Cuba: Poder Popular vs. lo alternativo
Manuel David Orrio, CPI
LA HABANA, mayo -La constitución el pasado 7 de las Asambleas Municipales del Poder Popular (ayuntamientos) hizo recordar a un amigo un chiste de los 80, que circulaba entre los delegados a las de aquel entonces, según el cual ese poder, si bien era popular, no era poder. "Hoy",
dice mi amigo, "habría que preguntarse si además de no ser poder, es popular".
No obstante la propaganda gubernamental sobre el carácter del Poder Popular como el ejercicio "más democrático del mundo" -alguna vez se afirmó-, lo cierto es que el mandato real de esas instancias parece distar bastante de lo deseable, tanto por lo admitido
por la prensa oficiosa isleña como por la visión que de las mismas tiene el cubano de a pie. Por ejemplo, el diario Granma reconoció en enero del año pasado que "la jerarquía y atribuciones conferidas por la Constitución de la República y otras
legislaciones específicas a las Asambleas Municipales del Poder Popular superan a lo que en la práctica logran esos órganos", un claro reconocimiento de que las mismas ni siquiera emplean el poder legal a su disposición. Asimismo, una encuesta oficial realizada a
fines de 1997 reveló que el trabajo de casi 40% de los delegados a dichas asambleas fue calificado por los electores de regular a pésimo... en una encuesta oficial, recalco.
Hasta dónde el ejercicio electoral conducente a la constitución de las Asambleas Municipales del Poder Popular parece haber devenido una de las tantas rutinas de la Cuba del picadillo de soya, lo prueba el que existiendo la posibilidad legal de aprobar hasta ocho candidatos para
cada cargo electivo, ha resultado tendencia sostenida la postulación de alrededor de sólo dos candidatos por cargo, exactamente el mínimo exigido por la Ley, y de los cuales un número apreciable son militantes del Partido Comunista ratificados durante más de un
mandato, como si no hubiese interesados en competir o en alcanzar una jerarquía ciudadana que se supone prestigiosa y hasta de oportunidades futuras como carrera gubernativa, aunque para este proceso electoral hubo sorpresas estadísticas. De acuerdo con datos de la prensa cubana, el número
de electores registrados creció, entre 1993 y 1998, en unos ¡2,605! nuevos votantes. Pero entre 1998 y las elecciones recientemente concluidas ese número ascendió en 124,514, además de producirse un crecimiento de la abstención de alrededor de 14,061 en 1998,
a 156,692 en este 2000, para un crecimiento de 11 veces entre ambos comicios.
Analistas explican tal sorpresa como hija de un cuidadoso registro electoral que, para esta ocasión, evitó borrar de las listas a quienes tradicionalmente se abstienen, como habría ocurrido durante las elecciones generales de 1998, lo cual habría sido el origen,
entonces, de tan baja abstención y de tan pobre crecimiento del registro electoral en cinco años, no justificado por las tendencias demográficas cubanas.
Sin embargo, no puede perderse de vista que guste a quien guste, pese a quien pese, por miedo o complicidad ciudadana al estilo totalitario, más del 98% de los votantes acudió a las urnas, cual prueba de que el abstencionismo como arma política contra el Gobierno de Fidel
Castro sólo ha demostrado ineficacia, de idéntico modo que el voto en blanco o la anulación de la boleta electoral. Los números podrán variar; en tal o más cual lugar podrá haber sospechas de fraude. Pero la actitud de la gente, en la calle, el día
de la votación, reporta que sí van a votar.
De este modo, si el silencio observado en el mundo alternativo cubano respecto a este hecho significa callar la derrota del no participar en las votaciones de Castro con sentido de rivalidad política, creo deber de la prensa independiente señalar que quien calla, otorga.
Este callar sobre el cómo abordar la realidad electoral de la Isla pasa por recordar un guante arrojado por Fidel Castro al rostro de lo alternativo de Cuba durante la conferencia de prensa ofrecida a corresponsales extranjeros acreditados aquí, a causa de los sucesos habidos en el
Parque Dolores, de la barriada capitalina de Lawton, el 10 de noviembre del año pasado, y durante la cual el mandatario prácticamente retó a la oposición isleña a presentarse en los comicios recién finalizados. Cierto es: sus palabras, transmitidas en vivo
por la televisión cubana, no fueron después reproducidas por el diario Granma, sanctasantórum de la confirmación oficial. ¿Y debe esperar la oposición o en general lo alternativo de Cuba por esa confirmación? ¿Debe acaso esperarse por esa suerte de
permiso de a quien se pretende combatir por medios pacíficos? ¿O simplemente de quien se discrepa?
Postularse a cargos electivos puede traer a los opositores o alternativos una represión real, feroz incluso. Anécdotas de las elecciones de 1992, cuando esa posibilidad estuvo sobre el tapete, pudieran rememorar lo ocurrido en asambleas de nominación de candidatos al Poder
Popular, efectuadas de hecho bajo intervención de la policía política, abiertamente, sólo por la sospecha de que un opositor tenía intenciones de presentar su candidatura. Pero 1992 no es el 2000, en la Cuba del picadillo de soya y el Internet a como dé
lugar, mucho menos en cuestión de derechos que de algún modo se ha aprendido a ejercer y no a mendigar, al menos en la extendida informalidad isleña, lo cual vale no sólo para los opositores, sino para esos laicos católicos que no acaban de "meterle mano"
a un protagonismo al cual los invitó Su Santidad Juan Pablo II, por sólo citar un ejemplo.
Por lo pronto, las Asambleas Municipales del Poder Popular ya están constituidas. La oposición, lo alternativo de Cuba, ¿qué hará?
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