Unos se deshacen de los libros y otros luchan con ellos
Jorge Diego Rodríguez, APIC
Los libros nos vuelven a armar revuelo en Cuba en los últimos tiempos. No sólo por las ferias que organizan las editoriales gubernamentales, que han dolarizado la mayor parte de su producción, sino también porque se aprecia un hormigueo en las librerías
particulares.
En La Plaza de Armas, el "bulevar" de la calle Obispo, y en otras partes de La Habana, la venta de libros parece proporcionar a los cuentapropistas una aceptable solvencia, a pesar de los impuestos y la permanente fiscalización.
Tampoco se quedan atrás algunas librerías estatales que fundamentalmente se dedican a la compra de libros de uso para la reventa. Como se conoce, el precio de los libros subió entre diez y veinte veces, y hasta más, desde la entrada en vigor del "período
especial" y la consecuente crisis editorial.
En el país que se preciaba de estar en los primeros planos editoriales de América Latina, los textos se convirtieron en objetos de lujo. Así, por ejemplo, los diccionarios de lengua española, que antes costaban cinco pesos, ahora han experimentado un alza en el precio
de más del cien por ciento como promedio. Un trabajador necesita una semana de labor para adquirirlo.
Muchos ciudadanos que se dedicaron durante largos años a acumular libros, ahora llevan a cabo un proceso a la inversa. Decenas de ellos acuden a libreros estatales y privados para vender grandes lotes. Los compradores al por mayor pagan precios ridículos por libros de las más
disímiles ramas del saber, desde la literatura hasta las obras científicas. Tanto el estado como los particulares, revenden estos libros a precios elevadísimos, alegando que son cosas del negocio. Y para que se tenga una idea de la metalización del giro, baste decir que
un manual adquirido por un revendedor en dos o tres pesos, es vendido después en veinte pesos.
En la Plaza de Armas los precios de los libros son aún más elevados y muchas veces en dólares, lo que impide, en muchos casos, su adquisición.
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