La Iglesia en Cuba debe interesarse por la política Rev. Pedro Crespo
Rev. Pedro Crespo Jiménez, Grupo de Trabajo de Decoro
LA HABANA, marzo - La Iglesia no debería desinteresarse hoy de la política. Es a través de ella que se realiza el cambio hacia una situación más justa para el pueblo. Por tanto, la Iglesia ha de cooperar para hacer posible una transición pacífica
hacia un nuevo orden social, libre y democrático, no a través de una acción paralela o dependiente de la estatal, sino desde el ámbito de la formación y, por supuesto, desde la crítica comprometida de las situaciones de injusticias.
Cuando un gobierno se afane sinceramente por el mejoramiento de las condiciones de su pueblo, la Iglesia podrá unir sus esfuerzos a los de la política, sin atarse las manos, pues el ejercicio del poder está siempre expuesto a los abusos y desmanes. Cuando un sistema político
mantiene una situación de injusticia que favorezca a los detentores de los privilegios y riquezas, la Iglesia tiene el deber moral de enfrentarse a él por medio de su autoridad y palabra comprometida.
Los cristianos han de tomar conciencia de la necesidad inaplazable de actuar políticamente en la búsqueda de una transformación que modifique las circunstancias actuales. Todo abstencionismo significa traición a la causa común. Y la opción política
que inspira el Evangelio es a favor de los oprimidos y no de aquéllos que lo tienen todo.
La forma concreta o el determinado partido que lleva a ese ideal no lo debe señalar la Iglesia ni la religión, sino la experiencia política y el conocimiento de la realidad y de los hombres a la luz de los principios de la Caridad y Justicia del Evangelio.
La mística cristiana de amor a los pobres de nada sirve si no se complementa con una acción y una estrategia concretas que es lo apropiado del accionar político.
El ideal, para ser real, ha de transitar por esa encarnación que exige limitaciones. El ideal puro se queda en el cielo limpio de las intenciones, pero sin realismo ni eficacia.
La Iglesia no puede evadir su responsabilidad profética ante la dramática situación que enfrenta el pueblo cubano: desigualdad económica, corrupción, limitación de las libertades fundamentales, despersonalización y desaliento de los individuos.
La Iglesia no puede callar cuando la pena de muerte continúa vigente en Cuba con el claro propósito de mantener el terror en la ciudadanía, cuando los presos de conciencia continúan bajo condiciones infrahumanas, cuando los periodistas independientes son amenazados y
arrestados, cuando ronda por las calles el vampiresco fantasma de la proclamada Ley No. 88 -o Ley Mordaza, como se le conoce, que condena hasta con veinte años de cárcel a quienes escriban u opinen sobre la situación político-económica de Cuba.
La Iglesia no puede callar cuando el Gobierno, arbitrariamente, prohibe entrar o salir del país a un cubano, sin derecho a reclamo alguno. La Iglesia no puede callar cuando el cubano de a pie, ése que al no tener parientes en el exterior que le envíe dólares, se
conforme con un plato de arroz con chícharos como alimento básico.
La Iglesia debe ser, aquí y ahora, los ojos de Jesús, los oídos y las manos de Jesús.
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