Desapareció para siempre el Barrio Chino
Tania Díaz Castro, Grupo de Trabajo Decoro
LA HABANA, marzo - El Barrio Chino de La Habana, el más importante de América Latina, con más de un siglo y medio de historia y esplendor, jamás renacerá por mucho esfuerzo que se haga. Los recursos y talento empleados y el empeño de sus descendientes jóvenes,
chocan a diario con la triste realidad de un sistema negado al verdadero desarrollo social, puesto que libertad, en Cuba, es palabra muerta.
Lo que queda del Barrio Chino, dice su historiador Baldomero Alvarez Ríos, autor de "Inmigración china en la Cuba colonial", editado en La Habana en 1995, "no es, ni puede ser, remotamente, lo que era antes de mediados de este siglo". Y tiene razón el
autor.
En este "barrio", que antiguamente abarcara un área de trece a nueve manzanas, jamás desaparecerán -mientras haya fidelismo en Cuba- las tupiciones y los desbordamientos de aguas albañales a lo largo de sus calles, el deterioro y pésimo mantenimiento
de viviendas o locales, el mal olor, la podredumbre y, sobre todo, un ambiente nada chino y nada bueno por cierto.
Una gran mayoría de chinos, los que hicieron próspero el Barrio, emigraron a partir de 1959, huyendo del comunismo. Otros quedaron y son hoy longevos. El relevo de éstos, descendientes cubano-chinos, son los que se han propuesto darle ánimo al Barrio, rescatar la
cultura de sus progenitores, una de las más fascinantes y remotas de nuestra prehistoria. En ellos, como es el caso del profesor Héctor Fong, Yrmina Eng, Jorge Chong y tantos otros, hay iniciativa y tesón, pero todo esto fenece cuando se enfrentan a organismos estatales cuyos
intereses son otros.
La comunidad china no sólo envejece, sino que además, pronto desaparecerá. Ojalá pueda quedar en un museo de historia de los chinos en Cuba que, aunque limitado a paredes y vitrinas, podamos saber un poco de una inmigración que tanto provecho trajo al pueblo
cubano. Conocer a través de documentos, objetos y fotos cómo esta historia de un siglo y medio de vida desapareció por obra y gracia de un régimen incapaz de preservar sus valores culturales.
Al cabo de cuarenta y un años de huracán, quiero decir, de gobierno fidelista, se invierten recursos en balde. Nunca más volveremos a disfrutar de un encantador y atractivo barrio chino, de su milenario misterio. La embajada china ha hecho grandes aportes, pero tampoco
logrará nada. Fueron muchos años de muerte, en que ni siquiera podía entrar a Cuba una simple revista de ese país. El Barrio Chino entró en un proceso de languidecimiento irreversible.
Recuerdo el Edificio Chong de cinco plantas, radicado en las calles San Nicolás y Dragones, donde se instaló el famoso restaurant El Pacífico. Todo construido en los años veinte. Al triunfo del castrismo la Reforma Urbana lo convirtió en ciudadela y comenzó
a sufrir graves derrumbes.
Hoy, los descendientes jóvenes que trabajan en pequeños comercios privados del nuevo Barrio Chino no pueden ofrecer, por ejemplo, aquellas deliciosas bolas de harina de trigo con carne llamadas "pao", porque desconocen su elaboración; tampoco las frituras de
ajonjolí, mucho menos los productos de medicina tradicional, preparados por técnicos chinos que, o murieron o marcharon del país.
Desaparecieron las fondas chinas, donde se vendía, a bajos precios, una excelente comida típica de gran calidad; los trenes de lavados y los puestos de ricas frituras. Todo quedó sólo en el recuerdo. Nunca más volvimos a ver los abanicos de sándalo, las
chinelas de seda bordadas a mano, las sombrillas de papel para el sol, las blusas pintadas.
Transitar hoy por este nuevo Barrio Chino produce una gran nostalgia, sobre todo a aquéllos que lo recordamos en todos sus detalles, los que tuvimos amigos chinos, los que guardamos bien en la memoria el aroma inconfundible de un auténtico chop-suey o un arroz frito.
Hoy, en vez de aspirar ese aroma delicioso a comidas exóticas bien elaboradas, se percibe una fetidez, cierto olor a rancio por sus calles, propio de un sistema político que ha arrasado con todo.
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