre la puerta de la casa de Pompilio y la turba. Algunos testigos del hecho recuerdan haber pensado que en cualquier momento la oreja del alumno se
quedaría en las manos de su madre. Algunos maestros trataron de esconderse entre sus alumnos. Un extraño silencio preludió la tarde, donde se podía escuchar el zumbido de las moscas sobre un tambuche de la basura.
- Siempre he creído que mi hijo es un hombre -comenzó a decir la madre. No puedo creer que tú le hagas esta mierda al maestro Pompilio. Si para continuar estudiando, tienes que convertirte en un hijoe... A partir de hoy se terminaron los estudios, porque tu madre nunca ha
sido puta, sino trabajadora.
Y soltando la oreja del hijo que, aunque tenía 16 años era un negrón de seis pies de estatura, delante de toda la Escuela le propinó un bofetón en la cara.
Y sin mirar a nadie ni decir más nada, la madre comenzó a caminar mientras su hijo la seguía con una expresión de orgullo, y aunque la oreja le dolía, él estaba contento, y varias veces miró al grupo de la turba para saber si alguien se atrevía
a contradecir a su mamá.
Los demás alumnos también comenzaron a marcharse. Los profesores también, desmoralizados, se marchaban. En pocos minutos los únicos que permanecían frente a la puerta de la casa de Pompilio eran los camorristas del Municipio. Pero al lado de la casa de Pompilio
existía una casa de vecindad, un solar, la mayoría de cuyos ocupantes eran negros que jamás se habían tragado el cuento de que la revolución cubana era para el pueblo. Y esos negros querían a Pompilio desde la infancia, cuando todos juntos se la pasaban
mataperreando en la calle. Y desde que la Escuela se había convocado ante la casa de Pompilio sus amigos de la infancia habían salido, aparentemente como simples espectadores. Y los camorristas se sintieron desnudados, porque ya no tenían al pueblo de escudo. Y tampoco era bueno
el modo como los negros estaban mirando. Y se fueron de allí, huyendo, cuando comprendieron que siempre habrá seres humanos que no permitirán la injusticia.
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