Los oros y los polvos de Julio Travieso
Rodolfo Dámian, Cuba-Press
LA HABANA, marzo -
El Oro y el polvo
Julio Travieso
Edic. Arte y Literatura, Habana, 1996
. . . "No siento tranquilidad al no poder pensar, hablar, escribir libremente. Ni contradecir lo dispuesto, ni elegir entre dos posibilidades porque sólo hay una posibilidad. La ordenan desde arriba, y es de obligatorio cumplimiento. A nada tengo derecho, nadie tiene derecho porque
vivimos en una prisión, inmensa fortaleza custodiada por crueles y rapaces guardianes". Pags. 85 y 86.
Con este emblemático razonamiento bastante contradictorio, y que surge en la mente de uno de los personajes principales de la novela "El oro y el polvo", de Julio Travieso, asistimos al nacimiento, desarrollo y muerte de la burguesía cubana del siglo XVIII, hasta los
comienzos de la década de los sesenta del siglo XX.
Taras, locuras, lo mágico de las religiones africanas, la esclavitud, el poder del dinero en contra de la más mínima condición humana, presentados todos bajo el signo de la sangre. Asistimos al nacimiento de la burguesía cubana y su aspiración a través
de las guerras de independencia. Primero, frente al dominio español; segundo, en la etapa republicana, terminando en la dramática lucha de clases que gestó la revolución cubana.
El autor, valiéndose de capítulos bien organizados, va relatando a través de una familia -¡y qué familia!-, todo lo malo y abyecto que forma parte de nuestro pasado, situando la novela en La Habana, la ciudad espectro, la ciudad misteriosa, donde todo puede
suceder, aún lo impensado. Ciudad azotada por huracanes, colores, sudores ancestrales, mitos, látigo y sangre. O sangre y látigo, signos de los que no podemos desprendernos.
Travieso, en la última etapa de esta familia (¿nación?), recurre a los mismos parámetros que otros autores han utilizado cuando han querido plasmar los fatídicos años sesenta, y utiliza situaciones y frases a las que estamos acostumbrados a oír y
ver por los medios de propaganda del gobierno cubano. Ahí, la novela pierde, o si no pierde, deja de interesar, no porque esa época no interese, sino porque quizás como se encuentra todavía muy cerca para los que vivimos en ella, se nos presenta sin el posible encanto que
posee el pasado reciente, donde la imaginación del autor y del lector adquiere un tono que raya con lo legendario.
Anotemos también, y ya entre los logros de la obra, la utilización de dos lenguajes: el realista (para lo que acontece en la familia y sus descendientes), y el mágico, impregnado del mundo de la santería y lo maldito de la regla del palo, logrando una atmósfera
donde hasta el aire es un personaje más, en lucha incesante por una liberación que tardó tanto en llegar, y como es lógico, con su carga justificable de odios y rencores, léase hacia la raza blanca, y por ende, a los magnates de nuestra ilustre sacarocracia (¿?).
De todos modos, recomendamos esta novela, y que el lector capte detrás de cada frase lo que expusimos al comienzo de esta crónica: el fátum que nos persigue y nos abandona. Maldición o no, que cada uno saque sus propias conclusiones, porque todo no está dicho.
Esta novela y nuestra historia dan para ello.
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